Ella está sentada sobre la cama mirando en sentido contrario al de él.
Arthur saca cuidadosamente los hilos que atan el corset de ella.
Mientras lo hace, besa cuidadosamente el cuello de ella, bajando por su espalda a cada hilo nuevo que desataba.
Ella quiere que pronto la despoje de esa tortura que llama ropa.
Quita con cuidado la prenda del cuerpo de ella, y con sus manos grandes y blancas, acaricia los senos de ella.
Ella voltea hasta tenerlo frente a frente, y lo besa con una desesperación agonizante.
Él siente su entrepierna doler. Y ella disfruta aquello.
Él se posiciona sobre ella, y se quita el pantalón ágilmente mientras le quita los calzones a Catalina. Dejándola completamente desnuda ante sus ojos, por segunda vez.
Y pronto se adentra en ella, soltando un gemido que ella responde con una sonrisa y un beso.
Se mueve ágilmente, y ella le rasguña la espalda.
La cama suena. Y pensar que aquella cama que compartió tantas veces con Ana, ahora la estaba ocupando con Catalina.
Él mientras se movía, mientras ella gemía y jadeaba, y se entregaba al placer que sabía perfectamente que sólo podría sentir por ella, la besó.
Pero la besó diferentemente a las otras veces.
La beso tiernamente. La besó delicado. La besó y sintió el alcohol en los labios de ella. Pero no le pareció un sabor desagradable como con Ana, sino todo lo contrario; el alcohol en los labios de Catalina sabía bien, sabía levemente amargo y enternecedor.
Luego de besarla, intensificó sus embestidas, mientras ella gemía cada vez más alto. Y sus cuerpos sentían llegar a un paraíso pecador, deprimente, asfixiante, aunque suficiente para poder saciar la sed uno del otro.
Y de pronto se detenía, se saciaba aquella sed. Y sólo se escuchan las respiraciones agitadas, como una evidencia de lo que habían cometido.
Él la besó por última vez en los labios antes de pasarle su ropa.
Para que ella se vistiera y volviera a su cuarto.
Fingiendo que nada ha ocurrido...
Y ella recibe su ropa, y se siente como un vil objeto, que después de ser utilizado no es necesario. El inglés, le pasa su vestuario con las manos tiritonas, tratando de alejarla lo antes posible.
La sola idea de que alguien los viera le producía miedo.
Y Catalina se sobrepone el corset y los calzones, volviendo a tapar algo que estuvo desnudo para alguien que no sabe valorarla.
Se levanta de la cama con total lentitud, abre la puerta del cuarto, y se va, antes de mirar a Arthur.
El rubio sostiene su cabeza con sus manos, y cierra los ojos fuertemente, que ya sentía empañados por la presión.
Aquella agonía lo estaba matando. Estaba muriendo al saber que amaba, deseaba y que ejercía carnalidades con Catalina, también que Ana tenía a su primogénito en el vientre. Aquello lo hacía sentirse en una prisión, era una atadura para estar siempre junto a su esposa, que aborrecía en secreto, que pedía que pronto se aburriera de él.
Y el inglés se mira el espejo; y ve su rostro blanco y límpido, su barba bien mantenida, sus ojos rojos e hinchados. Ve desesperación, ve pecado, ve daño y dolor.
Y también ve el rostro de Catalina al saber la noticia de su futuro hijo.
(...)
Los gallos cantaban aquella mañana. Los empleados estaban levantados desde las ocho.
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Efímero.
RomanceSociedad Europea año 1850. En una provincia de Europa vive Ana Federighi y su hija Catalina. Además de tener una pésima relación, la madre planea casar a la hija lo antes posible para no verla más. La familia Longton por su parte, está en la bancarr...