Ally acomodó la manga de su blusa, cuidándose de que ésta no revelara el morado que se había extendido en su brazo desde el viernes anterior.
Cada vez era igual, y lo cierto era que aquello la estaba atemorizando sobremanera. Fernando siempre la había golpeado porque sí, porque la culpaba de cosas sin sentido. Pero la última vez, dos días atrás, lo había hecho porque no había querido acercarse a Víctor cuando éste la había llamado.
Pero no había modo en éste mundo que ella se acercara a él. La mirada de aquel hombre siempre la había puesto enferma. Reconocía lo que guardaba aquella mirada: lujuria. ¿Qué pasaría si, una noche de apuestas, a aquel tipo se le subía el trago a la cabeza e intentaba hacerle algo? No sabía qué tratos tenía con Fernando, pero había algo nuevo que le causaba recelo.
La chica tomó su fiel libreta azul y la guardó junto con un par de bolígrafos en una pequeña mochila que se cargó al hombro.
Bajó las escaleras de la vivienda con la esperanza de no encontrarse a su padrastro en el camino. Sin embargo, en cuanto se asomó a la sala de estar lo encontró.
—¿A dónde vas? —preguntó. Por su tono, no se encontraba feliz.
—¿Dónde está mamá?
Fernando posó sus ojos sobre Allyson y la miró con absoluta desaprobación.
—Te he hecho una pregunta.
Ally torció el gesto.
—Iré a la casa de una compañera —dijo—. Tengo examen de Cálculo mañana.
El hombre asintió.
—No quiero enterarme de que has perdido una materia —adivirtió—. No quiero sorpresas.
La muchacha asintió y caminó hacia la puerta.
—¡Te quiero aquí a las ocho y media! —lo escuchó rugir.
En más de una ocasión, la muchacha se había preguntado qué ganaba su padrastro con herirla. Ella nunca le había hecho nada malo. Cuando era una niña, pensaba que era la culpable de que él la tratara así, pues le había hecho muchas bromas pesadas cuando apenas salía con su madre. Sin embargo, fue cuestión de tiempo para que entendiera que no era así, que jamás debía culparse a sí misma de ello.
Sacudió aquellos pensamientos de su mente y caminó hacia donde cada tarde se separaba de Anthuan, y él caminaba hacia su casa y Ally a la suya. El viernes, antes de despedirse, habían acordado encontrarse aquél domingo en ese lugar, y luego el muchacho la llevaría hasta su casa para estudiar. Por supuesto, Anthuan había propuesto que lo hicieran en casa de Allyson, pero ella se negó rotundamente: nunca había estado en presencia de un chico en un sitio en el que su padrastro estuviera. No sabía cómo reaccionaría Fernando ante eso, y no quería probarlo.
Para el momento en que la muchacha llegó al sitio, Anthuan ya se encontraba allí. Llevaba una camisa gris con mangas hasta los codos y jeans. A Ally le pareció que se veía mucho más maduro así.
Secretamente, había pasado la última semana preguntándose cómo se sentiría enredar sus dedos entre los rizos del muchacho.
—Hola —saludó él.
—Hola.
Al acercarse, la chica se puso de puntillas y depositó un beso sobre la mejilla de Anthuan, causando que él sonriera. A ella le gustaba esa sonrisa. Había cierto deje de inocencia en él, que sencillamente la cautivaba.
—Es... por allá —dijo, señalando hacia el sitio por el que siempre caminaba.
Ally sonrió.
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Sólo por ti ©
Teen FictionAlly es una chica que se ha refugiado en el mundo de las letras para olvidar la realidad bajo su techo. Anthuan, por su parte, es un tímido adolescente que amaría tener el valor suficiente para plantarse frente a la chica que quiere y hacerle not...