Andrés estudia Los náufragos de la Medusa, de Géricault, con plácido detenimiento, observando cada uno de los detalles magistrales de la pintura, cada ola, cada pincelada que muestra los músculos de los viajeros, cada pliegue de los ropajes, cada trazo de ese cielo que empieza a abrirse después de la tormenta, cada mirada agónica y desesperada que cubre los rostros trastornados de los sobrevivientes. Sabe que el artista se inspiró en un hecho real: la armada francesa había naufragado muy cerca de las costas africanas en 1816 y había desprotegido por completo a ciento cincuenta pasajeros que se vieron obligados a navegar dos semanas en una pequeña balsa sin la más mínima ayuda. Durante este tiempo los alucinados pasajeros se asesinaron entre ellos, se comieron a los enfermos y a los más débiles, se enloquecieron, se arrojaron al agua para suicidarse, y al final, cuando llegó el rescate, sólo quedaron quince náufragos sobre el destrozado planchón de madera. Andrés observa en la obra la potencia de los elementos, el viento huracanado inflamando la miserable vela improvisada, los rastros de la lluvia, el oleaje embravecido, los oscuros nubarrones todavía compactos y cerrados en un cielo que se niega a compadecerse de los últimos sobrevivientes, quienes se agrupan conformando una insignificante pirámide aniquilada por la fuerza descomunal de la naturaleza. Y lo sorprende una escena en la parte alta del lienzo: el hombre que agita un trapo para llamar la atención del barco que va a rescatarlos es un hombre negro, el único que aún tiene alientos para vencer la adversidad, el sirviente, el mayordomo, el esclavo que luego de trece días de hambrunas y enfermedades permanece de pie, sacudiendo la esperanza en su brazo izquierdo. Ese hombre que al comienzo del viaje recibe órdenes y carga las maletas, es, sin que nadie pueda llegar a sospecharlo, el más fuerte, el más dotado para una prueba de resistencia física, el que en realidad merece vivir. Ya suprimidas las clases sociales y las diferencias económicas, se ve quién es quién, se hace evidente la flaqueza o la templanza de carácter, se sabe en serio y sin trampas quién es el más apto para sobrevivir. Y en este caso es el mar el que mide la resistencia de los hombres, el que permite que el humilde criado haga valer sus condiciones físicas y psíquicas, y se encumbre hasta alcanzar las difíciles cimas del heroísmo.
El timbre del teléfono saca a Andrés de sus cavilaciones. Deja la lámina sobre el escritorio y levanta el auricular:
-¿Aló?
-¿Andrés?
-Sí, con él.
-Con Angélica.
-Quihubo, ¿qué tal?
-Necesito verte -dice ella con la voz hecha un susurro.
-¿Ahora?
-¿Podemos hablar esta tarde?
-¿No puede ser mañana?
-Es urgente.
-¿Te pasó algo?
-Necesito hablar contigo.
-¿Y tiene que ser hoy?
-Es muy importante, Andrés.
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Satanás - Mario Mendoza
General FictionSinopsis Una mujer hermosa e ingenua que roba con destreza a altos ejecutivos, un pintor habitado por fuerzas misteriosas, y un sacerdote que se enfrenta a un caso de posesión demoníaca en La Candelaria, el barrio colonial de Bogotá... historias qu...