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Franco

El grito escalofriante dentro de mis sueños me hace despertar. Las sábanas de la cama están pegadas a mi cuerpo sudado y tembloroso; mi respiración es sumamente agitada.

- ¿Qué hora es? – me pregunto mentalmente a mí mismo.

Siento una punzada interna en la cabeza. Tallo mis ojos y trato de aclarar mi vista en medio de la oscuridad. Es entonces cuando me doy cuenta de la habitación vacía y el sonido de la regadera que atraviesa el departamento hasta llegar a mi habitación. Tomo un respiro profundo y decido ponerme de pie para ir a la cocina por un vaso de agua. Mis fuerzas son medidas y mi orientación está atrapada en un fuerte mareo. Con dificultad me traslado hasta el refrigerador. Mi boca se siente aliviada cuando llevo el agua hasta mis labios. Bebo medio litro, o quizá, un poco más. Sin embargo, me siento tan débil que debo dejarme caer en el sofá más cercano. Es imposible que llegue a la cama en este estado.

Pasan unos minutos antes de que deje de oír el agua correr en la bañera. Y otros más, antes de que la puerta del baño sea abierta. Miro hacia Anaysa y le dedico una sonrisa. La silueta de su cuerpo, enmarcada por la luz que atraviesa la puerta, es perfecta. Está usando una piyama holgada y lleva la toalla enrollada en el cabello. El olor agradable de su champú es perceptible desde la distancia y el vapor está corriendo por el techo de la habitación.

- Hola – le saludo de manera natural, pero ella pega un respingo y gime. Suelto una risilla y la observo caminar con un gesto de frustración dibujado en su cara. – Así debes tener la consciencia – me burlo con la frase que mi madre siempre me decía cuando era niño.

- Mejor no digas nada – se queja con voz diminuta y se sienta al otro extremo del sofá. Su mirada se dirige a mi rostro con cierta preocupación. - ¿Te desperté?

Niego con la cabeza. – Tenía mucha sed – señalo con un gesto hacia la mesa de centro donde reposa el vaso vacío.

- ¿Tienes sueño? – su voz suena violenta. Frunzo el ceño y presto más atención a sus movimientos. ¿Por qué está tan incómoda?

- No mucho – su mano izquierda sufre un espasmo. – Aunque tampoco es que tenga mucha fuerza para regresar a la cama – me siento obligado a agregar.

Su mirada regresa a mí, de manera inmediata.

- ¿Te sientes mal? – ahora su voz es la que tiembla.

- ¿Qué? No – no quiero preocuparla -. Solo un poco débil, pero no creo que sea para tanto.

- ¿Quieres que te ayude a llegar? – su ojos brillan a pesar de la escasa luz en la habitación.

Asiento. – Pero primero deberías apagar la luz del baño.

- Cierto – se pone de pie con torpeza y se detiene indecisa. Se quita la toalla de la cabeza y la arroja al sillón. Su cabello húmedo cae desordenadamente por sus hombros y espalda. A tal grado que algunas gotas de agua se escurren por encima de la playera que está usando.

Mi primer impulso es correr por la toalla y ayudarla a secarlo; pero doy gracias a dios porque me siento tan débil como para realmente llegar a hacerlo. Dejo escapar mi respiración lentamente, al tiempo en que la casa se queda a oscuras. Tardo un momento para poder volver a ver en la oscuridad. Su cuerpo se acerca a mí con cuidado. Me pongo de pie y ella sostiene mi brazo con un dejo de inseguridad. Bajo mi mirada para verla.

- No es necesario que lo hagas si no quieres – le susurro cerca de su cabello.

Un escalofrío la recorre.

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora