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- ¿Quieres ir a comer a alguna parte? - Me ofreció Franco mientras caminábamos fuera de la empresa a mitad de la tarde, pues toda la mañana había transcurrido entre el encuentro con los inversionistas y el agotador recorrido que hicimos a través de las áreas productivas de la fábrica. Más tarde tendría que encargarme de los reportes correspondientes para la empresa de mi hermano. Por ahora, la preocupación inmediata consistía en conseguir algo para comer. Ya que desde el breve descanso con café y galletas, que había tenido lugar entre la junta y el recorrido, no habíamos consumido nada. Mi estómago comenzaba a protestar por ello.

Bostecé con cansancio y su mirada se volvió un tanto dulce. - Conozco un lugar sabroso muy cerca de aquí. Después podemos ir a comprar y creo que sería mejor que descansaras al regresar a casa. Al menos por un rato. No pareces estar llevando muy bien el jetlag.

Sonreí tímidamente, aceptando su proposición y caminando a su lado. En algún momento de nuestra ruta, el ofreció su brazo para mí, y yo me enganché de él con mucho gusto. Tenía que reconocer que se sentía demasiado familiar mantener su contacto; como si esa no fuera la primera vez que ambos caminábamos uno al lado del otro. Por un momento incluso, me pregunté qué se sentiría ir tomada del brazo de la persona a quien se amaba. Mi mente se envolvió entonces, en esa bruma que me llevó a recordar los viejos días del pasado, bajo el resguardo de mis padres. Ellos siempre caminaban de esa misma forma por las calles. Siempre sonreían y alegraban a todo aquel que estuviera a su alrededor. Ellos eran tan felices, que muy poca gente se atrevía a pensar lo contrario. Nunca llegué a creer que pudiera ver a una pareja más enamorada que aquella. Ellos eran tan especiales...

Una lágrima rodó por mi mejilla. Me detuve perpleja a mitad de la banqueta. Franco me miró expectante, tratando de comprender lo que ocurría. Lleve mi dedo hasta esa lágrima y capturé el pequeño rastro de líquido transparente. Fruncí el ceño y enfoqué mi mirada en Franco. De esa forma permanecimos, mirándonos el uno al otro, por varios segundos sin decir una sola palabra, hasta que alguien nos empujó al pasar, rompiendo de esa forma, nuestro contacto visual.

Lo invité a caminar con la mirada y le seguí justo por detrás. Ya no me apetecía ir tomada de su brazo.

Una cuadra más adelante, entramos en una pequeña cafetería que se mostraba muy atractiva ante mis ojos. Pedimos la comida correspondiente y saqué mi celular fingiendo enviar mensajes para poder evitar cualquier tipo de conversación que recapitulara esa lágrima. No quería que preguntara por aquel instante. Tenía que olvidarlo. Tenía... Tenía que...

- Disculpa - me apresuré a salir corriendo hacia el que había identificado como el baño del local. Cerré la puerta y me recargué del lavabo tratando de respirar profundo. No me podía estar pasando esto ahora. ¿Por qué todo el día había tenido que ser así? ¿Acaso no podía haber tenido un día normal por lo menos hoy? Todo estaba tan bien hace unas semanas, hace unos días... Yo, yo...

- Ana... - había marcado sin pensar mucho en ello-. ¿Qué pasa, hermanita? ¿Te hicieron algo malo?

La voz de mi hermano parecería preocupada para cualquiera; pero yo lo conocía mejor que eso. Estaba asustado. Asustado por mí. Yo también lo estaría.

- Lo siento tanto... - balbuceé.

- Dime qué paso, Ana.

- Yo no pude... - traté de terminar sin que mi voz se quebrara, aún más-. Los recordé, Stev. Yo...

Su entendimiento llegó rápidamente.

- No pasa nada, Any - el diminutivo que usaba mi madre para mi nombre, solo consiguió hacerme llorar con mayor intensidad -. No pasa nada...

¿Qué Pasaría Si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora