Era un edificio enorme, con grandes ventanales de los que, Tom estaba seguro, se podía ver la ciudad entera, el jardín era grande cubierto de una fina capa verde de pasto muy bien cuidado y las pocas plantas que ahí había adornando el lugar, florecían como ninguna otra.
Sus pasos lentos los llevaban a la puerta del edificio, y con cierto temor, se miraban unos a otros tratado de encontrar a alguien que les explicara que estaba pasando.
Detrás del mostrador había una linda secretaria de aproximadamente 25 años, su sonrisa era preciosa y amable y daba una cálida bienvenida a cualquiera que cruzara esa gran puerta de vidrio.
El hombre que los guiaba les pidió que esperaran en la sala. Casi 100 chicos se instalaron en la sala principal que era más grande incluso que el área los dormitorios del reformatorio, mientras que el oficial al mando se retiraba y 20 policías más se quedaban a cargo.
Habías 3 sillones largos y de un blanco inmaculado, las paredes estaban pintadas de colo marfil y una vista preciosa a los grandes jardines que rodeaban el lugar, en las esquinas de la gran sala, habían grandes macetas con helechos y palmeras pequeñas que le daban un ambiente fresco a la habitación. Y aunque los cuadros con pinturas que ellos jamás habían visto, les aterraban, creían que encajaban perfectos con el lugar.
Tom se sentó junto a su gemelo en uno de los grandes sillones blancos, Bill esperaba que Gustav se les uniera como usualmente hacía, dándose de topes contra la pared al recordar que su amigo ya no estaba más y en vez de dejarse envolver por el sentimiento de la perdida, se obligó a estar feliz por su amigo, por haber podido escaparse. Se quedó recargado en una de las esquinas, temiendo ensuciar cualquier cosa sin dejar de mover sus manos impacientemente sobre su estómago, Bill le dio la espalda, no quería verle, pues sólo lograba ponerlo más nervioso.
Las manecillas del reloj corrían lentamente, cada tic tac era una tortura por saber que estaba pasando, Tom se sentía cada vez más frustrado por estar excluido, no le parecía justo que los adultos a cargo supieran lo que harían con él y él no tuviera idea de cual sería su destino. Estaba cansado de que los demás dijeran que iba a ser de él. Se levantó del sillón sin poder aguantar más y se acercó a su gemelo.
—Vamos, Bill. —Su voz sonó en un susurro quebrado, no se había dado cuenta del nudo que se había formado en su garganta y carraspeó un par de veces para deshacerse de el.
—¿Qué dices? — Preguntó Bill mirándolo a la cara, no estaba seguro si era lo que había escuchado.
—Vamos, por favor.—Rogó posando sus manos en los brazos de su hermano menor, mientras ladeaba la cabeza en dirección a la puerta de entrada. Bill le miró sin entender a qué se refería.
— ¡Vayámonos! Escapemos, por favor. — Bill se quedó estático, no sabía que responder a eso y bajó la mirada cuando no pudo soportar más la intensa mirada de Tom.
Su expresión se volvió suave, la suplica en la mirada de Tom le mataba pues él nunca mostraba esta parte suya, la que Bill más amaba, tan vulnerable y pequeño como en realidad era. Y aunque su mirada penetrara tan dentro de él, no iba a ceder. Era una locura y Bill lo sabía, no tenían a donde ir, estarían mejor si se quedaban ahí.
—No, Tom.— Fue firme en su respuesta, Tom pareció retroceder ante la negación de su hermano como si hubiera recibido una bofetada y se abrazó a sí mismo, repitiéndose una y otra vez que todo estaría bien. Se dejó caer en el sofá una vez más.
Es sólo un cambio, nada malo. Se dijo a sí mismo. Pero se sentía como aquella vez en la que su madre fue al hospital, y sólo unas horas después, el doctor salió con la mirada vacía y les anunció su muerte. Quería confiar que nada malo pasaría, pero el pánico estaba apoderándose de él a gran velocidad.
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Vergessene Kinder
FanfictionUn día completamente normal, las calles se vuelven tumbas, las huellas están borrosas. No hay búsqueda, la noche es fría, quien se hiele es demasiado débil. Nadie los contará, nadie los ha visto Solos y perdidos. Nacidos invisibles, muertos de frío...