Capítulo 4: Manuscritos

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Mi reacción frente a una presencia se presentaba cortante, de pánico estremecedor; el cuerpo no responde, adormecido, pero inquieto al mismo tiempo; como dos fuerzas que se contraponen. Los minutos entran en parálisis y solo atesoro que transcurran pronto, las plegarias se posicionan en mi mente. A veces pienso que quizás el dolor vivo se sienta mejor, dolor punzante en el cuerpo, podría resistirlo más que el que me causan las traumatizantes escenas.

En ese instante mi reacción se quedó encarcelada, ni siquiera hacia el intento de escapar; nada hostil cruzaba por mi mente. Estaba allí parado en silencio, sin una expresión que pudiera revelarme su pensar. Me giré para abrir la puerta y asomé la cabeza.

- ¡¿Dux?! - Grité con ímpetu.

- ¡¿Sí...?! -

El sonido de su voz venía desde más cerca, como si hubiese acortado la distancia, quizá para buscarme debido al retraso.

- ¡¿Podrías decirle a mi tío que me quedaré aquí?! -

Pero solo se esparció el silencio durante unos segundos. Probablemente se negaría, había pasado por alto la discusión entre ellos antes de formular las anteriores palabras y dejando de lado también que cuestionaría la razón por la cual iba a quedarme, de inmediato ideé una respuesta para ello, más concretamente la misma escusa rebuscada que construyo en segundos que giran en torno a una enfermedad, quizá Dux piensa que soy una hipocondríaca.

- ¡¿Dux?! -

Iba a perder la oportunidad que tanto había estado aguardando, necesitaba hacer que Dux se marchara.

- ¡Está bien! ¡Yo le digo! - contestó al fin.

Otra vez respeto mi espacio. "Gracias..." pensé para mis adentros.

Aprisioné la puerta de la casa, me tomé unos segundos allí delante de la puerta, tomé una bocanada de aire que resbaló como auge de alivio por mi garganta. Una vez tuve el nerviosismo bajo control; giré hasta encontrarme de manera frontal con la presencia, mi respiración reclamaba la agitación. Avancé por el vestíbulo, ubicándome a un metro de las escaleras, me tomé unos segundos para restaurar mi respiración, pero fácilmente la volví a perder cuando él alzó su vista del suelo y la fijó en mí. La luz del día me mostraba cada detalle con claridad e iluminaba sus ojos con un brillo intenso, su cabello castaño claro disparaba destellos de brillo. Todos sus rasgos físicos reflejaban fascinación. Pasé saliva con dificultad, él no apartó su vista de mí y esto me hundía en aguas de cobardía. Cuando advertí cuan penoso era mi silencio pronuncié lo primero que pasó por mi cabeza.

- Sí viniste - musité.

Para mi asombro lanzó una sonrisa, muy liviana, pero en fin sonrisa, que rompió su seriedad, aunque continuó sin pronunciar nada.

- Aun no entiendo muchas cosas... en gran parte ¿Cómo sabes lo de esos manuscritos? - Mientras me acercaba con un paso más hasta él.

- Solo búsquelos - susurró.

De nuevo evadió mi pregunta.

- Noto que no contestarás ninguna de mis preguntas - afirmé.

Entonces me invadieron los temores, lo causó su expresión. Me resultaba más que incomoda, pero luego del silencio y un suspiro pareció cambiar de parecer.

- Su abuelo pasó la mayor parte de su vida buscando una respuesta a la razón por la cual existe un contacto en este mundo con el de los... muertos. Usted puede vernos, es lo que el trataba de entender. El por qué solo unas personas pueden. Sospecho los dejó entre sus pertenencias, es la opción más probable, en su casa en Portland, pero hasta entonces su estancia aquí será llevadera - explicó.

Enigma los Van VladoisquiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora