Cap.10 La princesa y el dragón

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-Qué gusto verte -comentó Jellal al ver a Erza.
Ella suspiró para calmar los nervios y observó al peliazul. Llevaba ropa sencilla pero se veía hermoso; una camisa blanca remangada hasta los codos y pantalones de mezclilla. Pero el toque "diferente" se lo daba la extraña marca en su rostro.
-No creí que vinieras tan pronto -dijo ella.
-No podía dejarte sin tu medallon -respondió él y se acercó a Erza-. Espero que no te moleste, pero le puse una cadena, así lo podrás usar como un collar y te verás más hermosa.
Jellal se acercó y le puso la cadena a Erza, luego volvió a guardar distancia de ella.
-Gracias -Erza sonrió conmovida-. Por cierto, habías dicho que yo te recordaba a alguien, y quisieras saber a quién, es simple curiosidad.
Jellal se sentó y suspiró antes de responder.
-Si no quieres...
-Hace muchos años, cuando era un niño -dijo Jellal- tenía una amiga muy cercana, su cabello también era rojo, y como no tenía padres yo le di el apellido "Scarlet" por su cabello, pero años después ella murió.
Erza veía el rostro triste de Jellal y no podía evitar sentirse agobiada, se acercó a él y se sentó a su lado con una sonrisa tranquilizadora.
Jellal lo notó y de igual manera sonrió a Erza, y ambos se miraron por un segundo hasta que Erza empezó a sonrojarse y volteó de la vergüenza.
-Di algo antes que esto se ponga incómodo -murmuró Erza.
-Eh... bueno -respondió él- salgamos un rato.
-¡A comer pastel! -dijo ella sonriendo tomando a Jellal de la mano y saliendo del castillo.
Erza y Jellal, ahora caminando, todavía estaban en el jardín delantero con rumbo a la pastelería de aquel día, también seguían tomados de la mano, pero Jellal tropezó con una ramita de abeto que estaba en el suelo y cayó encima de Erza. Ambos se miraron apenados y con las mejillaa rojas.
-Jellal ¿Estás bien? -murmuró ella.
Pero Jellal no contestó, porqué estaba preso en los hermosos ojos de la chica peliroja. Acercó sus labios a los de ella, y una sensación de nostalgia le invadió; Erza temía que pasara lo que ella pensó, no negaba que deseaba ser besada por él, pero tenía miedo, y la duda ganó terreno, pero se fundió con el deseo y terminó creando un ambiente sensual y peligroso; un límite que ella quería cruzar. Tomo el rostro de él, y él el de ella.
Se acercaban, lentamente, disfrutando el momento, incluso podían escuchar sus propias respiraciones y el latir de los corazones, y seguían acercándose.
Él se paró antes de besarla y ella hizo lo mismo.
-Lo siento -dijo él.
-Descuida, no sé que pasó.
Ambos siguieron en camino a la pastelería.

Romeo y Wendy habían creado un vínculo más profundo. No se ocultaban nada, como si fueran mejores amigos.
Ese día, Wendy y Romeo salieron al jardín para cortar algunas frutas de los árboles cercanos. Sí, esa era la primera vez que Wendy salía, y ya ni siquiera le importaba volver, porqué se sentía feliz.
Romeo había pasado todo el día sonriendo, pero justo escogió ese momento para dejar de hacerlo. Volteó hacia Wendy y le pidió que fuera a la casa y que no saliera, cosa que preocupó mucho a la peliazul.
Después de que Wendy se fuera, Romeo se quedó erguido frente a la casa.
-Hermanito -dijo una voz familiar; Natsu.
-Creí que no volverías.
-No podría dejarte solo, a demás todos te extrañamos -bromeó Natsu-. También quería decirte que mis poderes volvieron.
-Ah, que bien -respondió Romeo con desgano.
-Debiste ver a la chica que me los dio, una rubia de pechos increíbles, pero dime ¿Cómo te va con la niña?.
Al pensar en Wendy, Romeo dibujó una sonrisa inconsistente en su rostro.
Natsu lo notó y frunció el ceño.
-¿Qué ocurre? -preguntó Romeo.
-Es sólo una suposición pero, últimamente te he notado muy feliz... Los chicos piensan que ya no eres un dios -mintió Natsu.
Romeo se sintió asustado al recordarlo y se puso nervioso.
-No contestas... Entonces es verdad -Natsu parecía un inquisidor acercándose temiblemente a él-. Te enamoraste de la niña.
-No, Nat-Natsu, te equivocas.
-¡¿Entonces por qué tiemblas?! ¡Esa bastarda hija del maldito anciano te mató, te quitó la vida, me quitó a mi hermano! -gruñó Natsu y dio pasos largos hacia la casa.
-¡Espera, Natsu! -Romeo se dio cuenta de las intensiones de su hermano y se puso frente a él.
-¡Y encima la defiendes! ¿Qué te ha hecho? -gritó su hermano-. ¡Iré a matarla!.
-¡No dejaré que le hagas daño! -contestó Romeo con furia más que temor.
-¡Que te quites! -Natsu le dio una bofetada a Romeo y éste se hizo a un lado.
Antes que Natsu pudiera entrar, Romeo logró incorporarse y le lanzó un puñetazo forrado en fuego a la espalda del pelirosa, mismo que cayó al piso como reacción al dolor.
Tan para se puso de pie, golpeó a Romeo tan fuerte como pudo y empezaron una pelea fatal. Por desgracia, la fuerza de Natsu era incomparable y Romeo cayó inconsistente. Natsu, arrepentido y loco de ira miró a su hermano y salió de ahí lo más rápido que pudo.
Wendy había observado todo por una pequeña ventana.
Salió al ver a Romeo con sangre cayendo por su frente y lloró. Porqué sabía que todo había sido su culpa, él había tratado de protegerla y todo acabó de la peor manera.
Wendy lloraba sobre el cuerpo de él, deseando que nada hubiera ocurrido. Romeo tenía demasiadas heridas e incluso el vestido de Wendy ya se había manchado un poco.
De pronto, una luz azul envolvió el cuerpo de Romeo y sus heridas se empezaron a curar; la luz provenía de las manos de Wendy, y aunque sintió miedo, si eso lo curaba entonces lo seguiría haciendo.
Romeo tenía razón. Los poderes de Wendy habían despertado.

Un ángel para cada demonio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora