El señor Noirtier, porque, en efecto, era él quien acababa de llegar, siguió con la vista al criado hasta que cerró la puerta, y luego, sin duda receloso de que se quedase a escuchar en la antecámara, la volvió a abrir por su propia mano. No fue inútil esta precaución, y la presteza con que salía Germán de la antecámara dio a entender que no estaba puro del pecado que perdió a nuestro primer padre.
El señor Noirtier se tomó entonces el trabajo de cerrar por sí mismo la puerta de la antecámara, y echando el cerrojo a la de la alcoba, acercóse, tendiéndole la mano, a Villefort, que aún no había dominado la sorpresa que le causaban aquellas operaciones.
-¿Sabes, querido Gerardo -le dijo mirándole de una manera indefinible-, sabes que me parece que no lo alegras mucho de verme?
-Padre mío -respondió Villefort-, me alegro con toda el alma; pero no esperaba vuestra visita y me ha sorprendido.
-Mas ahora que caigo en ello -respondió el señor Noirtier-, que yo os podría decir otro tanto. Me anunciáis desde Marsella vuestra boda para el 28 de febrero, ¡y estáis en Paris el 3 de marzo!
-No os quejéis, padre mío, de mi estancia en París -dijo Gerardo acercándose al señor Noirtier-. He venido por vos, y mi viaje puede salvaros.
-¿De veras? -dijo el señor Noirtier acomodándose en un sillón-; ¿de veras? Contadme eso, señor magistrado, que debe de ser cosa curiosa.
-¿Habéis oído hablar, padre mío, de cierto club bonapartista de la calle de Santiago?
-¿Número 53? ¡Ya lo creo! Como que soy su vicepresidente.
-Vuestra sangre fría me hace temblar, padre.
-¿Qué quieres? Quien ha sido proscrito por la Montaña, quien ha huido de París en un carro de heno, quien ha corrido por las Landas de Burdeos perseguido por los sabuesos de Robespierre, se acostumbra a todo en esta vida. Sigue. ¿Qué ha pasado en ese club de la calle de Santiago?
-Lo que ha pasado es que han citado a él al general Quesnel, y éste, que salió a las nueve de la noche de su casa, ha sido hallado muerto en el Sena.
-¿Y quién os contó esa historia?
-El mismo rey, señor.
-Pues a cambio de ella voy a daros una noticia -prosiguió Noirtier.
-Supongo que ya sé de qué se trata.
-¡Ah! ¿Sabéis el desembarco de Su Majestad el emperador?
-¡Silencio, padre! Os lo suplico por vos y por mí. Ya sabía yo esa noticia, y aún antes que vos, porque hace tres días que bebo los vientos desde Marsella a París, rabioso por no poder apartar de mi imaginación esa idea que me la trastorna.
-¡Hace tres días! ¿Estáis loco? Hace tres días no se había embarcado todavía el emperador.
-No importa. Yo sabía su intento.
-¿Cómo?
-Por una carta que os dirigían a vos desde la isla de Elba.
-¿A mí?
-A vos: la he sorprendido, así como al mensajero. Si aquella carta hubiera caído en otras manos, quizás estaríais fusilado a estas horas, padre mío.
El señor Noirtier se echó a reír.
-No parece -dijo- sino que la restauración haya aprendido del imperio el modo de dar remate pronto a los asuntos. ¡Fusilado! ¿Adónde vamos a parar? ¿Y qué es de esa carta? Os conozco bastante bien para temer que hayáis dejado de destruirla.
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El conde de Montecristo (Alejandro Dumas)
ClásicosLlega para ustedes el ejemplo de la venganza misma. Edmundo Dantés es un joven marinero que fue encarcelado por un delito que no cometió, Pasó 14 años de su vida metido en un calabozo deseando la venganza. Un catalán que deseaba su mujer, un joven a...