2.4-La tormenta

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Abrió los ojos lentamente, mientras apreciaba los nuevos vendajes que tenía sobre su brazo. Se tocó el mismo y notó que estaba quemada. No era el único lugar tampoco. Luego, comenzó a mirar alrededor, a lo que asimilaba el nuevo entorno en el que se encontraba. El piso era duro, frío, nada liso. Eso explicaría el creciente dolor en la espalda, además de una posible quemadura también. Se encontraba en una cueva, o eso parecía, al menos. Al lado de una pequeña fogata hecha con unas hojas y un par de troncos gruesos, que sostenía con unas varitas carne de, bueno, no era fácil saber de qué. Al lado de la misma había un par de papeles enrollados, probablemente usados para iniciar el fuego. Levantó la vista, y solo para encontrarse al misterioso doctor, dormido contra la pared, tapado con su propio saco, con un parche sobre la frente y un par de venditas sobre el corte que tenía en la mejilla, que no competían con el trapo rojizo que tenía enrollado en su pierna. A su lado, tenía el revolver sobre la maleta, ennegrecida por el fuego. Era su oportunidad. Sabía que tenía a un asesino delante suyo. Quizá no era el primer hombre que mataba, nadie habría matado de una forma tan sádica por primera vez. Era increíble cómo podía dormir luego de haber quitado una vida de forma tan brutal, y hacerlo tan tranquilo como un bebé. Se quitó la lona que tenía sobre ella y lentamente se paró. Avanzó un paso y pisó una ramita.

—¡Mierda!

Susurró mientras cerraba los ojos y maldecía su idiotez. Fue a tomar el arma cuando se sintió observada.

—No tienes nada de que temer.

—¡Aah!

Cayó hacia atrás sin mucho equilibrio.

—No la necesitarás aquí. Ya estamos a salvo.

Había despertado. El doctor asesino estaba despierto. Se desperezaba y cada tanto cerraba los ojos. Quedó mirando al suelo, mientras la mujer lo miraba de una forma de desaprobación, con desprecio.

—No es la primera vez que me miran así.

Se rascó la barbilla.

—¿Qué dice?

Preguntó confundida. Rápidamente, el doctor levantó la vista.

—A esa expresión, la que está teniendo ahora mismo.

A la defensiva, la joven se atrevió a decir:

—Ah, ¿se refiere a la expresión que le dirigen después de matar a alguien?

Se rió de una forma estúpida casi mientras todavía no podía mantener los ojos abiertos.

—No, no me han mirado así por eso. He...he pasado por mucho en mi vida.

—Ah, ¿sí?

Dijo sarcástica, ya sin ganas de dirigirse con una pizca de respeto al hombre.

—Sí, y créeme, esto, no es nada comparado con otras cosas que he vivido.

—¿Cómo qué?

Desvió la mirada al suelo nuevamente. Con un tono más apagado, pero más serio, le respondió:

—Mira, me...me encantaría poder decirte por lo que he pasado, las raras e inexplicables condiciones que tengo.

Susan arqueó una ceja mientras se sentaba en el frío piso y se envolvía en la lona.

—Pero...

Prestó suma atención al hombre, como si fuera a revelar algo que cambiara al mundo entero, pero sabía que no lo haría, por más que su deseo fuera soltarlo al mundo.

—He visto, he sentido mucho. He visto la estupidez humana. He visto muertes y muchas cosas más sin sentido alguno.

Mientras más hablaba, a la mujer más pena le daba, y se daba cuenta que quizás lo que le pasó a aquel hombre allá atrás, quizá no fue tanto, quizá se merecía más. Rob levantó la vista y miró directamente a la joven. Impuso esa mirada de águila, esos ojos profundos y atrapantes.

—El mundo es muy oscuro. La gente, es capaz de todo, el cerebro humano...es incontrolable, si tú le das el motivo adecuado a la persona adecuada, hará cualquier cosa.

Guardó silencio. Miró hacia afuera. La mujer siguió prestando suma atención.

—Algún día, si vives lo suficiente, lo entenderás.

Se puso a pensar, intentando comprender a la persona que tenía delante suyo. Era como si fuera uno de los viejos sabios, pero, no era viejo ni por lejos, pero pareciera que hablaba desde experiencia. Cuando miró de nuevo al no tan dormido hombre, notó que había entrecerrado los ojos mirando hacia afuera. Impaciente, le preguntó:

—¿Qué sucede?

Se asomó a la boca de la cueva. Removió el saco sobre sí y se paró, mientras se dirigía a la maleta. La mujer no entendía nada. Aun así, siguió moviendo los labios.

—Señor Dickens, diga algo.

Siguió hurgando entre la ropa mientras murmuraba en un lenguaje extraño.

—¡Señor!

Sacó un cilindro de tela con cosas adentro. Lo extendió y quedó más confundida de lo que ya estaba. La miró fijamente y con un tono preocupante preguntó:

—¿Qué tan bien te llevas con las espadas?

El Espejismo #PremiosEmpireWhere stories live. Discover now