Capítulo 10: Las ruinas

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Algunos abetos sembrados tras la casa tenían hojas de un verde intenso, se destacaba el matiz nebuloso del día en la mañana. Thomas me leía su cuento que debía presentar para literatura y quería mi opinión, pero no conseguía inventar una crítica para cuando terminara, apenas puse atención al título, algo como... "un miércoles con carbón", tenía muchas cosas en que cavilar.

- ¿Qué te pareció? ¿Está bien? - Preguntó Thomas apretando sus labios.

- ¡Wow!... es muy bueno. Tal vez deberías ser escritor -

Eso era una respuesta muy gastada a las preguntas sobre sus cuentos.

- No es cierto, apuesto que ni siquiera le pusiste atención. Así eres tú, vives como en otro mundo - con tono alterado.

- Lo siento, Thomas. Pero... si me das tiempo, puedes pasármelo y lo leeré - le propuse mientras me paraba de la mesa con mi plato de desayuno vacío.

- Es que yo lo leo con gracia - expresó.

No le respondí, ya que insistirle desataría una discusión entre nosotros. Luego prosiguió con un tema que me dejó fría.

- Está bien, ¿sabes qué? te creo... creo que es verdad lo que dices acerca de que has visto fantasmas, así le ocurría a este tal Samuel. ¿Feliz? Con eso por fin puedes dejar de tratarme como si no existiera - replicó.

Luego el silencio pensativo mientras mi cabeza recalcaba lo que había dicho, palabra a palabra la examiné en mi cabeza. Era como si las verdades salieran a tomar el sol.

- No hago como si no existieras, es solo que a veces me pones de mal humor y prefiero dejar las cosas así antes que pelear contigo -

Le sonreí y él contestó igual, pero más atenuado.

Thomas podía ser molesto, muy molesto, pero... era su infancia, una infancia alegre custodiada por travesuras; la que yo no tuve, o bueno, solo hasta cierta edad. Tal vez lo envidiara, quizá esa era la cuna de mi enojo hacia él. Al fin y al cabo era mi hermano y no recordaba el primer momento que compartiéramos juntos sin que no mediara una discusión; es más, jamás jugamos juntos ni tuvimos una plática de hermanos, siempre fuimos uno muy diferente del otro.

- ¿Qué te parece si vuelves y me lo lees en el auto? y que lo escuche papá... -

En mis labios retumbaba la pregunta con respecto a lo que dijo del tío Samuel, pero pareciera que quisiera quedarse en mi garganta. Hacerla sería como insinuarle otra vez el tema a Thomas, pero no pude retenerla más tiempo tras las puerta de mi habla.

- ¿Thomas? ¿Cómo es eso de que... Samuel... veía fantasmas? - Aparentando un tono desinteresado.

Aunque me resultaba un tanto extraño la manera en la que hubiese podido averiguarse eso.

- Hum... una vez escuché a papá decírselo a alguien en su estudio, yo estaba detrás de la puerta, esperándolo - mientras se levantaba y acudía a la voz de mi madre que lo llamaba.

¿Cómo? ¿Mi padre sabía eso? ¿Por qué no me creía a mí?

- ¿Thomas? - detuve su huida en el momento que atravesaba el umbral. Me dedicó su atención - ¿Lo afirmaba o lo negaba? -

- Más bien lo contradecía -

- ¿Qué decía? - imposible ocultar el interés.

- Que Samuel perdió la cordura y por eso se suicidó -

Sí, claro, ¿qué espera escuchar? Es un escéptico sin remido. Solo se trató de una luz de esperanza que se apagó. Pero aquella información resaltaba a otro descendiente, era muy probable, ya éramos tres, yo en principio, Samuel y el abuelo.

Enigma los Van VladoisquiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora