Sinopsis

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La guerra había dejado miles de daños, las grandes ciudades de Alemania habían quedado reducidas a nada, las calles estaban llenas de escombros, las casas totalmente destruidas a causa de los bombardeos, cientos de personas amputadas, sangrantes y agonizantes se lamentaban en las calles buscando ayuda que no llegaría pronto pues había aun gente bajo los escombros, los niños sobrevivientes lloraban y llamaban a gritos a sus padres sin ser escuchados.

Ahí ya no quedaba nada. Los pueblos más pobres podrían pasar por simples lotes vacíos, y las únicas personas que quedaban se lamentaban por sus perdidas. Era difícil de mirar, devastador y cruel.

En Liepzig, dentro de una pequeña casa a punto de venirse abajo, debajo de la cama, se escondían un par de gemelos de 11 años. El miedo los hacía temblar y acurrucarse uno contra el otro; sin comer durante una semana, los niños se sentían desfallecer, no tenían fuerza siquiera para salir de ahí. Los soldados se ocupaban de rebuscar entre los escombros algún humano con vida, pero ahí no había nadie, las calles estaban llenas de cadáveres humanos que incluso era mordisqueados por los animales hambrientos .

—Hey Sander.— Gritó uno de los soldados que merodeaban la zona después del bombardeo.— Aquí hay dos niños.

Los gemelos lo miraron tenebrosos por la ventana, tenían los ojos hinchados por el llanto y sollozaban levemente, el soldado entró con cuidado en la pequeña casa e intento sacar a los niños, uno de ellos estaba atrapado debajo de un gran bloque de cemento, sus piernas no se movían y con cada rocé se lastimaba aun más. Con ayuda de su compañero lograron sacarlos y en brazos los llevaron hasta el camión donde serían trasladados. Cogidos de las manos se mantuvieron durante todo el viaje, parecían dos pequeños gatitos asustados escondidos en un rincón del camión, las personas ahí los miraban de reojo y con miradas de pena, todos con las ropas sucias y rotas, más sobrevivientes.

Nadie decía palabra alguna, el único sonido era el motor del camión militar, varios de ellos lloraban desconsolados y adoloridos, algunos otros con la mirada vacía, todos los allí presentes habían perdido muchos de sus familiares, padres, hijos, esposas, dolía verlo. Los gemelos se miraron entre sí con los mofletes inflados y las lágrimas apunto de derramarse una vez más.

El camión se detuvo, y los soldados bajaron, les hicieron señas para que bajaran y ellos los siguieron, era terreno abierto, no había ni una casa ahí, ni siquiera escombros. Eran campos de cultivos.

Ni siquiera se preguntaron porque estaban allí, ya no importaba si les mataban o les hicieran cualquier cosa.

Liepzig era una de las ciudades más pobladas de Sanjonia, Alemania. Ahora no existía, todo lo que ellos conocían había desaparecido.

El soldado les pidió que lo siguieran, se adentraron en el espeso bosque a paso lento, varios minutos después pudieron divisar a lo lejos, una carpa. El campo abierto se extendía ante ellos, todo verde, como si la guerra nunca hubiera pasado por ahí, caminaron un par de minutos más y el paisaje entero quedo delante de ellos, alrededor de 10 grandes carpas estaban perfectamente acomodadas en filas, todas repletas de personas, muchos soldados yendo de un lado a otro, varios con batas blancas se hincaban delante de las personas que se encontraban recostadas sobre mantas blancas, el paisaje era desolador.

Caminaron entre las carpas y al pasar los gemelos delante de una mujer de cabellos negros azabache y grandes ojos verdes los miró, la esperanza se encendió en su mirada y como un rayo se desvaneció, rompió a llorar con desespero y cubrió su rostro con sus manos, no eran sus niños, le dolía y estaba perdiendo la esperanza de encontrarlos algún día.

Los niños apartaron la mirada y continuaron su camino siendo guiados por el soldado.

—¿Cuál es su nombre?— Les preguntó a ambos.

—T-Tom y Bill Kaulitz. —Respondió uno de los niños con la voz temblorosa. El soldado detuvo su andar y los miró escéptico. 

—Kaulitz... ¿Su padre...?

—Es un soldado, como tú ¿Le conoces?— Preguntó el de cabello negro con la esperanza de saber el paradero de su padre.

El soldado ignoró su pregunta, dio media vuelta y siguió andando.

—Si, le conocí.— Dejó escapar un suspiro. —Bien, esta noche dormirán acá, les traeré un par de mantas más, las noches son frías. ¿Tienen algún otro familiar?

—Nuestros abuelos... Pero viven en Frankfurt y casi nunca nos visitan, ni siquiera vinieron al funeral de mamá.

—Ya veo. — El soldado salió de la carpa y dejó a los gemelos para que pudieran dormir un poco e ir a buscar las mantas. Él sabía que ellos eran los hijos de su ex soldado en jefe y tendría que cuidarlos hasta encontrarles un buen hogar.

—¿Qué va a pasar con nosotros?— Le preguntaron cuando volvió.— ¿Papá sabe que estamos acá?

—Escuchen, buscaremos a alguien de su familia que pueda hacerse cargo de ustedes y si no hay nadie... —Tomó aire hincándose frente a ellos. No quería mentirles y darles esperanza diciéndoles una mentira, por lo que decidió que decir la verdad, sería menos doloroso. —Si no hay nadie, yo me encargaré de buscarles un buen hogar ¿De acuerdo?

Los niños asintieron y se recostaron sobre las mantas para dormir.

La noche era muy fría que incluso con cuatro mantas sobre ellos, tiritaban de frío. El viento movía la carpa levemente y los ponía a temblar a todos, los hermanos Kaulitz se acurrucaron contra el cuerpo del otro buscando un poco de calor. El peso de otra manta cayó sobre ellos, una mujer, la misma de esa tarde, la mujer de cabellos color azabache, enmarañado y sucio. Y hermosos ojos verdes, hinchados de tantas lágrimas derramadas, los observaba con la ternura de una madre y una sonrisa melancólica.

Se inclinó sobre ellos y depositó un dulce beso sobre la frente de ambos.

—Dulces sueños pequeños. —Susurró.



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