Cap.22 Layla

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El balcón de la habitación de Lucy se teñía de un hermoso rojo atardecer, hospedando en su mirada, la belleza de un día cotidiano en la ciudad.
Levy estaba a su lado, jugueteando con la bandeja de comida que se les había enviado; ellas se negaban a comer.
Lucy volteó hacia su hermana, incapaz de soportar la pesadez de sus ojos, y antes de poder decir algo, la puerta se abrió de par en par a través de un nada sutil estruendo.
Lucy miró a quién estaba ahí, sin intentar disimular la alegría, pero Levy permaneció inmóvil.
-Ugh, apesta a virginidad y melancolía.
-Cana -nombró Lucy, riendo entre dientes.
-¿No vas a saludarme, Levy? -preguntó la morena se marrones ojos.
-... Hola -murmuró Levy, a penas mirándola, intentando mover la mano derecha con desinterés.
Cana frunció el ceño e intentó sonreír para tranquilizar la áspera atmósfera.
-Bien, el anciano me dijo que podría animarlas -mencionó Cana-. Vayamos a beber, o algo.
-Paso -contestó Levy.
-Vamos, Cana sólo intenta animarnos -comentó Lucy-. Podríamos pasear por el jardín o algo.
-Conocer chicos lindos de la servidumbre -Cana sonrió como pervertida-. Nada como un amor imposible.
-¿Qué no estabas comprometida con el marqués de Cerberus? -preguntó Lucy.
-Sí -Cana mostró la lengua- pero nunca dije que aceptaría casarme con él, digo, me cae bien y sabes de vinos, pero no es mi tipo -prosiguió a sentarse sobre el tocador-. En realidad sólo me quieren como fábrica de descendencia -comentó con desdén-. Una vez que le de el hijo que tanto quieren me iré. Pero no hablemos de eso y vayamos a comenzar historias de amor -de pronto, la llama de sus ojos volvió a encender.
-No necesito conocer a nadie más -dijo Levy, sin más y volvió a callar.
-Levy... -Lucy corrió hacia ella y la abrazó.
-Déjenme sola -gruñó ésta, al borde de las lágrimas.
Ambas chicas se miraron y sin decir nada, salieron por la puerta.

-Lucy -llamó Cana.
El jardín del castillo era tan hermoso. Las cuatro fuentes ubicadas en cada punto cardinal se tenían de blanco, con el agua clara y detalles en marrón. También habían rosas, rosas de cada color, y más allá, en el bosque, el olor a manzana inundaba el olfato de quién entrase allí.
-¿Qué sucede? -cuestionó la rubia al percatarse del repentino cambio de humor de Cana- ¿te arrepientes de hablar así de Bacchus? -sonrió.
-No, en realidad él ya sabe que pienso así, ya se lo dije, que después de la boda me iré.
-¿Y qué dijo él?
-Dijo que estaba bien, que él no me mantendría a su lado si no quisiera.
-Habla como si le importaras.
-No sé, los hombres son extraños -Cana volvió a sonreír- quién sabe y al final terminemos realmente juntos, pero no vengo a hablarte de eso.
-¿Entonces?
-Las cartas me hablaron, yo necesitaba verte -Cana suspiró con preocupación y luego miró al cielo a punto de oscurecer-. La verdad es que ni el rey ni mi padre saben que estoy aquí, el único es Bacchus.
-¿No que no? -bromeó la rubia.
Cana la miró ruborizada.
-Él es el único que solaparia mis momentos de locura -rió-. La verdad es que hasta creo que sera divertido casarme con él.
-Bueno, pero dime, ¿qué te dijeron las cartas?
-Lucy, ¿Tú sabes algo sobre la magia que tu madre utilizaba?
-Mi madre no era maga -respondió.
-O eso te dijeron -dijo-. Tu madre era una maga celestial.
-¿Y qué con eso?
-Esa maga se hereda; alguna de ustedes debe tener dicho poder, y las cartas me han dicho quién.
Lucy la miró incrédula pero la invitó a seguir.
-Lucy... ten cuidado, y no hables con extraños -dijo Cana, preocupada.
-¿Yo soy una extraña?
Ambas chicas miraron al frente, aquellos ojos sin vida.
-Al menos respondan -reclamó la diminuta chica rubia, con ojos verdes sin vida y descalza.
-¿Quién... eres? -preguntó Lucy.
-Aquí termina mi trabajo -murmuró Cana y finamente, se dio la vuelta, peinando con sus dedos, su oscuro cabello, y se alejó.
-Cana...
-Lucy, yo soy Mavis -mencionó la chica-. Y estoy aquí para cumplir la misión que me encomendó tu madre, Layla.
Lucy se quedó congelada. Hacia años que no escuchaba decir el nombre de su madre.
-Lucy, toma -dijo Mavis al acercarle una diminuta caja rojiza, interrumpiendo sus pensamientos y regresandola a la desconcertante realidad.
-¿Qué es... esto?
Pero nadie respondió. Como si fuera un espejismo, aquella chica simplemente se desvaneció.

●●●

Pasaron dos días sin que Lucy mirase siquiera aquella caja, pensando en mil posibilidades sobre qué contenía dicho objeto, o el porqué de la visita de la primer reina y la mención a su madre, pero si estaba segura de algo, es que esto apuntaba sólo a una cosa: Magia.
Cerró el libro que leía y se puso de pie para salir de la biblioteca del palacio hacia su habitación. Por parte de Levy, ella seguía atrapada en aquel doloroso sentimiento de haber tenido todo y en un momento, perder lo que para ella significaba sentirse viva.
La rubia miró el pasillo hasta que se aseguró que nadie la siguiera y cerró la puerta, se dirigió al armario y sacó la cajita.
Sabía en el fondo de sí, que quizá abrirla supondría un cambio, pero si eso la mantendría cerca (de alguna manera) de Layla, entonces sería bueno probar suerte. Levantó el seguro y su vista se nubló.

En aquella caja habían 12 llaves doradas, una con cada signo zodiacal, y en ella, una carta de su madre.

"Mi pequeña Lucy.

Quizá te dejé cuando eras pequeña, a ti y a tus hermanas, pero no fue mi intención. Si lees esto, es porque ha llegado el momento, si tienes dudas, sólo habla con Mavis."

《Hablar con Mavis. 》

Un ángel para cada demonio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora