CAPÍTULO SEIS: FUERZAS DESCOMUNALES. (Primera parte)

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La luz atraviesa la gruesa tela de la cortina e ilumina la habitación escasamente, como si fuera el destello agónico de un atardecer capitalino. Un aguacero estruendoso y prolongado acaba de terminarse, dejando en el aire esa límpida humedad que refresca los pulmones. María está recostada en la cama con unos cojines gruesos sosteniéndole la espalda. Pablo está a su lado, sentado en una silla con los brazos cruzados en el pecho. La voz de María refleja aún su debilidad física, es una voz que no se despliega hacia afuera sino que parece hundirse en el pecho, atorarse, quedarse a medio camino:

-¿No tengo nada?

-Los exámenes salieron bien, no te contagiaron ninguna enfermedad.

-¿Y el de embarazo?

-Negativo también.

-Menos mal.

-Ahora tienes que reposar y recuperarte -aconseja Pablo-. En unas semanas estarás bien.

-El cuerpo tal vez estará bien...

-¿Quieres que te consiga un psicólogo?

-No, no quiero hablar de esto con nadie.

-De pronto si te desahogas puedes superarlo más rápido, no sé.

-Ese no es el punto.

-No te encierres en ti misma.

-Tú qué sabes...

-Busco ayudarte, nada más.

-No parece.

-Ahora no me ataques a mí, María, yo no tengo la culpa de lo que te pasó.

-Yo no estoy culpando a nadie.

-Entonces por qué me dices eso.

-Porque me hablas tan tranquilo, como si nada hubiera pasado.

-Intento pensar qué es lo mejor para ti. Tal vez un psicólogo te ayude a...

-Tú no entiendes nada.

-¿Por qué me hablas así?

-Imagínatelo al revés.

-¿Qué?

-Imagínate que unos tipos te agarraron descuidado una noche, te llevaron a un potrero y te violaron. ¿Tú buscarías después la ayuda de un psicólogo?

Satanás - Mario MendozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora