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Franco

Un día ha sido más que suficiente para acabar con mi autocontrol. Anaysa es una chica sorprendente. Un segundo te observa con esa mirada suya, tan alegre y tan tímida, tan característica de ella, y al siguiente, sus ojos se vuelven opacos y oscuros; se vuelve esa mujer seria y de coraza dura que ha sabido salir adelante a pesar de su pasado. Admiro su manera de recomponerse ante todo. A mí me ha costado muchos años. En cambio ella lo hace parecer tan fácil, tan sencillo; pero yo sé mejor que nadie que no lo es. Por eso me despierta un gran aprecio que ella pueda sonreír y bromear después de haber llorado por sus recuerdos. Quisiera poder hacer lo mismo. En cambio, lo único que hago es evitar todo aquello que me mata cada día y que me ha condenado al infierno desde hace diez años. Ser consciente de su sufrimiento interno me ha tomado totalmente desprevenido. Mis intenciones hacia ella no han sido más que las de mostrarme amigable y caritativo. En ningún momento deseé que se volviera alguien importante para mí, pero ahora que está aquí ¿cómo puedo alejarla simplemente de mis pensamientos? Es muy difícil hacerse a un lado y fingir que no pasa nada. Mi mente y mi corazón se niegan a intentarlo. De alguna manera, yo siempre he tratado de ayudar a la gente con sus problemas. Esa es mi forma para remediar un poco del daño que he causado. Por supuesto, nunca he rebasado algo que no esté a mi alcance, dentro de mis límites. Pero ella está en mis manos justo ahora, ¿verdad?

Abandono mis pensamientos mientras preparo nuestro desayuno. Aún quedan algunas cosas pendientes en la empresa; así que le han dado unos días libres a Ana, lo que me deja con días libres a mí también.

- Buenos días - su voz me hace volver la cabeza de inmediato.

Sonrío. Ella se ve hermosa. Por un momento recuerdo la mañana anterior a esta, me sonrojo ligeramente. Mi intención no había sido apreciar de esa manera sus piernas desnudas, pero...

- Hola - le digo para cortar limpiamente con mis pensamientos.

- ¿Qué cocinas? - Pregunta con su sonrisa de niña pequeña.

- Es un poco de pasta con verduras - la invito a probar un bocado.

- Mmm, está muy rico - se ríe -. Probablemente no me quiera ir de aquí después de probar lo que cocinas.

- Será un sacrificio necesario - coincido.

- ¿Tenemos algún plan para hoy? - Me pregunta sentándose sobre un banco que está junto a la estufa.

- No realmente. Esperaba que tú propusieras algo.

- La verdad es que quisiera quedarme aquí, un rato al menos - en su mirada se nota la contradicción del día anterior.

- Por mí no hay ningún problema. No salgo mucho - me detengo un segundo -, pero tengo que ir al gimnasio. No te molesta si te quedas sola en la tarde, ¿verdad?

Sus ojos se iluminan de una forma desconocida para mí. Su sonrisa vuelve a aparecer.

- Sabía que un hombre no puede estar así sólo porque sí - afirma señalándome de manera carismática hasta que capta cómo sonó eso al salir de sus lindos labios; entonces se pone roja como un tomate y yo no aguanto las ganas de reír. Ella siempre está diciendo cosas que ni siquiera piensa hasta que ya están afuera. Aunque parece que eso sólo pasa cuando está conmigo o cuando está muy nerviosa.

- ¿Así que estuviste pensando en mi cuerpo, eh? - Le giño un ojo y ella me fulmina con la mirada. Ahí vamos otra vez con la pequeña guerrerita a jugar.

- No es eso.

- ¿Entonces qué es? - La reto divertido.

- Es simple ego de chica tratando de convencerse de que las mujeres no son las únicas que tienen que hacer un esfuerzo por su físico - levanta su barbilla orgullosa.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora