-¿Qué haces aquí exactamente? -cuestionó ella.
-Sólo vine a recordar cosas que había olvidado hace mucho.
-¿Cómo que?
-El valor de la vida.
Ella se detuvo, volteó a verlo y a la vez apartó la mirada.
-Planeas algo, ¿no? -ella se encogió en hombros.
-Yo sólo quiero irme de aquí, y estar a tu lado, Mavis.
-No -dijo Mavis, determinante-. Nunca volveré a tu lado, Zeref.El joven azabache apartó la mirada del frente y mirando al suelo, sonrió sarcástico y presuntuoso.
-Por qué no me sorprende de ti -lanzó una carcajada sonora, y Mavis se sintió arder de rabia-. ¿Sigues indignada por eso?.
Mavis hizo una mueca y apretó los puños, iba a golpearlo, sin duda, sin tan sólo él no fuera su debilidad.
-Largo de aquí -gruñó la chica.
-¿Por qué debo irme? -cuestionó.Incapaz de dar respuesta, se abalanzó sobre él, pero Zeref fue más rápido y le tomó los brazos antes que ella pudiese atacar.
-¡Sueltame! -Mavis forcejeaba, sorprendentemente tenía lágrimas en sus ojos, lágrimas de pesadez y frustración.
Al ver sus ojos empañados, Zeref borró su soberbia sonrisa y la soltó.
-Mavis--
-No, basta -dijo ella, sollozando más bien.La tomó en sus brazos ignorando por completo su petición, y la besó suavemente, tomandola por la cintura, abrazandola como si la vida le fuese en ello, como si todo fuera paz y alegría.
Mavis cedió ante él.
Se aferró a su chaqueta y hundió sus labios más en él. Lloraba y besaba.
Se separaron momentos después, se miraron y Zeref sonrió.-Ves, no te hice daño.
-Es porque ya estoy muerta, idiota.Zeref hizo una mueca de disgusto.
-Te amo.
-Odio que me ames -finalizó ella.Él bajó la mirada y suspiró decaído. Mavis lo notó y no hizo esfuerzo para disimular desinterés; se acercó y tomó su rostro con ambas manos, luego lo obligó a mirarla.
-Tú sabes que también te amo -murmuró tristemente.
El sol salió, posando varios rayos de luz sobre el arroyo, reflejando brillo sobre los largos cabellos rubios de ella. Zeref le sonrió por última vez y mientras caminaba se vio desaparecer, en cambio, Mavis se perdió en el bosque que conectaba con el castillo, tarareando la misma antigua canción.
Yo tenía a penas 14 cuando papá murió, y a su lado, mamá también. Claro, yo no sabía en que me habían metido, porque esa misma noche después de la trágica noticia, el obispo llegó con la corona en las manos; la corona que yo debía ponerme.
Alguien debía gobernar Ágata, y ese alguien no era nadie más que la pequeña y huérfana Mavis Vermillion.
Todo fue apresurado. A duras penas, aún con lágrimas en los ojos, me puse el vestido más lujoso que jamás haya visto, el mismo lujosos vestido que portaria el delgado cuerpo de mamá, que ahora había sido ajustado a mi baja estatura; era color celeste. Jamás había caminado con zapatos altos, pero ahí me veían con tacones de 7 centímetros. Nunca había peinado demasiado mi cabello, pero ahí me veía luciendo el cabello elegantemente recogido.
Ahora, sólo estabamos mi voluntad y yo.A sabiendas de la nueva joven reina, cientos de soberanos ajenos al país, aparecían con invitación previa para oír la buena nueva y darme ánimos, a mí, la pobre reina con catorce años y ojeras en las ojeras. Pero aquel día, nunca imaginé que todo me daría vueltas.
Warrod, uno de mis mejores amigos, tocó a mi puerta, cerca de las diez y media de la mañana, alegando que alguien deseaba verme, así que bajé al salón de visitas, sin percatarme de mi atuendo, al menos hasta que me encontraba ya, bajando el último escalón.
Me veía fatal; el gastado vestido rosa pastel y el cabello hecho girones. Entré al salón, lo vi sentado y a la vez ponerse de pie al percatarse de mi presencia. Lo recibí con cordial sonrisa. Era un hombre joven, no parecía rebasar los dieciocho y tampoco se veía más refinado que los propios empleados del castillo; me devolvió la sonrisa, pero de una manera que sin duda me dejó sin aliento. Sonreía feliz, como si se tratase de un niño que observa la vitrina de una tienda de caramelos; su sonrisa, joder, su sonrisa irradiaba una luz tan hermosa que me sentí morir cuando la borró de su rostro, y fue ahí cuando me di cuenta que no necesitaba a nadie más.
Ese hombre, no era nadie más que Zeref Dragneel, el gobernante del imperio más importante de esta parte del mundo, y yo lo estaba recibiendo en pijama.Ese fue el día, el maldito día, en que tuve la mala suerte de conocerlo, y ese mismo día, también tuve la mala suerte de enamorarme de él.
Aunque había comenzado el día con el cálido saludo del sol, ahora llovía, y justo fue una gota de agua la que cayó en la nariz de Mavis, haciendola regresar a su realidad; una realidad en donde estaba sola.
-¿Te vas pero dejas tu recuerdo, eh? Eres tan malo -se dijo Mavis sonriendo con ironía pero sin detener el paso-. Si continuo recordando, apuesto que lloraré.
¿Y cuántas veces no he llorado? Si desde que lo conocí, llorar es lo único que he hecho, y ahora lo odio, lo odio como nadie más ha odiado, porqué antes de ese odio, hubo amor.
Mavis retrocedió ante sí misma, asustada de lo que pensaba. ¿Realmente odiaba? No, ella no podía odiar, porqué su corazón era puro, y entonces cayó de rodillas, tomándose la cabeza con las dos manos y apretando los ojos, negándose a todo y a sí misma, por qué la desgracia se interponía siempre en sus ideales, no sabía, y ahora sólo tenía recuerdos de las pocas veces que se recordaba sonreír, pero ahora, ella era un fantasma.
Zeref era un buen tipo, tenía sus momentos infantiles como todos, y sus momentos de "soy un intachable emperador" pero su adicción por el pastel le quitaba toda la elegancia, y cuando llegaba al palacio de Ágata, se juntaba conmigo y mi adicción a la gelatina de limón; necesitábamos a medio ejército y poco más para detenernos, y ah, por supuesto, a demás de guapo y adinerado, Zeref era un prodigio con la magia.
-Mavis, no te puedes comer la magia de ilusión, así que no intentes crear pasteles con ella.
-¡Obligame!
-¡Maviiiiiiiiiis! -exclamó el chico, frunciendo el ceño cómicamente.
Rei complacida y tomé a Zeref de la mano, a lo que éste se ruborizó.
-Vayamos a la cocina y robemos comida -dije, sonriendo con picardia.
-Mavis -nombró Zeref-. Eres la reina de este lugar, ¿y te atreves a robar?
-No hay nada de malo en robar lo que ya es tuyo -bromee y corrí junto a Zeref en plan de "sigilosos" ladrones.Los momentos en los que podía verlo sonreír, eran la clase de recuerdos que siempre me alegraban cuando estaba triste.
Y sus visitas se hicieron más constantes, al punto que venía unas tres veces al mes, y se quedaba aquí por al menos, una semana; prácticamente vivía en Ágata, y yo no tenía problema con eso. Yo era feliz.
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Un ángel para cada demonio ©
FanficLo mejor de las almas gemelas es que pueden ser enemigas o amantes, pero siempre estarán juntas, aún si un enorme secreto trasciende sobre ellas. Todos tenemos un destino, así como para cada ángel se hizo un demonio. (Fairy tail fanfic)