3.13-Es cuestión de tiempo

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Ya estaba terminando de afeitarse. Cayeron los últimos pequeños y negros pelos en el lavabo. Abrió la canilla y dejó correr por un momento mientras llevaba su mano a su bolsillo trasero y sacaba un cigarrillo. Hecho esto, giró el grifo. Se secó y con delicadeza (producto del cansancio que aún estaba presente en él) se sentó en la cama.

—Mi puta madre. Esto está yendo de maravilla, Dickens.

Rápidamente extrajo un mechero de su bolsillo y prendió el cigarrillo. Era más que obvio que no se podía fumar ahí. Aun así, nadie se enteraría de que estaba fumando. Y, por más que alguien se enterase y fuese a reclamárselo, nadie se enteraría de lo que pasó con esa persona.

El oficial no podía creer cuán mal le había ido, ni podía imaginar cuán mal le iría en la cacería de los integrantes de El Espejismo restantes, pero sabía que no sería un paseo por un colorido carnaval. No había tenido tiempo de ver la placa de Tiempo, así que eso hizo; echarle un vistazo. Estaba sucia, ensangrentada. La segunda placa decía: "Enciende un mechero. No te prendas la cabeza y no lo hagas en esta habitación".

Parecía una coincidencia casi. Se terminó por tumbar mientras observaba el humo irse por la ventana, lentamente, de forma tan tranquila. Anhelaba y detestaba esa tranquilidad al mismo tiempo.

—Me estás jodiendo, ¿no? Incluso saben de eso. Es increíble. Y yo que pensaba que, por lo menos no debería viajar tanto. En fin, órdenes del puto maniático.

Se levantó y se puso el saco sobre los hombros. Tomó el bolso y se dirigió a la planta baja, sin apuro alguno. No había motivo para correr, pero si había motivo de las sorpresas que se llevaron los residentes del hotel al ver a ese hombre tan tranquilo. En especial luego de haber sido arrastrado hasta el hotel por un par de policías, puesto que estaba tendido en el suelo a unos cincuenta metros, empapado de sangre y el agua de la lluvia. Todo un espectáculo.

Se dirigió a la entrada sin mirar a la recepcionista, que parecía enojada por el ahora fumador hombre. Él, por su parte, siguió caminando mientras sólo enunciaba un par de palabras.

—Sólo lo hago cuando estoy muy mal, querida. No te conviene tocarme. Ah, por cierto, el reloj está descompuesto.

—El hombre tiene razón.

El viejo amante de las novelas intervino, cuando la mujer ya estaba dirigiendo una cachetada al oficial. Rob no hizo mucho más que mirar un poco asombrado y seguir su camino.

—Aun así, es sólo cuestión de tiempo.

El hombre anciano esbozó una sonrisa falta de dientes.

— ¿No es así, sargento?

—Ah, hijo de puta...

El Espejismo #PremiosEmpireWhere stories live. Discover now