2.2- El viaje

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Había tomado el libro de la maleta, y vio el reflejo del mismo en la ventana, en la cual quedó perdido, contemplando. Se podía observar el paisaje, pasando tan velozmente que lo único que se identificaban eran manchas. A pesar de eso quedó mirando con una pequeña sonrisa en su rostro, y así mismo, con felicidad. Hacía mucho que no viajaba y era la primera vez que podía probar el tren, que había sido habilitado hace un par de meses en la ciudad, pero la clínica estaba muy ocupada como para darse un respiro e ir de viaje. El incidente del cerdo le dio la oportunidad de ese respiro. Eso sí, luego de removerse las balas que se encontraban a la mitad de su cuerpo con una enorme y nada inadvertida pinza, pero eso ya había pasado, ahora se encontraba en un tranquilo viaje hacia Escocia, para visitar a un viejo amigo. Por más que quisiera leer, seguir su novela, intentar terminarla de una vez por todas, la vista no se lo permitía. No estaba nada mal y le sirvió para relajarse un poco. A lo que dentro de no mucho fue interrumpido:

—Señor Dickens.

No prestó absoluta atención, no quería perder ese indescriptible pero placentero sentimiento.

—¡Señor Dickens!

Suspiró y giró lentamente, intentando seguir viendo por la ventana, aunque no tuviera mucho éxito. Cuando llegó a girar completamente contestó:

—¿Le puedo ayudar en algo, señorita Miller?

Era una joven y atractiva policía de la ciudad, con labios carnosos, unos ojos clarísimos, una piel blanca, buen escote, y un claro y hermoso pelo lacio, pero algo tonta e inocente, una niña con cuerpo de mujer. Ella había insistido en acompañar a Rob por nada más que un presentimiento, curioso y malo a la vez. Y para no hacer que sospecharan de él (fuese lo que fuese que sospecharan) accedió, como si se tratase de un conocido más.

—Eso debería preguntarle yo, ¿se encuentra bien? Ha estado mirando por el ventanal por más de media hora.

Lenta y detenidamente, como si no hubiera tiempo límite, contestó:

—Sabe, hace media hora, como usted dice, vengo viendo el ventanal, y es simplemente porque, digamos, me siento bien haciéndolo, ¿tiene usted algún problema con eso?

Naturalmente como si esto también le pasara a ella dijo:

—Para nada, además, estaba segura de que algo raro tendría usted.

—Ah, ¿sí?

Hizo una pausa.

—¿Y eso porque?

Se sentó en el sillón.

—Bueno, verá, como usted ya sabe, soy policía, y, digamos que usted, a lo largo del mes se ha involucrado en tres peleas callejeras, advirtió a la gente de un café de la dinamita que nadie sabía que estaba, y estuvo en dos tiroteos, en el cual en uno de ellos se cayó de un tercer piso luego de haber sido disparado dos veces en el estómago, y, de alguna manera sobrevivió.

Quedó con cara pensativa mientras dejaba el libro en la mesita.

—¿O sea que me considera sospechoso?

—Bueno...

Puso suma atención a la oficial con una pequeña sonrisa y con los ojos abiertos mientras pasaba una pierna por encima de la otra.

—Digamos que queremos saber si está metido en algo, digamos, importante, y si sería conveniente matarlo o no.

—Y, dígame, lo que me acaba de decir...

Lentamente gesticuló:

—¿Si?

—¿No debería ser confidencial?

—Sí, es por eso que se lo estoy contando.

Puso una cara de confusión al oír esto. La oficial continuó:

—Es que, si muero aquí, y usted sigue vivo, significaría que sí es peligroso, y deberíamos matarlo.

Rob le siguió el juego:

—Interesante, y, ¿qué tal si los mato a todos, me hago pasar por muerto y me consigo una nueva vida?

—Probablemente pueda seguir haciéndose de las suyas.

—¿Y usted tuvo en cuenta esto?

—En todo momento, para eso traje a mi amigo.

Mostró bajo su abrigo un revólver. Con total respeto y sin aire de superioridad cuestionó:

—Usted sabe que la última vez me dispararon dos de ellas, y sobreviví, ¿no?

Enseguida, contestó, seria, con una mirada feroz:

—Sí, pero esas fueron al estómago, la diferencia es que mi mano prefiere ir más arriba, hacia el cráneo.

Un poco sorprendido por la actitud de la mujer, continuó:

—O sea que me conviene no hacer nada precipitado.

Sonrió y dijo con aire de triunfo:

—¡Exacto!

—Y...

Miró al suelo.

—¿Qué tal si pierde a su amigo?

Mostró el revolver en su mano. La mujer revisó su estuche, no estaba. Asombrada, preguntó:

—¿Có...cómo ha hecho eso?

Comenzó a girar el arma.

—Digamos que he tenido que arrebatar armas un par de veces.

—¡Ajá!

Gritó mientras señalaba al doctor.

—¡O sea que confiesa!

—¿Haber amenazado con tal de auto-defenderme bajo ataques? Pues sí.

Bajó la mano lentamente mientras perdía la expresión de "he ganado" de su cara. Acto seguido bajó la cabeza y extendió la mano. Con un tono apagado dijo:

—Me la devuelve...

Rob entrecerró los ojos.

—... ¿por favor?

Sin decir nada puso delicadamente el arma sobre la suave y tierna mano de la joven.

—¿Está bien?

Preguntó un tanto preocupado. Con un tono triste respondió:

—Verá, no hace mucho que estoy en el departamento, y, a decir verdad, siempre la cago, como acabo de hacer con usted.

—O sea que sus superiores no saben que está aquí.

—No, al menos, no sabían, ya se habrán dado cuenta por la tranquilidad que hay.

—O sea que eso no me cambia en nada la situación.

—Exacto.

Levantó la cabeza.

—¿Tan empeñado está en matarme?

—No, en matarla no, pero, como ha dicho, soy, digamos, un "imán de problemas".

—Por eso he venido con usted.

—Y me he percatado de que corre peligro.

—Eso no me importa.

—¿Está segura de lo que dice? En el peor de los casos-

—Podría perder la vida, lo sé, es lo primero que le dicen al ingresar a la policía.

Hizo una pausa.

—Además, recuerde, está con un policía, lo defenderé en caso de que-

Se sintió un ruido estremecedor. Se apreció un calor insoportable por momentos, y una cegadora luz. Un momento después, perdió la consciencia.

El Espejismo #PremiosEmpireWhere stories live. Discover now