CAPÍTULO DOS (Tercera parte)

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El padre Ernesto alza el vaso de agua que tiene frente a él y se refresca la boca y la garganta. El padre Enrique lo mira con fijeza, se recuesta en el sillón de cuero donde suele leer y meditar unos instantes todas las tardes, y le dice con sequedad:

-Ahora sí cuéntame cómo fue la cosa.

-Ya te dije, el tipo mató a su mujer y a sus dos hijas.

-Pero dame los detalles, cuéntamelo despacio.

-El tipo se había confesado conmigo ese mismo día. ¿Recuerdas? Te expliqué que había algo raro alrededor de él, una maldad suprema, incomprensible.

-Bueno, no exageres, era un psicópata y punto.

-No, Enrique, no es sólo un individuo trastornado.

-Estás complicando las cosas sin necesidad.

-Déjame hablar.

-Es que todo lo enredas.

-El mundo no es tan simple como tú lo ves.

-Yo no he dicho que sea simple.

-Te la pasas reduciendo la complejidad del mundo a meros esquemas racionales.

-¿Y qué hay de malo en ello?

-Que el mundo es más amplio, Enrique, más diverso y contradictorio de lo que tú sospechas.

-Yo no veo problema en pensar correctamente, como debe ser.

-Y para rematar eres el dueño de la verdad.

-Mira, Ernesto, en nuestro trabajo tenemos que estar tratando de día y de noche con fanáticos, con místicos, con beatas que se la pasan viendo a la Virgen en el baño, en las paredes del jardín o en la taza de chocolate del desayuno. Gente inclinada a la superstición, fantasiosos unos, fanfarrones los otros. ¿Qué debemos hacer? Enseñarles un cristianismo práctico, social, una lucha solidaria que los enaltezca y los saque de ese pensamiento religioso mágico e ignorante.

-Eso no te lo voy a discutir.

-Tú sabes bien que lo que esta gente necesita es reivindicar sus derechos, exigir del Estado más inversión social, organizarse y luchar por un futuro mejor.

-Estamos de acuerdo.

-No necesitan más cuentos sobrenaturales. Los curitas que juegan al brujo o al profeta están mandados a recoger. Y perdona que te hable con tanta franqueza.

-Es que ahí no tengo nada que discutirte.

-¿Entonces qué es lo que me reprochas?

El padre Ernesto toma aire y habla con soltura:

-El amor no es una ecuación matemática, Enrique. Tú piensas en el bienestar de los otros, sí, pero no los amas, no te entregas a ellos, no sientes un cariño auténtico por sus hijos y sus nietos. No puedes ver más allá de tus pensamientos racionales. El único cristianismo que puedes comprender es el cristianismo marxista. La razón te limita y te impide ver un poco más allá. Eso es lo que te critico.

El padre Enrique se levanta, camina unos pasos por el salón donde están conversando, levanta los brazos y dice:

-Calmémonos. Así no vamos a llegar a ninguna parte.

-Y perdona que te hable con tanta franqueza -dice el padre Ernesto regresando la frase con un doble filo.

-Ya, ya, deja el veneno y volvamos a hablar de ese fulano.

Se sienta, respira profundo y se queda observando a su compañero con las manos entrelazadas sobre el regazo. El padre Ernesto retoma el hilo de la conversación:

Satanás - Mario MendozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora