Cap. 18 Tú

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Levy corría desesperada entre la multitud pasmada por lo ocurrido hace tan sólo unos minutos. Si bien, conocía a su rubia hermana, sabía de sobra dónde encontrarla.
Buscó con la vista la gran escalera, corrió hacia ella y subió con todo y tacones. Ahogó un chillido al sentir un palpitante dolor en su tobillo derecho, producto de correr a lo estúpido en las escaleras.
Dolorosamente, llegó a la habitación de Lucy, ni siquiera tocó, sólo entró precipitadamente y al verla hechada sobre su cama, llorando, no pudo evitar sentir aquel sentimiento de maternidad que bien había heredado de la mismísima reina de Ágata.

-Lucy...
La nombrada alzó la cabeza y al ver a la peliazul, se lanzó a sus brazos llorando inconsolable.
-Él nunca me dijo nada, no sabía qué estaba pasando -decía Lucy entre sollozos-. Todas, todas estaban usando magia, Levy, hasta tú lo hacías.
-Lucy--
-Pero yo no pude ayudar a Natsu -con cada palabra, su voz se quebraba más, haciendo estremecer el alma de Levy-, ¡No tengo magia!
-¡Lucy, callate y ponte de pie, debemos irnos!
La rubia miró asustada a Levy, implorando con la mirada una buena -y creíble- explicación, sin embargo, por instinto se puso de pie igualmente.
Levy sonrío al verla incorporada, le tomó la mano y la guió de vuelta con los chicos.
-Lucy, se que quieres una explicación y te juro que te la daré, pero por ahora sólo puedo decirte que papá va a mantenernos vírgenes por siempre a menos que nos vayamos -Levy soltó una carcajada seguida por Lucy.

A pesar de las emociones encontradas que todas tenían, Lucy, sintiéndose inferior de alguna manera, se preguntaba el por qué no había señales de su latente poder; es decir, ella también es una hija de Ágata y como sus hermanas, debe tener grandiosa fuerza. Pero nada ocurrió.
Levy la guiaba de la mano hacia el lugar donde estaban los chicos, pero paró de golpe al darse cuenta que la caótica atmósfera parecía haber cesado. No se escuchaba nada.
Con nervios, asomó su cabeza desde el umbral de escalera y no vio absolutamente nada.
Lo último que ambas recordaron fue ver como todo se volvía oscuro.

Lucy despertó con un fuerte dolor de cabeza. Estaba en su habitación acostada junto a Levy, pero ella aún no parecía reaccionar. Miró el reloj de la mesita de noche y vio que estaban por dar las 3 de la mañana.
Se paró con esfuerzo de la cama e intentó ver hacia la ventana; era más que obvio que Natsu y los demás ya debieron haberse ido. Se volvía hacia Levy quien justamente estaba abriendo los ojos, y al darse cuenta de la hora, se paró con la velocidad de una flecha, por así decirlo.

-¡Lucy! -exclamó Levy con el rostro ruborizado de rabia.
Lucy se limitó a verla, sin decir nada, más que lanzarle una mirada melancólica; Levy abrió los ojos de par en par.

-Tenemos que salir de aquí -dijo Levy y Lucy asintió.
-Vaya, que inocentes salieron mis hijas -informó con notorio sarcasmo el anciano posado sobre el umbral de la puerta.

Ambas miraron en la misma dirección para encontrarse con su padre.
Éste se acercó lentamente hacia ellas y luego alargó su brazo para cerrar la puerta, dejando a ambas chicas totalmente aterradas.

-No pongas esa cara, Levy -dijo él sonriendo sarcasticamente-. Tú bien sabes todo esto, pero debería preocuparme más por Lucy -y se volvió hacia ella-. Bueno, yo supondré que mi pequeña Luce quiere una explicación, así que ya es tiempo de decirles todo lo que nunca, por el bien de ambas y de las traidoras de sus hermanas.
-¡No le diga traidoras! -exclamó Levy.
-¡Callate! Tú eres la peor de todas -gruñó él, dejando a Levy pasmada-. Ahora déjenme hablar -Makarov se sentó sobre el sillón del tocador y juntó las manos-. Bien, comencemos con esto. Primero que nada, ustedes provienen de un poderoso legado mágico, pero cuando Wendy aún estaba en el vientre de su madre, ciertos dioses... o demonios, atacaron nuestro reino, reduciendo todo a cenizas y llanto -la voz de él se quebraba, como si realmente deseara olvidar todo-. Dichos seres, son los mismos seis chicos con quien las encontré a todas.
Lucy sentía que todo su corazón se rompía en cientos de pedazos, y Levy no era la excepción.
-Laxus, el dios del rayo, Jellal, dios del cielo, Gajeel -al mencionar su nombre, Levy se sonrojó-, dios del hierro y la tierra, Gray, dios del hielo, Natsu, dios del fuego y Romeo, hermano de Natsu y dios del fuego azul. Todos con un mismo motivo; destruirlas.
-¿Destruilas? -cuestionó Lucy incrédula.
-No sé que les hayan contado, pero sí, acepto que durante la conquista de Ágata yo asesiné a muchos, pero cuando ellos vinieron en busca de venganza, la razón por la cual yo las llevé lejos, fue porqué ellos buscaban arrebatarme lo que yo más amaba: a ustedes.
-¡Gajeel nunca haría eso! -gritó Levy, llorando-. El me... ama.
-Eso fue lo que te dijo, mi adorada Levy, pero sabes -murmuró Makarov tratando de no alterarla más-, cuando los atrapé, justamente fue Gajeel quien me dijo que no descansaria hasta verte muerta, por eso les arrebate el alma y las resguarde dentro de ustedes, y gracias a ello ustedes nunca desarrollaron su poder.
-¡Mentiras! -exclamó la peliazul con dolor en su léxico-. Él no lo haría... nunca.
Entonces Makarov se volvió hacia Lucy.
-¿Tienes algo que decir?
-¿Dónde está mi magia entonces? -cuestionó con severa determinación.
Makarov suspiró.
-Vuelvan a la cama -dijo éste y se dio la vuelta.
-¡Padre! -gruñó Lucy pero él sólo la miró de reojo, tan temible que Lucy prefirió no objetar más.

De pronto, un recuerdo inundó la mente de Lucy.

-Papá, ¿quién es ella? -decía la pequeña Lucy de a penas 11 años refiriéndose al retrato que yacía sobre la pared izquierda de la sala del trono.
-Ella es Mavis, la primera reina -respondió con amor y dulzura.
-Pero parece muy joven, quizá un poco más grande que Mira.
-Sí -Makarov sonrió-. Es que ella tenía 14 años cuando heredó el trono.
Lucy se quedó prácticamente congelada pero recuperó la vitalidad en segundos.
-Las niñas no pueden reinar, papá -se quejó.
Makarov volvió a sonreír y tomó la mano de su hija.
-Sus padres forjaron está tierra, claro, antes era sólo una ciudad poco menor, pero antes de tomar el trono formalmente, ellos murieron, dejando a Mavis sola, como única heredera.
-¿No existe una foto dónde ella se vea más grande? Supongo que también creció.
-No -Makarov bajó la mirada-. No existe, porqué ella murió teniendo esa misma apariencia.
-¿Qué? -exclamó Lucy-. Qué le pasó, enfermó o algo, supongo.
-En realidad, se cree que fue asesinada... por el hombre que amó.
-Esas no son cosas que se le dice a un niño -reprendió Layla, madre de Lucy.
-Mamá -Lucy corrió hacia ella y la abrazó-. ¿Nosotros también somos familia de la reina Mavis?
-No -negó ella con la cabeza-. Mavis no tuvo hijos, así que el reino fue heredado por tu abuelo Yuriy, pero ahora, es mejor que vayas a merendar con tus hermanas.
Lucy, sonriendo, salió de la sala del trono.

-No deberías contarle sobre eso a las niñas -le informó Layla a Makarov.
-No era mi intención -se disculpó él-, yo tampoco quiero que ellas se enteren de... eso.
La embarazada Layla hizo una mueca de desaprobación y se giró en dirección al comedor para acompañar a sus niñas, seguida por Makarov.
-Por cierto -dijo Layla-, tampoco deberías mencionar a Zeref.
-Ni pensarlo.

Lucy volvió a la realidad y antes que su padre cerrara por completo la puerta, lo detuvo.

-Papá, ahora ya puedes contarme la historia completa sobre Mavis.
Makarov se volteó bruscamente con los ojos vidriosos.
-Ella estaba maldita -dijo y volvió a girarse-. Ahora quedense aquí y por favor, no se atrevan a irse.
Dicho eso, Makarov cerró la puerta.

Levy seguía a un lado de la cama, llorando sin consuelo. Lucy se acercó a ella y la tomó en sus brazos; ambas lloraron juntas.

Sobre el jardín trasero del castillo, poco más atrás, ella daba pequeños pasos sobre el agua del arroyo, cantando una vieja canción, en definitiva, léxico antiguo. Sus melancólicos ojos aceituna miraban hacia el cielo aún estrellado, pérdida en sus pensamientos, cuando escuchó una suave voz, continuando su canción.

-No pensé verte por aquí de nuevo.
-Lamento si te distraje, ¿Puedo acompañarte?
Sin esperar respuesta, él se posó a su lado, permitiéndose tararear la misma canción.
-¿Qué haces aquí exactamente? -cuestionó ella.
-Sólo vine a recordar cosas que había olvidado hace mucho.
-¿Cómo que?
-El valor de la vida.
Ella se detuvo, volteó a verlo y a la vez apartó la mirada.
-Planeas algo, ¿no? -ella se encogió en hombros.
-Yo sólo quiero irme de aquí, y estar a tu lado, Mavis.

Un ángel para cada demonio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora