10

42 5 0
                                    

Anaysa

Nada bueno podía salir de esto.

Franco había sido un hombre atento en todo momento y eso solo estaba empeorando las cosas. Como si su atractivo no fuera suficiente para mantener mi imaginación andando, ahora tenía que lidiar con ese molesto revoloteo de mariposas estomacales, que sentía cada vez que lo tenía muy cerca o a la simple vista de mis ojos. ¿Cómo, en esta vida, una chica podía sentirse irrefrenablemente atraída por dos hombres, en tan solo una cuestión de un par de días? Está bien, tenía que admitir que ambos eran muy guapos (mucho-muy-guapos), pero ¿por qué justo ahora mis hormonas habían decidido despertarse de esa manera tan escandalosa? Antes de venir a los Estados Unidos yo no había sido una chica enamoradiza. Simplemente era soñadora, y aún lo era (lo cual, para mi desgracia, estaba actuando totalmente en mi contra en estos momentos); pero el amor nunca había llegado a mi vida como algo instantáneo. Tal vez sólo debía acostumbrarme a verlo por más tiempo y entonces la atracción se iría. Después de todo, yo no podía llegar a sentir algo por...

- Anaysa, ¿estás despierta? - Su voz atravesó la almohada que había pegado a mi rostro en un intento vano por desconectar mi mente de la realidad.

- Sí - grité con muchas ganas de gemir. No había dormido prácticamente nada en toda la noche.

- Em... - dudó -, ¿crees que pueda pasar por un poco de ropa?

Mi corazón dio un vuelco exaltado y comencé a sudar. Mierda.

- Está bien, solo espera un segundo.

Mentalmente estaba considerando mis opciones. La primera consistía en quedarme recostada en la cama, exactamente como lo estaba ahora, pero eso solo lograría hacerme ver más patética de lo que ya me sentía de por sí, frente a él. Por otro lado, si me paraba, lo más seguro es que acabaría ocasionando un gran alboroto cuando mis piernas no lograran sostenerme el tiempo suficiente, y terminara cayendo en un completo sin-estilo hasta el suelo.

Demonios. De verdad, ¿de qué estoy hablando justo ahora? Es más, ¿desde cuándo maldigo tanto?

Un carraspeo al otro lado de la puerta, me sacó del trance aleatorio y sin sentido en el que había estado ensimismada. Mi cuerpo había permanecido inmóvil sobre la cama durante todo ese tiempo. Mentalmente me cuestionaba sobre la factibilidad de participar para obtener el Premio al Mejor Engarrotamiento de la Historia; después de todo, mi posición actual me dejaba en una muy provechosa ventaja sobre los posibles competidores. Pero desde luego, sabía que este momento no era para pensar en eso y que ya no quedaba tiempo para planear otra idea escurridiza; así que opté por cumplir la opción más convincente que tenía planeada hasta el momento.

- Pasa - mi voz me traicionó al sonar más chillona de lo normal. Maldita sea. Esta era una mañana memorable entre las peores.

La puerta se abrió y juro que casi vuelvo a maldecir en voz alta cuando su cuerpo penetró la recamara. En cambio, preferí mirar hacia el otro lado de la habitación, mientras Franco-pecho-desnudo se paseaba por ahí, en busca de sus pertenencias localizadas en el armario. Mis piernas se balaceaban de un lado a otro de manera nerviosa, tratando de guardar la compostura desde mi asiento a la orilla de la cama. Esto era verdaderamente incómodo.

- ¿Estás bien? - Franco me miraba con un ceño fruncido que no sabía muy bien cómo interpretar. Estaba a punto de contestarle, cuando noté cómo su mirada caía en la cuenta de la ropa que estaba usando para dormir esa noche. Avergonzada e irritada, traté de cubrir lo más que pude con las sábanas esparcidas a mi alrededor. Sin embargo, Franco había desviado su mirada al mismo tiempo, y ahora estaba saliendo de manera apresurada por la puerta de la habitación. Me dirigió una última mirada antes de cerrar, pero ninguno de los dos fue capaz de proferir alguna palabra después de aquel momento tan escambroso para ambos.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora