Las sombras de aquellos que prometí no olvidar

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Termina mi tercer año en la escuela y todos nos reunimos para una pequeña fiesta para celebrarlo.

Siento una terrible presión en el pecho y un nudo en mi garganta no me deja conversar correctamente con mis amigos, siento que me he olvidado de algo importante, pero no sé qué es.

Hace unas semanas mis padres me dijeron que me iban a cambiar de escuela y se los dije a mis compañeros el mismo día en el que me lo dijeron, así que están enterados.

Gabriel, mi compañero y amigo desde primer grado, posa su mano en mi hombro y dice:

— ¿Otra vez pensando en esas cosas? No te preocupes puedes venir a visitarnos cuando quieras, nosotros seguiremos aquí por al menos tres años más, déjate de cosas y vamos a jugar pelota un rato con los demás.

El ríe.

Siempre riendo, es un buen tipo, seguro nunca lo olvidare, pero lo visitare de vez en cuando.

La fiesta transcurrió normal, jugamos pelota un rato e íbamos a la piscina. Comíamos un poco y seguíamos jugando mientras el día se acababa y pensábamos que había sido el día más divertido del año.

Lo último que me dijo fue: "No te olvides de pasar a saludar".

El primer día de clases fue muy incómodo, la nueva escuela, una particular, estaba llena de gente nueva y desconocida, con profesores que enseñaban de formas nuevas y extrañas, pero que exigían mucho más. Era difícil llevarles el paso pues todos estaban muy adelantados, así que me dedique todo lo que pude para tomarles el ritmo.

Un mes pasó como si nada y las cosas solo parecían complicarse, pero, mientras iba a mi escuela, mis padres pasaron por la anterior y recordé la promesa que les hice a mis amigos, sin embargo, era imposible, estaban en clases y yo tenía que ir a las mías. La próxima vez será, lo prometo

Loaiza, una amiga de la nueva escuela a menudo me acompañaba durante las clases pues se había dado cuenta de que me estaba quedando atrasado y dedico su tiempo para ayudarme a igualarme. Ella me presento también a nuevos amigos, pero yo tenía que ir a visitar a alguien.

¿Alguien? Seguro es un amigo de mi vieja escuela.

Poco a poco me fui adaptando hasta que logre igualar el paso a mis nuevos compañeros, aunque me atormentaba una extraña sensación.

Me llevó seis meses acostumbrarme, pero Loaiza y mis nuevos amigos me han ayudado mucho, siempre fueron muy atentos conmigo. A pesar de eso, tengo algo que hacer, una promesa que cumplir.

Después de los exámenes parciales tengo algo de tiempo, así que aprovechándolo me dirijo con la pelota nueva que me compraron para ir a visitar mi vieja escuela.

Pero no hay nadie.

No encuentro a nadie.

¿A quién estoy buscando?

Recuerdo aquella permanente sonrisa y lo mucho que nos divertíamos jugando, pero no se de quien hablo y mis padres me apresuran para irnos, hay un curso vacacional de nivelación al que me han inscrito.

Las vacaciones terminan y también el curso de nivelación.

Las clases otra vez son muy pesadas y tengo que esforzarme cada vez más.

Los ratos libres los paso con Loaiza y jugamos junto a los amigos, tanto como podemos, pero, cada vez que visito aquella escuela simplemente o no hay nadie o no se puede entrar. Aunque ya no recuerdo porque quiero ir. Cada vez es más extraña esta sensación.

El último periodo de la escuela ha terminado y hacemos una pequeña fiesta donde hay comida y un patio amplio para poder jugar con mis amigos.

Siento una terrible presión en el pecho y un nudo en mi garganta no me deja conversar correctamente con mis amigos, siento que me he olvidado de algo importante, pero no sé qué es.

Hace unas semanas mis padres me dijeron que me iban a cambiar de escuela y se los dije a mis compañeros el mismo día en el que me lo dijeron, así que están enterados.

Loaiza, mi amiga y compañera durante este largo y pesado año se sienta junto a mí y me dice:

— ¿Otra vez pensando en esas cosas? Nunca me dijiste que es lo que olvidaste, pero creo que no debes preocuparte. También me cambiare de escuela, pero te prometo que volveré, espérame y jugaremos con los demás como siempre lo hemos hecho. ¿Te parece bien?

Ella sonríe.

Siempre lo ha hecho, y tengo la impresión de que nunca olvidare su sonrisa.

Tan cálida y amable, cumpliré mi promesa de esperarla para volver a jugar con todos.

La fiesta transcurre normalmente mientras muere el día, con todos pensando que tal vez haya sido el día más divertido del año.

Nos despedimos con la promesa de volvernos a encontrar algún día para poder jugar como siempre...

Hoy es el día de mi graduación.

Un nudo en la garganta no me deja conversar con mis compañeros.

Laura, mi amiga de todo este año me observa preocupada.

— ¿Sigues sin recordar? Nunca me dijiste a quien esperabas, pero seguro le has de encontrar. ¿Qué tal si prometemos que cuando hayamos encontrado trabajo nos reuniremos con todos los muchachos a tomar un trago para recordar buenos tiempos?

Su rostro de preocupación y forzada sonrisa solo me hace romper a llorar.

No quiero olvidar esa hermosa sonrisa con la que me ha consolado todo este tiempo.

No quiero que forme parte de ese amasijo de recuerdos sin forma, ni la quiero esperar.

Simplemente, no quiero olvidar más.

Quisiera saber de quién es cada sonrisa.

Quisiera saber a quién estoy esperando.

Pero la historia siempre se repetirá.

Mientras tanto aquí sigo yo, esperando a quien no llegara y recordando a aquel a quien nunca llegué a visitar.

Los frutos del tiempo. Relatos cortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora