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Al terminar la clase de gimnasia yo estaba destruída, sentía como mi cuerpo no quería seguir, como todo se desmoronaba.

Justo cuando sonó el timbre de fin de clases tomé mi mochila y me fui. Decidí ir caminando ya que no quería lidiar con más gente. Aunque me arrepentí varias veces de esa decisión porque no vivo muy cerca del colegio,  pero en serio me sentía mal.

Llegué a mi casa un poco más tarde de lo que debía llegar por lo que no pude evitar llamar la atención de mi madre cuando llegué.

- ¿Por qué llegaste tan tarde? - me preguntó mi madre con cara de preocupación y alivio a la vez.

- No es tan tarde, sólo llegue unos minutos tarde.

- ¿Estuviste llorando?¿Qué te pasó?

- ¿Ahora ésto es un interrogatorio mamá? - Le respondí con un tono fuerte y seguí hacia mi habitación evadiéndo sus preguntas.

Lo único que hice en la noche fue llorar, no tenía idea por qué pero no podía parar de hacerlo. Hasta que por fin me calmé y me dormí.

Sólo fue mi primer día y ya tenía enemigas, un amor frustrado y no tenía más ganas de seguir yendo a la secundaria. Lo único que puedo rescatar de todo ésto son Luna y Peter, mis únicos amigos, las únicas personas que no se ríen de mi ni piensan que soy un monstruo.

Lo único en lo que pensaba todo ese tiempo fue en lo que me dijo esa irritable chica rubia. El chico que vi en la calle no podía caer en manos de ella, no la merecía. El sólo podía ser mío.

Una Chica Más Que Enamorada©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora