Capítulo XVII

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Abrí los ojos poco a poco. Los rayos del sol me daban en la cara. Miré a mi alrededor, estaba en mi casa,en mi habitación. A mi lado estaba Bruno, abrazándome con sus brazos, dándome calor. Me alegraba de verle. Le di un beso en la mejilla y me recosté en su pecho. Le miré la cara, parecía cansado, tenía un montón de ojeras y sus párpados estaban cerrados como si fueran pesados. Le acaricié su pelo rebelde que estaba despeinado. Le toqué su mejilla, estaba helado. Me fijé que sólo estaba tapada yo. Cogí la manta y le tapé. Hasta durmiendo era súper guapo. "Pero....¿por qué está aquí? ¿Y Marina dónde está?"
Aunque quisiera ir a la cocina a ver si estaba mi hermana, no podía moverme, estaba tan a gusto ahí que no quería moverme. Me recosté otra vez en su pecho. Oía los latidos de su corazón. Noté que se movía. Levanté la cabeza y vi como poco a poco abría sus preciosos ojos.
-¡Ana! ¡Mi amor, has despertado!-me dijo mientras me abrazaba.
-¿Qué? Si sólo ha pasado un día.
-¿No te acuerdas? Hace cinco días te desmayaste.
-¿He estado durmiendo cinco días?
-Sí.
Intenté recordar lo que había pasado. De repente, me vinieron las imágenes. Recordaba todo, la conversación, el plan, todo.
Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas. Bruno me abrazó muy fuerte. Empecé a llorar desesperadamente. Llené su bonita camiseta de lágrimas saladas. Cuando ya me tranquilicé Bruno posó sus ojos en los míos. Me puso la manta de pelo que me caía en la cara detrás de mis orejas.
-Tranquilízate Ana, cuéntame lo que te pasó.
Le conté todo pausadamente mientras mis ojos soltaban pequeñas lagrimillas.
-Tenemos que contárselo a Marina.
Asentí. Nos levantamos y fuimos a la cocina. Estaba Marina comiendo cereales.
-Hombre, la bella durmiente. Menuda dormilona estas hecha. -se rió entre dientes.
-Tenemos que contarte una cosa. -dije seriamente.
-¿Qué pasa?
Bruno le contó toda la historia ya que yo no estaba en condiciones para contárselo.
-Pero...pero...eso es imposible. -dijo mi hermana con los ojos como platos.
-Ella misma me lo contó.
-Tengo que verla, por favor Ana, dime donde está.
-Marina ....no vayas, no merece la pena.
-Quiero ir, dime donde la viste.
-Te lo digo si puedo ir contigo.
-Está bien, vamos -dijo mi hermana mientras cogía su bolso. Salimos y fuimos rápidamente al edificio blanco. Había guardias como la última vez.
-Vamos, no hace falta distraerles, ya que sabemos que somos sus hijas. -dije mientras andábamos hacia ellos.
-¿Dónde creéis que vais?-nos dijo el guardia de la derecha. Era feo, bajo y delgado. Tenía los ojos color café y el pelo moreno. Su voz era grave y ronca.
-Somos las hijas de Melinda. Tenemos derecho a pasar.
-Esperad un momento -dijo el guardia de la izquierda mientras iba adentro.
Después de unos minutos de espera, salió el guardia con Melinda.
-Marina, me alegro de verte, que mayor estás. -dijo con una sonrisa. -Hombre, Ana no sabía que ibas a volver.
Le miré con cara asesina.
-Cómo pudiste hacerlo.... -dijo mi hermana con cara de asco.
-Era por vuestro bien.
-Tú que sabrás, no sabes nada. Sólo querías salvar tu vida y la de papá.
-No sabía que iba a funcionar....
-Oh, por dios, si estuviste en el mejor laboratorio del mundo. No cuela. -le dije con cara asesina.
-¿Qué pasa aquí? -preguntó una voz masculina.
Salió un hombre bajo y rellenito. Tenía el pelo negro y los ojos cafés.
-El que faltaba -dije al darme cuenta de quien era.
-Hijas mías cuánto os he echado de menos. -dijo abriendo los brazos para abrazarnos. Dimos un paso atrás.
-Si tanto nos has echado de menos nos tendrías que haber buscado. Pero no, huís como cobardes. -dije mientras les clavaba mi mirada fría.
-Lo sentimos...no nos habíamos dado cuenta. -dijo mi padre cabizbajo.
-Vosotros no tenéis ni idea. Sois de lo peor. Me dais asco. Yo echándome la culpa porque no os había salvado...y resulta que todo era una gran mentira. -dijo mi hermana con lágrimas en los ojos.
-Marina...nosotros....
-¡Cállaros! -les gritó mi hermana. -Ana,Bruno, vámonos.
Dimos media vuelta.
-¡Esperad! Tenemos una cura para que los zombies vuelvan a ser humanos, pero necesitamos vuestra ayuda.
-¿Qué clase de ayuda?-preguntamos los tres al unísono.
-Pues....-comenzó diciendo mi madre.

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