Capítulo 8

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Bill, Bill, Bill, Bill, Bill, Bill

Los parpados me pesaban, estaba lo suficientemente débil para levantarme, la tierra se colaba dentro de mis tenis y las piedras me lastimaban la espalda, solo sentía la humedad en mi ropa y me sentía flotar entre la realidad y la inconsciencia. 

Bill, Bill, Bill, Bill, Bill  

Mi hermano pequeño, ¿Donde estaba? No le escuchaba hablar, no lo podía sentir acurrucado a mi lado como cada noche, no sentía sus delgados brazos sobre mi cintura, no lo sentía. Tenía un gran agujero en el pecho desde hace tiempo que me robaba el aliento y me hacía caer.

No sabía desde cuando era la última vez que había comido o bebido algo, el estómago me rugía y me sentía desfallecer, tenía la garganta seca y la ropa hecha mierda.

El lugar era demasiado frío, tan solitario y pequeño. 

Bill, Bill, Bill, Bill.

-Tom, vamos. Tienes que levantarte ya.- La voz de mamá sonaba lejana y dulce.- Tomi, vamos, es tarde.

Me estiré en la cama buscando su calor, pero la encontré vacía, abrí los ojos y mamá estaba delante de mi, tan radiante como siempre con su cabello ondulado y bien peinado y me sonreía con ternura. Me senté y ella caminó por la habitación.

-¿Dónde esta Bill?.- Fue lo primero que dije. Mi voz sonó ronca y lenta, estaba adormilado.

-Abajo, desayunando.- Tomó mi uniforme de la silla y me lo puso sobre la cama.- Vístete y baja.

Salió de la habitación y yo me levante quitándome las mantas de encima, me puse el tonto uniforme rápido y baje las escaleras con pesadez, Bill estaba ahí comiendo cereal y leche, me sonrió al verme. Baje de un salto el último escalón y crucé la sala. 

Durante el camino al colegio, Bill no paraba de cantar una canción que pasaba en la radio, miré por la ventana y apreté los diente, esa canción me tenía hasta lo huevos. Quise meterle una buena ostia a mi hermano para que se callara de una vez pero seguramente si lo hacía se echaría a llorar y no me dejaría salir mamá para la fiesta de disfraces de esa noche, era halloween así que no ir, no era una opción. Si ya la tenía encima por hacerme las rastas la semana pasada, si hacía otra trastada, me castigaría.

Las calles estaban llenas de chicos que iban de camino al colegio, con sus horribles de cuadros y asquerosos zapatos negros, yo odiaba todo eso, no era el tipo que se ponía de traje ni aunque fuera para algo importante, ni aunque fuera a ver al mismísimo Hitler. Me desparramé sobre el asiento trasero y deje de escuchar a Bill, ¡que se callara, por Dios! 

Finalmente llegamos al colegio, la rectora estaba en la puerta mirándonos con una ceja alzada mientras bajábamos del auto de mamá, no le gustaba para nada la forma en la que Bill y yo nos vestíamos, había mandado a lavarse la cara a Bill un montón de veces para quitarse el maquillaje hasta hace apenas unos días que casualmente, el reglamento se me abrió y me dí cuenta de que no decía nada sobre que prohibían el uso de maquillaje. Ese día, Bill llegó al colegio con los ojos pintados y el piercing puesto y justo cuando la rectora estaba por detenerlo, él batió el reglamento frente a su cara sonriendo triunfador, la vieja mujer no dijo nada y lo observó con la boca abierta. Estaba tan orgulloso de Bill aquel día.

Por la noche mamá me dejó salir a la fiesta siempre y cuando llevara a Bill,  para mi no había problema pero mi hermano no le apetecía ir ya que la mayoría del tiempo prefería quedarse en casa a hacer quien sabe que.

Nos pusimos los disfraces, él iba vestido de vampiro y yo de pirata, los exámenes habían terminado y lo único que queríamos era pasarla bien esa noche.

Camine a su lado por 30 minutos hasta llegar a la casa en la que Luther iba a hacer la fiesta, se suponía que era en la gran mansión embrujada de la ciudad, donde se habían cometido asesinatos y cosas de ese tipo, claro, todo eran puras leyendas. Bill no paraba de decirme que era mala idea pues Luther tenía fama de matón y yo le ignoré... Ojala no lo hubiera hecho.

-¡Hey, Tom!.- Dijo Luther en cuanto me vio alzando su vaso de plástico y extendiendo sus brazos.- Que bueno que hayas podido venir.

-Si, no me lo hubiera perdido.- Dije bajando la cabeza y sonriendo. Cabe decir que en ese tiempo era un chico bastante estúpido.

-Vamos, pasa, pasa. Bill puede ir por ahí a divertirse y tu vienes con nosotros.

Yo no quería separarme de mi hermano, pero ya era demasiado tarde para replicar pues Luther me tenía tomado de la chamarra y me arrastraba entre el publico. Solo podía mirar a Bill desde lejos, él no sabía ni para donde ir hasta que Maya, una chica de nuestro curso, bastante ofrecida se le acerco con una sonrisa y el escote muy abierto. Bebí de mi vaso y me aguante la mierda que Luther decía. De repente, ya no quería estar más ahí.

-Tom... ¿Conoces la mansión que hay al final de la calle?

-Si.- dije yo.

-Venga, vamos un rato.

Mala idea... 

Estaba temblando, mi ropa estaba mojada en cerveza y tenía unas ganas horribles de ponerme a llorar, no lo hice. Me senté en un rincón de la pequeña habitación y abracé mis rodillas, no sabía donde estaba Bill, la última vez que lo había visto, estaba muy alegre con la puta de Maya bailando a mitad de la pista con una botella en la mano. Cerré los ojos y esperé a que aquellos idiotas se les diera por abrir la puerta, no iba a suplicarles que me dejaran salir.

Los idiotas me habían encerrado aquí creyendo que era divertido.

Estaba oscuro y olía a meados y humedad, era asqueroso. Miré toda la habitación a mi alrededor, la madera estaba pudriéndose, tenía grandes manchas verdes en las esquinas y las telarañas abundaban, incluso creí escuchar una rata. Me levanté del suelo y comencé a caminar, me estaba poniendo ansioso, tenía que salir de aquí, corrí hasta la pequeña ventana e intente abrirla pero estaba atascada con algo, me faltaba el aire y las manos me sudaban. 

Me desesperaba. 

Quería salir.

¡Bill!

Estaba ahogándome.

Como ahora... solo que esto era mil veces peor.


La luz me golpeó en la cara, atravezandome los parpados y cerré los ojos con fuerza y poco a poco comencé a abrirlos otra vez, ¡La puerta estaba abierta! Me arrastré para intentar llegar pero alguien la cerró justo en mi cara.

-¡No! ¡Por favor sácame de aquí!.- Grité tanto como pude.- ¡Por favor! ¡Bill!

Pero mis palabras no eran escuchadas. Nadie podía salvarme, seguí golpeando la puerta redonda de metal hasta que la garganta me ardió y los nudillos me sangraron. Regrese hasta la esquina y me acurruque, el suelo comenzaba a humedecerse como hacía cada noche y me empapaba. Junto a mi había un trozo de pan... lleno de lodo.

Lo tomé entre mis manos y lo mordí, lo tragué todo sin importarme la tierra ni el agua que tenía encima, tenía tanta hambre. 

Era un maldito túnel, cada poco tiempo sentía la caída de una piedra pequeña sobre mi cabeza o un poco de arena, esto estaba por derrumbarse y dejarme enterrado vivo, tenía que salir de aquí y no tenía idea de como hacerlo. Tenía que encontrar a mi hermano y alejarlo de idiota de Georg de una vez por todas, no dejaría que lo dañara de nuevo. Cuando pudiera salir de aquí lo buscaré y le romperé todos y cada uno de sus malditos huesos, le haré tragar la tierra y le humillaré y no le quedarán ganas de volver a salir a la calle porque todos recordarán lo que Tom Kaulitz le ha hecho.

Le iba a matar en cuanto lo pillara.




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