CAPÍTULO DIEZ (Segunda parte)

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Maribel está sentada a su mesa de trabajo escribiendo en un cuaderno colegial. Los audífonos de su walkman le impiden percatarse de lo que sucede a su alrededor.

Campo Elías la toca con suavidad en el hombro. La joven se da la vuelta, esboza una sonrisa y deja los audífonos sobre el escritorio.

—Golpeé en la puerta pero no escuchaste.

—Estaba oyendo música.

—¿Cómo estás?

—Qué casualidad, estaba escribiendo justo para nuestra clase de mañana.

—Y sobre qué, si se puede saber.

—¿Quiere que le diga ya?

—Anticípame algo.

—Estuve consultando en la biblioteca del colegio sobre un tema que me parece que es la clave de toda la novela.

—Déjame adivinar... El relato del ángel caído, del ángel que se subleva...

—Cómo lo supo.

—El problema del bien y el mal, de la luz y la oscuridad.

—Es que hay algo que no entiendo. El mal no es mal desde siempre, desde el comienzo. El demonio era un ser celestial.

—Además estamos hechos a imagen y semejanza del Creador. Y si hay una parte de nosotros malvada y perversa, ¿cuál es entonces esa parte en la mente de Dios?

¿Cómo del bien y la perfección se puede originar el mal y el pecado?

Campo Elías toma aire y remata diciendo:

—Satanás no es más que una palabra con la que nombramos la crueldad de Dios. No hay un bien supremo, Maribel. Tenemos una divinidad bicéfala, de dos rostros. ¿Recuerdas que Stevenson habla de dos gemelos? Somos el experimento de un Dios cuya malevolencia y vileza se llama Satanás.

—Habla de una manera que me da miedo.

—Haces bien en sentir miedo.

—¿Por qué?

—Porque hoy he venido a darte una lección práctica, a mostrarte cuánta razón tienes en todo lo que has pensado y escrito en tu ensayo.

—No me hable así, por favor.

—Estás hablando con Mister Hyde.

El primer bofetón sacude a Maribel contra la mesa y la deja aturdida, con la mejilla hinchada, sin saber muy bien qué hacer para escapar de la fiera que acaba de entrar en su cuarto en busca de alimento y diversión. La segunda bofetada la deja paralizada, inmóvil, atravesada por un temor tan hondo que no le permite pensar o intentar algún movimiento para defenderse. El soldado la agarra del cabello y la arroja sobre las almohadas y el edredón. Saca el cordón y amarra las manos y los pies de Maribel a los cuatro extremos de la cama, como si los miembros de la muchacha fueran cuatro aspas de una hélice cuyo centro estaría en el abdomen, en el ombligo. Se abre el saco y saca el cuchillo de la vaina.

—Qué me va a hacer —dice la joven en un susurro, atragantada por el temor.

—Vas a conocer el sufrimiento.

—No, por favor...

—Hay un tiempo para el gozo y hay un tiempo para el tormento.

—Se lo ruego...

—Vas a conocer el otro lado. No todo es comodidad, dinero y festejos, Maribel. Hay un lado oscuro, una zona de sombra que debes atravesar. Yo te voy a ayudar.

Satanás - Mario MendozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora