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Max se había ido en busca de su bebida paradisiaca mientras Franco y yo nos quedábamos solos en medio de un ambiente lleno de tensión. Su mirada meditabunda se centraba en algún punto fijo de la pared contraria, al mismo tiempo que yo observaba con cierta añoranza de felicidad, a los cuerpos danzantes de la pista. El ritmo de la música se filtraba por mi piel haciéndome vibrar al compás de las notas electrónicas. Las luces cambiantes deformaban los rostros haciéndolos ver como monstruos. Su baile exótico era envuelto por el humo de las máquinas, añadiendo esa bruma espesa tan característica de las películas de terror. Cerré mis ojos.

- ¿Quieres bailar conmigo?

- Por supuesto.

La sonrisa arrogante de sus rostros disfrazando su interior. Voces susurrantes por todos lados y el latido constante de un solo corazón. Después un grito, un gemido y sangre. Sangre por todas partes...

- ¿Ana? - Abrí los ojos para encontrar el cuerpo de Franco más cerca de mí, que hace un instante.

- Hola - articulé sin sonido, sabiendo que entendería el movimiento mis labios. Había una sonrisa dibujada en mi rostro.

Inclinó la cabeza hacia un lado, curioso. - ¿Qué haces? - Parecía divertido.

- Nada - contesté sin apagar mi sonrisa.

- Eso no parece muy cierto - deslizó su cuerpo por el sillón de media luna en el que estábamos sentados, para poder estar más cerca de mí -. ¿Qué hacías? - Murmuró con tanta curiosidad y misticismo, que me dieron ganas de darle un beso en la mejilla.

- Estaba imaginando una historia.

- ¿La escribirías? - Su mirada se había deslizado a mis labios por un breve instante.

- Tal vez.

Sus ojos hicieron contacto visual con los míos. - ¿De qué era?

Me reí. - Demonios, vampiros, seres oscuros, no lo sé... Solo imaginé una escena. Mi mente no es tan rápida.

- Que extraño - su cuerpo volvió a apropiarse de su propio espacio.

- ¿Por qué? - Pregunté extrañada.

- Creí que escribías historias del pasado.

Abrí la boca sorprendida. - ¿Cómo lo sabes?

- ¿Creías que recibiría a una autora en mi casa sin tener idea de lo que escribía?

- Eso hubiera sido lo más natural - alegué de manera sugerente.

- Bueno - hizo una mueca -, pues soy un antinatural entonces.

Sonreí entretenida. - ¿Te gustó?

- Tal vez - contestó de la misma forma en que yo lo había hecho.

- ¡Oye! - Lo golpeé en broma -. No puedes decirle a un autor que lo has leído, sin dar tu opinión al respecto de sus obras.

- Creo que es posible si yo lo estoy haciendo - argumentó con una pretensión fingida.

Lo observé con cariño y deslicé mis manos a mis costados para estar más cómoda. - Me gustan los cuentos de ficción - su mirada volvió a centrarse en mí -. Alguna vez he escrito uno que otro, pero no he tenido la oportunidad de sacarlos a la luz. Creo que me agrada la idea de mantenerlos en privado. Eso los hace más especiales. Además no sé qué tan buenos sean. No son el estilo al que estoy acostumbrada. Así que podrían ser cualquier cosa - me encogí de hombros.

- No puedes saber si son buenos o malos hasta que alguien más lo lea - afirmó con seguridad -. Deberías probarlo. Quizá sean tan buenos como tu novela.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora