1.2-Buenas noches

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La acera era levemente iluminada, y el único foco que parecía no estar tan apagado tintineaba constantemente, terminando de nublar la vista al oficial y colmarlo aquel día. Un gato cruzó en frente de él con la intención de despistarlo e incluso hacerlo enojar, con un maullido y expresión desagradables, pero no le prestó atención, y siguió recto, deseando ya estar en su apartamento para descansar de aquel horrendo día de trabajo. Subió las escaleras lo más lento y tranquilo posible, ya era cerca de las dos de la mañana, y era el peor momento para liarse con los vecinos, que, en el peor de los casos, se tratase del grandullón y temperamental Sr. Wilson, con quién ya había tenido un par de "episodios", en donde el oficial se ganó un boleto de ida al dentista, y tener uno de esos en este caso sería lo peor. Luego de llegar a su piso se encontró con la dueña del edificio, a la cual saludó con las ganas que le quedaban, no muy alegre, quién devolvió la expresión, y probablemente peor. Llegó a su apartamento, por fin, para tratarse la herida y descansar por lo menos un par de horas antes de volver al departamento. Ingresó con el brazo derecho sobre la herida y con el otro encendiendo la luz de la habitación. Inmediatamente colgó el saco sobre el perchero y se desplomó sobre el sillón de terciopelo, dando un suspiro como los que uno da luego que llega de un día de trabajo agotador, sólo que este día fue un tanto más peculiar.

—El mejor día de todos Rob, ¿no es así?

Se dijo para sí mismo con tono burlón y sarcástico. Luego, con poca gana se desenroscó la bufanda y se desprendió la camisa, para proceder cuidadosamente a revisar el - más bien, los cortes. No era nada agradable, se apreciaban pegotes de sangre y trozos de piel esparcidos por todos lados, que se iban cada vez más adentro. Dejó el chaleco y camisa cerca de la puerta para limpiarlos en la mañana .Por suerte no había restos de alambre ni madera por parte de la valla, por fin algo bueno ese día, así que comenzó. No era la primera vez que se auto-trataba, así que no se preocupó, además del posible dolor que pudiera sentir. Intentando ser tan educado como con una dama (una de esas que son sensibles con todo, en este caso) abrió los cortes, de uno en uno, de dolor en dolor, mientras coágulos horribles al tacto y viscosos saltaban y se escurrían entre sus manos, para luego aplicarles el fulminante desinfectante (más bien, así es como se sintió), que de hecho había dolido más que los estoques mismos, pero se alegró que ese desgraciado traficante ya tuviera su castigo. Para evitarse una escena de destripe de una película de terror (o el audio, por lo menos) sostuvo sobre su boca un pedazo de trapo viejo en el que descargó sus gritos de dolor mientras pataleaba bruscamente, y su dignidad se conservó gracias a que nadie se hallaba en la habitación. Tan solo imagínense al oficial más respetado de la ciudad patalear como un niño de cinco años. Al cabo de un rato de descansar de su "operación", se vendó, y agradeció hacerlo, tanto por su poco dolor como por lo que significaba eso, no tener que soportarlo más. Una vez terminado (y aliviado) encendió la estufa con un par de periódicos que tenía en un rincón. Tomó una tiza sobre la misma y se dirigió a un borrador que solo tenía rayas escritas sobre él. Escribió una más y se dijo para sí mismo:

—Una más...

Se puso a pensar por un momento.

—Creo que necesito comprarme otro.

Mientras la estufa calentaba se dirigió a la ducha y se bañó teniendo sumo cuidado con las vendas, pues sería un descuido total tirarlas, y que el agua entrara o que tuviera que repetir todo lo anterior por una estupidez, algo que no quería, así que tuvo cautela. Se puso la bata con increíble cuidado y tomó un libro ya bastante viejo y desgastado. Sacó sus lentes y dijo:

—Algún día te tendré que terminar, querida.

Se sentó tranquilamente a leer su novela, como si nada hubiese pasado, cerca de una cálida estufa y un reconfortante sillón, mientras estiraba los pies al soporte más cercano que tenía, tal como haría un anciano sin nada que hacer y con mucho, pero mucho tiempo libre. Rob, en sí, no era viejo, de hecho estaba en los veinte tardíos, así que no se puede dar el adjetivo de "anciano", pero tenía varias costumbres que lo clasificarían como tal. Además, esos veinte y tantos eran solo de apariencia, puesto que nuestro querido oficial había vivido un poco más de la cuenta, pero esos años de más no le impidieron quedarse dormido un par de capítulos después.

El Espejismo #PremiosEmpireWhere stories live. Discover now