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Hoy empezaba mi viaje a Estados Unidos y en lo único que yo podía pensar, era en lo poco o mucho, preparada, que estaba para afrontar todo lo que vendría en adelante. Tenía un raro presentimiento rondando por mi cabeza desde esa mañana; pero bien podrían haber sido los simples nervios actuando en mi contra. Después de todo, ya había vomitado en el excusado...

- Ana, tenemos que irnos al aeropuerto o perderás tu vuelo - me volvió a llamar Steven.

- Ya voy. Un minuto por favor - gemí.

- Eso llevas diciendo desde hace quince minutos ya - me reprochó.

- Esta vez es en serio - insistí mientras me levantaba del suelo.

- Bien. Apresúrate o tendré que tirar esa puerta yo mismo - llevaba una hora encerrada en el cuarto de baño. Entendía su molestia.

Tomé varias respiraciones profundas y a continuación elevé mi mirada hasta quedar al ras del espejo pegado a la pared. Me veía un poco pálida, pero no había más rastro de enfermedad evidente por mi cara. Mis ojos eran verdes, al igual que lo habían sido los de mi padre. Mi largo cabello lacio y castaño, caía sobre la piel bronceada de mis hombros, sin resistencia. Cerré los ojos. Cuando era pequeña, mi madre había pasado innumerables horas cepillándolo hasta que quedara desenredado por completo. Suspiré. Por eso había decidido mantenerlo de esa manera... para recordarla siempre.

Por fin me decidí a salir del cuarto de baño y enfrenté a mi hermano. Su mirada era triste a pesar de querer parecer molesto. No nos habíamos separado nunca, mucho menos desde la muerte de nuestros padres. Esto iba a ser muy difícil para ambos.

Nos quedamos en silencio por unos segundos, no podía evitar pensar en aquel primer día en que nos dimos cuenta que estaríamos solos de verdad. El funeral había pasado y la familia se había ido marchando poco a poco. De pronto, todo el mundo seguía con sus vidas, mientras Steven y yo, nos quedábamos atrapados en el recuerdo de aquellas lápidas talladas en mármol.

Con el tiempo habíamos seguido adelante, lo sé. Pero después de tantos episodios infelices...

Ambos nos habíamos apoyado, levantado... Tomado de la mano y decidido continuar el uno al lado del otro. Juntos habíamos compartido sueños, esperanzas, ilusiones... Ninguno de los dos había pensado que este día llegaría, o tal vez, simplemente no queríamos hacerlo... pensar en ello. Estar separados nunca había estado en nuestros planes. Por mucho que yo hubiese pensado que era así.

- Será mejor que nos vayamos o perderás tu vuelo - su voz sonaba rara, como si su boca no hubiese querido cooperar para soltar esas palabras.

Lo miré con infinita tristeza guardada en el alma. Él me miraba de la misma forma. Asentí siendo incapaz de proferir una sola palabra, y nos marchamos al aeropuerto.

La despedida real no fue muy diferente. Había una superstición para cuando alguien se marchaba. Si llorabas, algo le pasaría a esa persona en el camino - entenderán por qué ninguno de los dos quiso llorar frente al otro -. Mauricio se mantuvo en silencio mientras abordábamos el avión. Me dedicaba sonrisas reconfortantes cada vez que lo creía necesario y yo solo podía observarlo sin mucho ánimo. A veces me gustaba verlo como si fuera parte de mi familia. Tal vez como a un tío, alguien que se acercara mucho a un padre. Eso me reconfortaba por el momento. Al menos alguien familiar se mantendría a mi lado por un tiempo...

Solo eso. Por un tiempo - me repetí a mí misma sintiendo el llanto instalado en mi garganta.

- Tranquila. Una vez que lo hayas asimilado, comenzarás a disfrutarlo - me apretó con delicadeza la mano cuando ya estábamos sentados en nuestros respectivos asientos.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora