CAPÍTULO TRES (Segunda parte)

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El padre Ernesto, que ha estado de rodillas rezando durante cerca de media hora, se levanta, se da la bendición y abre la puerta de su cuarto para acercarse al despacho de la casa cural. Irene, la joven encargada del aseo y de la cocina, le dice en el corredor:

-La señora Esther ya lo está esperando en el despacho.

-Gracias, Irene -contesta el padre apretando el paso, y por un momento sus ojos se detienen en el cuerpo esbelto y voluptuoso de la joven.

En efecto, en el pequeño salón que sirve de despacho, está una mujer gruesa, de unos cuarenta años de edad, vestida de negro y con los ojos inyectados en sangre.

Se pone de pie para saludarlo.

-Buenas tardes, padre.

-Buenas, hija, siéntate.

El sacerdote se ubica en un cómodo sillón frente a ella, abre los brazos y dice con voz afectuosa y amigable:

-Bueno, dime en qué te puedo ayudar.

La voz de la mujer es una voz apagada, tenue, muy débil, que revela una gran fatiga y largas noches de insomnio.

-Usted es una gran persona, padre. La gente lo estima y lo respeta.

-Gracias, hija.

-Piensa primero en los demás, es un hombre entregado de lleno a su trabajo.

-Ésa es la idea, sí.

-Le digo esto no por adularlo, padre, sino porque usted es la persona indicada para esta consulta.

-Dime cuál es el problema.

La mujer empieza a sollozar y las manos le tiemblan sobre las piernas.

-Estoy desesperada, padre, ya no puedo más.

-Qué sucede.

Ella abre el bolso, saca un pañuelo color crema y se seca las lágrimas.

-Quiero advertirle que no quiero que nadie se entere de esto, padre, no quiero hacer un escándalo y que mi casa se convierta en foco de chismes y habladurías.

-Lo que me digas no saldrá de estas cuatro paredes.

-No quiero estar por ahí en boca de todo el mundo.

-Bueno, qué es lo que sucede.

-A mí no, padre, es a mi hija.

-Cuántos años tiene ella.

Satanás - Mario MendozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora