Capítulo 20 | Lo que siempre has merecido

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—¡Creo que con éste se verá aún más bonito! —exclamó Olivia, moviendo de un lado a otro el color que tenía en su mano. Lo puso junto sobre la hoja mientras sus ojitos observaban las figuras, intentando asegurarse de que su decisión era correcta.

Ally sólo la miraba con ternura. Su pequeña hermana resultó no ser un pequeño diablillo mimado. Por el contrario, era una chiquilla encantadora que había estado feliz de conocerla. Siempre había querido tener una, sin embargo, ni siquiera se había atrevido —o planteado— a decírselo a su madre. No quería en casa a otro niño al que Fernando podría golpear. Si era de ese modo, prefería quedarse sola. Estaba segura que su madre sí que lo deseaba, y no le preocupaba en absoluto su esposo —ella parecía estar ciega... y sorda— o lo que él pudiera hacer. Ally no había querido darle un empujoncito de decisión final.

Pero ahora tenía a Olivia, tan pequeña y linda que había atrapado el corazón de la castaña sólo con sonreír y pestañear en su dirección.

—Creo que el rojo estará bien, y combina —aconsejó—. Jamás he visto un techo azul.

Olivia la miró extrañada... como si la hubiera defraudado de alguna manera.

—No porque nadie se haya atrevido a pintar una casa de azul, quiere decir que yo tampoco deba hacerlo —sentenció—. Somos creadoras, no imitadoras.

Ally se sintió regañada, pero supo que había mucha verdad en las palabras de Livi.

—Tienes razón. Lo siento.

La niña sonrió, y la luz volvió a sus ojos.

Allyson le había confiado a su pequeña hermana lo mucho que le gustaba escribir —sólo llevaban tres días conociéndose, y había querido crear un lazo entre ambas, algo que las uniera, además de la sangre—, y ella de inmediato había corrido hacia su habitación en busca de su cuaderno de dibujos.

Antes de abrirlo, Ally había supuesto que encontraría los típicos dibujos de una niña —colores aparentemente descuidados y casas hechas a partir de formas y figuras extrañas—, pero ante sus ojos aparecieron unos sencillos trazos mucho más bonitos de lo que ella misma habría sido capaz de realizar en toda su vida. Al principio se sintió mal por subestimar el talento de Olivia, pero luego se dio cuenta que, en realidad, todo tenía mucho sentido: ambas eran artistas, ambas tenían la capacidad de plasmar emociones —sin importar si estos sólo trataban de lo enojada que estaba con la existencia de las alverjas— en un papel.

Siguieron en silencio por más tiempo, mientras Ally —muy divertida— observaba la cantidad de muecas y mohines que Olivia era capaz de hacer mientras dibujaba.

Se trataba de una casa rosa pálido con techo azul, y junto a ella estaban cuatro personas. Allyson no necesitó ser bruja para comprender, con un nudo en la garganta, quién era la chica rodeada de corazones que cargaba a una pequeña niña de rizos oscuros.

—Te está quedando muy bonito, Livi —comentó Allyson.

La interpelada levantó la vista, y una sonrisa atravesaba su rostro angelical.

—Me gusta cómo suena ese nombre.

Ally sonrió.

—Te he estado llamando así en mi cabeza —confesó—. Cuando escribo, siempre me gusta que los nombres de las familias hagan juego. Ally y Livi suenan bastante bien, ¿no?

—Mucho —aseguró, y luego de un rato, fingiendo desinterés, preguntó—: Oye, Ally... ¿me incluirías en alguna de tus historias?

La muchacha sintió que se derretiría en cualquier momento.

Sólo por ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora