Capítulo 22: Agüero

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El silencio es soledad y mísero, pero en realidad no estoy sola, nunca lo he estado, aunque ese sea el mayor de mis problemas, solo me basta con mirar y allí está escondido lo que para los ojos de alguien más es invisible, para mí es una pesadilla.

Mis rodillas se quejaban del dolor que padecían tras llevar horas arrodillada en la iglesia rogando por Tom, porque estuviera bien, porque hubiese salido ileso; rogaba también por Emma. No había un día que no fuera a pedir por ellos. Estaba más asustada que nunca. Me alejé de las personas, de mis amigos y de Emma aun internada en la clínica; permanecía hacía ya tres semanas, casi muere durante la primera semana, una perniciosa infección sometía a su cuerpo a equilibrar entre la vida y la muerte, los doctores no entendía que ocurría, nunca antes se habían encontrado con esa infección que mataba a Emma; pero se recuperó y aun así permanecía internada, puesto que según lo que había escuchado, ella no había pronunciado una palabra desde que despertó, por ello no pronunció nada el día que le preguntaron si sus padres o alguien había tenido que ver con las marcas que cortaron sus muñecas o que si solo estaba aburrida de su vida. Que sus padres fueran interrogados por psicólogos e investigados por la policía por posible maltrato para con su hija me hacía sentir culpable. Sus padres no tenían la certeza de que antes del incidente hubiese estado conmigo, al menos no sospechaban de mí.

Escuché también que dijeron que lucía acabada y solo hablaba para pedir que la dejaran sola. Aún no tenía valor para verla a la cara, aún no tenía una mentira para cuando me pidiera una explicación, aún no me sentía capaz.

El ocaso cayó sobre el cielo y mis ojos estaban fatigados de tanto mirarlo, las nubes cambiaban de forma y uno que otra ave interrumpía mi vista. Me preguntaba acerca de muchas cosas a las que no le encontraba respuesta.

- ¿Qué haces hay tirada en el césped? ¿Estás esperando la nave de extraterrestres para que te lleven de vuelta a tu planeta? - Con tono burlón.

- Eso no te importa. Lárgate - dije con desaliento.

- Solo bromeaba, sé que es por Emma. Jimmy y yo hemos estado hablando sobre que tú estabas con Emma el día que le sucedió eso y que fuiste tú quien debió llevarla a la clínica -

- ¿Qué clase de insinuación o acusación es esa? ¿Crees que fui yo quien la lastimó? - Con tono afligido.

- Claro que no, sé que no le harías daño, ni a ella ni a nadie. Pero soy tu hermano y te conozco. Estoy seguro de que sabes quién fue, pero tienes miedo de acusarlo -

- Tú no sabes nada. Emma, salió de mi casa y no supe más de ella - mentí.

- A mí no me engañas. Te hará sentir mejor ir y hablar con ella. Recuerda que el abuelo siempre nos dijo que no hay que abandonar al prójimo, ¡no espera!, creo que fue la abuela quien lo dijo, ¿o lo escuché en la Biblia...? -

Estaba empezando a convencerme.

- Solo ve. No digas que no eres capaz sin antes intentar - aconsejó Thomas.

Parecía increíble que Thomas se comportara de forma madura y me aconsejara.

Falté a clases, y aguardaba mi turno de visita en la mañana en la clínica. En la mañana las enfermeras y doctores eran otros, así que nadie me reconoció, ninguno que pudiese afirmar que fui yo quien la llevó. La familia de Emma me miraba de reojo sin preceder palabras, como si estuvieran enterados a todo afondo de lo ocurrido, como si sospecharan, pero lo dudo, si estuviesen enterados me hubiesen reclamado; realmente fue embrolladora mi estancia durante un largo tiempo.

Su mirada era pesada, con sus ojos hundidos entre sus cuencas bordeados de ojeras me recorrió de pies a cabeza. No sabría describir lo que me transmitió al mirarme, pues me provocó un temblor interno, una sacudida. Luego de examinarme, con sus muñecas envueltas en vendas sujetó un espejo de bolso y como narciso en la transparencia de del reflejo vislumbraba su belleza, esta vez una belleza gris deslustrada por las marcas cicatrizantes en su rostro que había marcado aquel demonio. Su depresión no mejoraba con su apariencia, lucía una palidez confundible con el blanco de las sabanas que la arropaban; su cabello antes esplendoroso y brillantemente negro, lucia graso y descuidado. Con tono pesimista, decaído y susurrante se dirigió a mí sin cambiar de dirección sus ojos idos en el espejo.

Enigma los Van VladoisquiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora