Cap.28 El día que ellos dejaron de ser ellos

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Mavis llegó junto a Zeref al hermoso y gigantesco castillo donde muchas veces había estado durante su juventud. Todo seguía igual: las paredes blancas y los detalles en purpura y dorado, los vitrales de colores y formas abstractas, y aquellas enredaderas de flores moradas que tanto encantaban a la chica.

-Creí que las cosas serían diferentes ahora -comentó Mavis, dirigiendo su mirada a una de las flores de la enredadera.

-Algo dentro de mí sabía que regresarías aquí tarde o temprano -dijo Zeref-. No podía permitir que algo de lo que te gusta cambiara.

Mavis rió levemente entusiasmada, cortó aquella flor y la encajó estéticamente en su cabello dorado. 

-No te rías o pondrás triste a las flores -dijo Zeref mirando fijamente y de cerca a la chica.

-¿Por qué no? -preguntó ella con curiosidad.

-Harás que las flores sientan envidia de lo linda que te ves -murmuró Zeref, casi inentendible, con las mejillas ligeramente ruborizadas.

Mavis rió más alto seguida por él.

-¿Dónde está Makarov?

-Creí que lo habías olvidado -Zeref comenzó a caminar delante de ella hacia el norte-. Sígueme.

Mavis siguió su paso por un pasillo lo bastante largo como para decir que recorrió al menos la mitad del castillo, hasta llegar a un inmensa puerta color marrón que también se veía pesada. Uno de los guardias que resguardaba dicha habitación continua abrió una de las mitades de la puerta dejando al emperador y a la chica entrar. Al fondo, asomado en el balcón, Mavis vislumbró la pequeña silueta de rey de Ágatha. 

-Makarov -llamó Mavis desde la entrada de la habitación y éste volteó.

Makarov sintió como su corazón se agitaba al ver a aquella jovencita de la que su padre tanto hablaba y yacía muerta como un fantasma solamente, ahora frente a él.

-Makarov, cuida de ella -dijo Zeref, dándoles la espalda y retirándose antes de que Mavis pudiera detenerlo, sin embargo ella sólo continuó su camino hasta el anciano.

Esperaron unos momentos hasta encontrarse solos por completo y ella convirtió su mirada en un mar de preocupación.

-¡Makarov, tus hijas! -exclamó la rubia al borde de las lágrimas.

-Ya lo sé, ellas van a morir y está bien -el tono de él era como un eterno invierno: frío e inexpresivo. Su mirada estaba vacía y sincera, nada podía esconder más que un poquito de la tristeza que sentía a ver cómo todo lo que amó y amaba se caía en pedazos. Al ver cómo Mavis parecía no entender, continuó hablando-. El día que sellé a esos malditos dioses yo lo sabía, sabía que mis hijas eran lo único que podía sacrificar, lo único que amaba tanto como para que el hechizo funcionara, y no lo hice por amor a ellas, sino por amor a lo que tú y Yuriy tanto cuidaron. El día que mi esposa murió, juré que siempre cuidaría de nuestras niñas y eso hice; creí que si las mantenía alejadas de sus propias raíces podría evitarse el trágico final pero me equivoqué. Ahora ellas van a pagar por mis errores.

-Makarov, debes salvarlas -murmuró Mavis destrozada.

-Es mejor si ellas sólo piensan que he muerto, ve y diles que no existo más, que de la preocupación morí de un infarto o algo así.

-¡Haz enloquecido! -gritó ella con rabia.

-¡Si lo he hecho es por culpa de ellas! -exclamó Makarov-. ¡Ellas me han traicionado y ya no puedo salvarlas, así que largo de aquí y diles que morí, porque ya no me necesitan!

Mavis pusó los ojos como platos y el corazón parecía querer salirse de su pecho. Quería llorar más por la rabia que por la tristeza y la desesperación de saber que ellas iban a morir inevitablemente y Makarov no haría nada. No esperaba más de él y tachándolo de loco, salió tan rápido de esa habitación como pudo para encontrarse a Zeref no muy lejos.

-Mavis -nombró él, preocupado por la mirada que ésta traía.

-Zeref -tartamudeó Mavis su nombré-, Makarov no va a salvarlas -los ojos de ella comenzaron lentamente a humedecerse-. ¡Tú sabes lo que pasará si ellas se quedan con ellos!

Zeref sin decir nada y mucho menos esperar a que ella dijera más, la rodeo fuertemente con sus brazos y acarició su cabello con ternura.

-Por eso lo traje aquí, Mavis, porque es insano ahora, él se ha vuelto loco -murmuró él-. Ahora sólo lamentate y espera a que un milagro ocurra -finalizó hablándole suavemente.

Mavis como un mar de lágrimas amargas, se limitó a seguir en sus brazos tanto tiempo como la maldición le permitiera...


Por otra parte, Juvia, cegada por la adrenalina y el pánico, dio unos paso atrás sin quitarle la mirada de encima al azabache de ojos profundos que evidentemente no planeaba nada bueno.

-Juvia, no me temas -dijo él en un intento de hacerla calmar-. No voy a hacerte daño, ya te lo dije.

-¿No lo harás? Claro -respondió ella aún más aterrada.

-Juvia, cálmate por favor -Gray lentamente se acercaba a ella, con cuidado porque en cualquier momento, Juvia podría cortarlo a la mitad con navajas hechas de agua y eso no era necesariamente bueno-. Yo comprendo que tengas miedo de todos ahora pero, podemos discutirlo y verás que no es tan malo como parece, más bien míralo como un sacrificio por una buena causa, de todas formas fue tu padre quien nos hizo esto y es justo que ustedes paguen.

-Gray -dijo Juvia temblando sin despegarle la mirada-, ya no te conozco, das miedo.

-Vamos, Juvia, si quieres puedo hacerlo aquí, rápido e indoloro -la mirada de Gray se tornaba poco a poco como una tormenta imposible de apaciguar, impredecible y peligrosa.

-¡No voy a dejar que las toques a ellas ni a mí! -exclamó antes de echarse a correr tan rápido como pudo, desesperada y sorda por la adrenalina.

-¡Juvia! -Gritó Gray, siguiéndola con rapidez sobrehumana-. No vas a escapar~

Ya estaba oscureciendo por lo que para Juvia era mucho más difícil continuar y al escuchar los pasos de Gray cubrirle las espaldas y su voz llamarla, una corriente de electricidad le recorrió el cuerpo y por impulso, se volteó y cubrió al chico dentro de una esfera hecha de agua a velocidad tal que se sentía como si pequeñas cuchillas apuñalaran el cuerpo del pelinegro quien, intentando librarse, lanzaba miradas inquisitivas a la chica. Juvia siguió su camino aprovechando el tiempo que le quedaba antes de que él se liberara y por sus mejillas, gotas grandes y amargas se resbalaban con el pensamiento de que ese hombre a quien amó y amaba, no era más que una cruel asesino no mejor a una pila de basura.

Mientras Gray veía cuánto se alejaba Juvia, aún intentado librarse, logró congelar el agua y hacer que aquella esfera se rompiera dejándolo libre. Sabía que alcanzarla lo haría cansar y sería difícil tomando en cuenta la energía que había perdido; ella no podría arruinar todo, él había sido muy estúpido creyendo que todo estaba bajo control, entonces recordó ese don vital que de nacimiento se le había otorgado: telepatía.

-¡Llegó la hora! -pensó Gray, transmitiendo la noticia a todos los chicos-. Hoy volveremos a casa.


Un ángel para cada demonio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora