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- No deberías estar aquí – el aliento de Franco cosquilleó en mi rostro, sus dedos acariciaban con delicadeza la parte superior de mi cabeza y su respiración acompasaba la mía.

- Deberías estar dormido – le dije en medio de un bostezo y manteniendo los ojos cerrados.

- Creo que ya dormí por mucho tiempo – pellizcó mi nariz y abrí los ojos con una sonrisa enorme -. Además, creo que tú deberías descansar en la cama que te corresponde y no en un sofá.

Los ojos de Franco me observaron fijamente con un brillo que nunca antes había visto en ellos, sus dedos siguieron jugando con mi cabello sin que él prestara mucha atención a ello, se encontraba acuclillado frente a mí y estaba usando la misma ropa que le había dado a Max para que lo vistiera. La luz de la sala estaba prendida. Seguramente me había quedado dormida mientras estaba leyendo y ni siquiera me había percatado de ello.

- Pareces muy feliz – comenté entretenida con su actitud.

No había ningún reloj cercano para ver la hora, pero tenía la sensación de que era muy tarde.

- Tú pareces muy hermosa – soltó con una honestidad que me dejó sin palabras -. En realidad - acercó sus labios a mi oído -, tú siempre te has visto hermosa.

El sonido de su voz recorrió todo mi cuerpo en un largo estremecimiento. Mi corazón estaba latiendo a mil por hora y mis mejillas se habían tornado un poco rojas. Sus palabras y su gesto me habían tomado desprevenida en todos los sentidos. Él nunca se había dirigido a mí de esa forma.

- ¿Qué haces? – Murmuré con delicadeza, tratando de entender qué era lo que le había hecho cambiar de actitud hacia mí, de manera tan repentina.

- Nada – susurró riéndose, al mismo tiempo en que se separaba un poco de mi rostro -. Deberías levantarte e ir a dormir a la cama.

Sonreí llevando mis manos a la cara mientras negaba.

- Pudiste haberme dejado dormir aquí – me quejé evitando prestar atención a los gestos que me invitaban a levantarme.

– Vamos, dormilona – su voz era más cariñosa de lo que yo podía resistir.

- No – chillé y le di la espalda con un enfurruñamiento. Esto era una pelea de niños.

- Ana... – me llamó con diversión, al mismo tiempo que intentaba darme la vuelta.

- Franco... - repetí con el mismo tono y resistencia.

- Bien – sus brazos abandonaron sus intentos y se puso de pie -. Pero que quede claro que tú lo pediste – sentenció y a continuación me atacó con cosquillas en el costado.

- ¡Franco, no! ¡Para! ¡Para! ¡Ya! – Comencé a gritar mientras intentaba alejar sus manos de mis costillas. Ni mis manotazos ni mis intentos épicos por alejarme, me sirvieron de algo. Al final yo estaba aplastada contra el sofá mientras él me dominaba con las manos sobre mí estómago -. Está bien, está bien. Ya me levanto, pero detente de una vez, por favor – supliqué entre risas.

Sonrió triunfalmente.

- Me parece perfecto – se oyó decir a sí mismo antes de que yo cayera rodando al suelo - ¿Pero qué...? ¿Estás bien, Ana? – El tono asustado de su voz, me hizo reír con mayor fuerza.

Me había resbalado del sofá.

- ¡Pero claro! Yo me paro así. ¿No lo ves? – Mi mejilla estaba apoyada contra el frío suelo de madera.

Soltó un bufido y me ayudó a ponerme boca arriba.

- Levanta. Vamos, vamos – sus ojos brillaban de una forma sorprendente. No quería parar de mirar esa expresión de alegría y diversión.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora