Cofre de Porcelana.

244 20 4
                                    

- Señorita Federighi... ¿Es usted hija de Ana, no es así?

- Así es...

- ¿Le han dicho que es muy hermosa?

Ella se sonroja.

- No es necesario que sea tan encantador, señor O'Higgins

- Llámeme Diego

-Diego, es usted un galán

- ¿Cuántos años tiene, señorita?

- Tengo diecisiete

- Una dama joven...

- ¿Y usted? 

- Veinticuatro...

- ¿Aún soltero, señor O'Higgins?

- Soy indomable... y para usted, le recuerdo que soy Diego

- Está bien, Diego.

Diego y Catalina bailaron tres vals seguidos. Hasta el momento, ella creía que era el mejor candidato, y debía portarse bien con él para ganarse el respeto de Ana.

Por un momento, Enrique salió de la biblioteca. Por casualidad, en la pista de baile vio  a Catalina y a Diego bailando.

Él la miró por un buen rato, aunque no lo haya notado.

Se fijó en cada detalle; la expresión de su sonrisa, la forma en que movía los brazos al bailar, sus gestos, su cabello en cascada, la forma en que abría sus ojos verdes, se fijó en la fineza de sus pasos, en lo etérea que ella era para él, de otro mundo, celestial, un ángel a los ojos del padre Enrique.

Lástima que él jamás podría conocer el sabor de sus besos, sentir la suavidad de su piel, oler su fragancia, él jamás podría perpetuarla. Y quizá esa era la magia.

Quizá eso era lo que lo hacía verla de esa forma; lo lejana, lo pura, lo inalcanzable. Algo que jamás estaría a su alcance, por más que él quisiera. Jamás Catalina iba a amarlo. 

Jamás él sacrificaría su alma. 

Y cuando la miraba, ya casi sentía el calor de las llamas del infierno recorriendo sus pies, recorriendo sus labios. Lo que él no entendía del todo bien, es que inconscientemente sería capaz de arriesgar todo lo que tiene por ella. Sería capaz de perpetuarla si es que las condiciones así se dieran, sería capaz de botar todo a la basura, también de pecar y ser apiedrado y juzgado.

Esa es la otra magia. Hasta el amor sano puede volverse insano según las condiciones, las consecuencias.

Hasta el hombre más bueno como Enrique de Aragón, podría cambiar sus ideales y sus actos, y volverse el mismísimo demonio con tal de cumplir un deseo, una ilusión, con tal de vivir una pasión que lo carcome día y noche y no le permite dormir bien desde hace mucho tiempo.

(...)

Arthur mira fijamente como Catalina y Diego han hablado durante todo el baile. Están sentados juntos conversando, y bebiendo algo.

En una mesa, están sentados Ana y Arthur. 

La mujer siente la mirada de su esposo presente en la muchacha. Aunque lo niegue, sabe perfectamente lo que sucede dentro de su casa.

- ¿qué crees que será?-.pregunta ella-.

- ¿Qué?

- ¿Será una niña o un niño?

Él sonríe.

-Será un niño...

- ¿Un niño?

Efímero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora