1.1-Persecución

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1.1-Persecusión

El tiempo parecía transcurrir más lento de lo normal, la luna brillaba como nunca antes, con el cielo estrellado dando un aire de tranquilidad y bienestar, pero eso no se podía apreciar, mucho menos con la vista del oscuro y cerrado callejón que tenía en frente. Las sirenas sonaban con intensidad, como si su misión fuera dejar sordo al mundo; las chispas, rápidas y precisas, volaban a no mucha distancia y los pasos (zancadas, más bien) se oían con claridad en el cerrado y lúgubre lugar. No despegó los ojos del frente ni un solo momento, con esa mirada penetrante que tenía, mientras el plomo se descargaba de la boca de la mortífera máquina y pasaba de forma letal cerca de su cabeza, peligrando acabar con él en cualquier momento. Sin embargo, esto no bastaba para pararlo. En esos pocos segundos que transcurrieron, muchas cosas fueron las que se cuestionó, pero tenía en mente enfocarse en lo que estaba haciendo, en seguir adelante sin pensarlo ni un solo momento. El objetivo se alejaba cada vez más y no había casi oportunidad de llegar a tiempo, era muy rápido y no se detenía ante ningún obstáculo, por más complicado que fuese, a pesar de eso no había tiempo ni excusa para no seguir el trayecto, para continuar el trabajo empezado, para poner un fin en lo que se encontraba haciendo allí, era esencial seguir pasara lo que pasara, así que en un acto desesperado por detenerlo, saltó recto hacia el frente y atravesó la valla sin pensarlo dos veces.

Se sintió el crujiente sonido de la madera rompiéndose y el alambre enroscándose y chocando contra paredes y cornisas al derribar al objetivo. Ambos cayeron, brusca y dolorosamente, arrastrados por el terreno de piedra. Luego de un momento, con cierta lentitud y expresiones de dolor en sus caras se levantaron. Apenas logró alzar la vista notó que ya estaba a menos de un metro de él, con aire de no querer hacerle nada agradable, y así fue. Un segundo después sintió algo punzante que entró rápida y precisamente en su estómago. Era el puñal del hombre, que fue removido e introducido una y otra vez en su cuerpo, con una fuerza que no ayudaba en la situación. Se preguntó por qué no había usado la pistola, habría sido una rápida salida a esto, pero no era momento de pensar en cosas que no llevarían a nada. Pateó el estómago de su atacante, se paró nuevamente, con los brazos colgando y un hilo de sangre colgando por sus labios. Sacó y tiró el puñal, arrojándolo al suelo en lo que se sintió claramente el contacto entre el metal y la dura tierra. A esto el hombre respondió con una cara de asombro, de incredibilidad, abriendo la boca y los ojos desmesuradamente, como queriendo decir "¿Cómo es posible que no haya muerto?", para luego abalanzarse sobre su atacante. Lamentablemente para él, había llegado a su arma con ese último ataque. No tardó ni un segundo en tomarla y apuntar. El corazón del perseguidor latía con fuerza, pero eso no lo detuvo de lanzar una patada lo suficientemente fuerte para hacer que el hombre arrojara a la fría máquina. Como extra, el dolor le impidió seguir usando su mano eficientemente. Esto se notó al saltar con un golpe que de golpe no tenía mucho. Su oponente le demostró esto al devolver el gesto con un poco más de gracia, la necesaria para dejarlo por los suelos. Lo dio vuelta usando lentamente el pie hasta ponerlo de espaldas. Se le sentó arriba y sacó unas esposas que fueron ajustadas fuertemente. Esta vez (luego de un par de fuertes forcejeos) no tuvo oportunidad de hacer nada. Aun así, estaba seguro de que pronto su captor moriría (o eso pensaba). Con la respiración alterada y con dificultad para hablar prosiguió:

-Simon Torrance... quedas arrestado... por tráfico de armas... tienes derecho a guardar silencio... y es mejor que te quedes así.

El hombre, inmóvil, ya en el suelo, solo se limitó a gruñir frustrado. No era estúpido y sabía que por más que se escapara de su opresor (o directamente muriera) el poco tiempo que tardó en enunciar esas palabras bastarían para que estuviera rodeado nuevamente, e incluso muerto con plomo incorporado en su cuerpo, de una manera no muy agradable, y prefería no arriesgarse por tremenda estupidez.

Al levantarse notó que derramaba sangre de su estómago, pues las punzadas no habían pasado inadvertidas (¡vaya que no!). Enseguida se logró oír una voz grave y un poco alterada:

- ¡Sr. Dickens!

Se paró y con un rápido movimiento dirigió su mano al lado opuesto del saco, y cubrió pobremente la herida, pero la oscuridad ayudó, así que se sintió aliviado. Se volteó hacia el oficial, quién prosiguió:

- ¿Se encuentra bien? Vaya acto valiente el de ir contra un hombre armado y más grande que usted.

Intentando sonar lo más natural posible se apresuró a contestar con un tono un tanto burlón y amigable.

- ¿Acaso cree que el Jefe de policía no puede contra un criminal como este? Como puede ver, el asunto ya está resuelto. Por favor llévenlo a la comisaría, tengo que encargarme de un par de asuntos.

El oficial se rió abiertamente y respondió:

-Supongo que sí; por cierto, ¿no ayudará en el informe?

-Ya lo hice, oficial; está en mi escritorio, creo que no tendrá problemas en ir a buscarlo.

Un poco sorprendido, pero agradecido, siguió:

-Por supuesto, señor.

Hubo una incómoda pausa, a lo que el ya cansado hombre decidió retirarse de forma lenta. Luego el oficial rápidamente preguntó:

-Así que supongo que no irá a la fiesta en la ciudad, ¿no?

Ya muy cansado, hizo un último esfuerzo y se dio la vuelta. Amablemente dijo un sutil "no", y ya sin ganas de nada saludó y se alejó lentamente de la escena y de todas las personas presentes, mientras intentaba disimular el dolor, sin mucho éxito, al mismo tiempo que revisaba qué tan profunda había sido la herida, y cómo la trataría.


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