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Anaysa

Gemí al sentir la luz del sol filtrándose por la ventana. Cubrí mi cabeza con las sabanas y traté de alcanzar mi celular con la mano fuera de mi enredijo de escondite solar. Finalmente lo sentí y jalé hacia mí para ver la hora. Mi corazón dio un vuelco completo al ver que eran pasadas de las diez de la mañana y yo apenas despertaba. Me paré en menos de un segundo, generando un vértigo en mi equilibrio. Me dejé caer sentada en la cama, tratando de calmar las reacciones de mi cuerpo. Evidentemente estaba teniendo una resaca leve, pero me comenzaban a preocupar más los recuerdos de esa noche. ¿Había sido mi imaginación o Franco...?

- Franco – murmuré tratando de percibir el olor inexistente a desayuno de cada mañana. Me puse de pie nuevamente, con mucho más cuidado que antes. Me coloqué un abrigo para cubrir la parte superior de mi piyama y salí de la habitación para encontrar el resto del departamento vacío. Caminé lentamente hasta la cocina, buscando con la mirada una nota como las que siempre dejaba cuando se iba muy temprano sin avisarme.

No había nada.

Giré extrañada tratando de localizar algo que me diera una pista de a dónde podría haber ido, pero su maleta de ejercicio seguía en su sitio habitual, las sábanas seguían dobladas en la orilla del sillón y la ropa que había usado el día anterior no estaba en el cesto de la ropa sucia que tenía en el baño. Fruncí el ceño. Él había estado conmigo esa noche. A menos que... Apreté las manos en puño. ¡No! ¿Cómo se me podía ocurrir que él se hubiese ido con esa tipa? ¿Acaso no había visto como la miraba cuando no la encontramos? Claro. Pero después...

- ¿Por qué se va Franco? – Le pregunté en voz alta a Max.

- Va a dejar a Dakota a su casa – contestó haciendo una mueca.

- ¿Por qué habría de hacer eso? – Cuestioné extrañada.

- Porque es Franco – gruñó con molestia -. No sé hasta cuándo va a entender que a esa chica es mejor mantenerla alejada.

Lo miré confundida.

- Pero creí que tú sabías que vendría.

- Sí, lo supuse cuando vi a Devora atendiendo; pero no esperaba que fuera tan descarada como para armar tal espectáculo. Mucho menos para ofenderte y para actuar como una urgida con Franco. ¿Viste la mirada que nos dirigía mientras él se despedía? Esa chica no necesitaba ayuda para ser llevada a casa. Es obvio que está tratando de meterse en la cama con Franco, pero mi amigo es tan iluso como para creer que aún necesita ser un caballero andante con ella.

Sentí un retortijón en el estómago.

- ¿Crees que ella consiga lo que quiere? – Le pregunté tratando de disimular mi miedo.

- No tengo idea... - hizo otra mueca tomándome de la mano -. Necesito un trago. ¿Quieres acompañarme?

Lo pensé por un segundo. Miré hacia la puerta sabiendo que hacía rato que se había ido Franco. Me sentía desanimada. Giré hacia Max y asentí. – ¿Puedo tomar un poco también?

Un porrazo en la puerta provocó que me sobresaltara, sacándome de mi ensimismamiento.

- ¡Ana, abre la puerta! – Max gritaba desde el otro lado como loco.

Me apresuré a abrir la puerta, temiendo lo peor. Max estaba tratando de sostener a un Franco medio inconsciente con todas sus fuerzas. Traté de respirar, pero no podía hacerlo con el nudo en la garganta que me estaba obstruyendo el paso del aire a los pulmones. Me hice a un lado y los dejé pasar con apresuramiento. Max colocó como pudo a Franco sobre el sofá y se dejó caer en el suelo, mientras trataba de tomar varias respiraciones para recuperar el aliento. Debía haber sido muy duro cargarlo por todas las escaleras del edificio.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora