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Franco

- Vamos, hombre. ¿Qué se siente saber que una chica va a vivir contigo? ¿Me vas a decir que de verdad no te da curiosidad saber cómo es físicamente? - Max llevaba todo el día molestándome con lo mismo, desde que se había enterado de la hermana de nuestro nuevo socio, quedándose en mi casa próximamente.

Había tratado de mantener mi expresión neutral, aunque en realidad quería golpearlo. Sin embargo, estaba tratando de mantener la calma, no debía caer fácilmente en disturbios. Ese no era mi trabajo. No con Max.

- La verdad es que no estoy interesado. Sabes que no quiero una relación.

- Nadie habla de una relación - sonrió estúpidamente.

- Yo no me acuesto con chicas solo porque sí. Deberías saberlo - le contesté con seriedad.

- Ahora sé por qué Dakota te dejó.

Me encogí de hombros y continué en mi trabajo como si nada. Estaba bromeando, lo sabía. Max era un idiota con las chicas, pero era de los pocos amigos que tenía. En un país como este, era difícil hallar verdaderos amigos. Incluso después de todos estos años, no lograba sentirme perteneciente a este lugar. Muchas cosas, entre ellas la cultura y el lenguaje, me hacían extrañar mi naturaleza mexicana. Sin embargo, sabía que era imposible que yo regresara a ese país.

- Franco, ven a mi oficina, por favor - me llamó el sr. McKinsey desde la puerta de mi oficina.

Dejé a un lado los papeles con los que estaba trabajando y seguí a mi jefe. Podía adivinar fácilmente de qué iba a tratarse esta reunión.

- Por favor toma asiento, Franco - me indicó al momento de entrar. Me posé en la silla y esperé con paciencia lo que me quería decir -. Queda una semana para que Anaysa venga a Los Ángeles, quiero saber cómo van los arreglos para eso.

- Si se refiere al espacio, ya he acomodado mi departamento para que pueda establecerse en él sin ningún problema - contesté de inmediato.

- Me parece muy bien. Sin embargo, me gustaría tratar otro asunto contigo - su voz se volvió más seria.

- Usted dígame, jefe.

Se acomodó en su silla y me miró de manera analítica.

- Anaysa es una chica muy guapa, Franco. No me gustaría enterarme de que... - lo interrumpí a media frase con una sonrisa.

- No tiene por qué preocuparse. Sabe que soy de confianza y nunca haría algo que pudiera dañar a una mujer, sea quien sea.

Enganchó su mirada con la mía y sonrió con suficiencia.

- Lo sé. Es por eso que solo podía confiar en ti, pero necesitaba oír esas palabras, saliendo de tus propios labios, para sentirme más seguro - su expresión era de satisfacción -. ¿Te hace falta algo más para recibirla?

- No, señor - negué -. Realmente, si se llega a necesitar algo, lo arreglaremos entre nosotros. Por eso no hay ningún problema.

- De cualquier forma, recuerda que te estaré pagando tiempo extra para que no les falte nada.

Asentí en silencio. Andrew de verdad quería a la chica aquí. Aunque aún seguía sin comprender el por qué.

- Bueno, muchacho. Ve a seguir trabajando y avísame sobre cualquier cosa.

- Está bien - dije al tiempo en que me preparaba para salir de su oficina.

Apenas eran las cinco de la tarde y aún quedaba una hora más de trabajo. Las vacaciones realmente me hacían falta, aunque no estaba seguro de que éstas pudieran verse como tal. Trabajaría media jornada diaria y el resto del tiempo estaría al lado de Anaysa, tratando de mostrarle la ciudad. Esto era demasiado raro, no podía evitar sentirme incómodo con la idea de una mujer compartiendo mi vida. No era algo para lo que yo pudiera estar preparado.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora