CAPÍTULO DIEZ: SATANÁS. (Primera parte)

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Campo Elías Delgado, ex combatiente de Vietnam y ahora profesor de inglés, pasa, con las manos temblorosas y recubiertas por una fina capa de sudor, las páginas de la novela El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde, de Robert Louis Stevenson. No lee por entretenimiento o distracción, sino de una manera febril, intranquila, buscando en cada párrafo la confirmación de un futuro inmediato que debe cumplirse inevitablemente. Sabe que está llamado a convertirse en un ángel exterminador, pero quiere que el libro le dé la prueba irrefutable de su destino, necesita constatar primero en la letra escrita los hechos aterradores que dentro de poco llevará a cabo con sangre fría y pulso firme, como si fuera un héroe antiguo que ejecutara sin dudarlo el decreto de unos dioses crueles y sangrientos. Así, ansioso, expectante, con la respiración agitada, deposita sus ojos en la declaración final del protagonista, el doctor Jekyll:

Me fui acercando cada vez más a esa verdad, cuyo descubrimiento parcial me ha condenado a este terrible naufragio: que el hombre en realidad no es uno, sino que verdaderamente es dos.

Levanta los ojos de la página. Piensa: Una pluralidad, una multitud, un gentío habitándonos por dentro. La identidad como una multiplicidad de entidades que luchan dentro de nosotros por sobresalir. ¿Cuál triunfa dentro de mí? ¿Cuál se apoderará de mi voluntad? El soldado, el guerrero, el vengador, el combatiente, el estratega. Ya no más esta vida infame, llena de oprobio e ignominia. Ha llegado la hora de demostrar lo que somos. Vuelve a mirar el libro y se concentra de nuevo en la lectura:

La maldición del ser humano consiste en que estos dos incompatibles gusanos estén encerrados en la misma crisálida, mellizos de antípodas perpetuamente en lucha en el seno de la conciencia. De modo que, ¿cómo disociarlos?

Se recuesta en el asiento y observa la pared distraído, pensativo. Dos hermanos con el rostro idéntico que viven dentro de nosotros. Sí, perfecto. El militar y el miserable profesor de inglés. Ya me cansé de representar el papel del buen hombre que anhela ser aceptado por el rebaño, el decente trabajador que desea ingresar en el redil y que lo dejen permanecer allí con las demás ovejas. No, vamos a darle rienda suelta al otro, al hábil, al diestro, al listo de la familia, al gemelo astuto que les dará a los demás una lección de osadía y temeridad. ¿Qué se creían, que me iba a quedar el resto de la vida con la cabeza gacha, pidiendo como un limosnero lo que me deben por mis mediocres clases de inglés? Ya verán, vamos a sorprenderlos. Regresa a la novela y lee los renglones que están justo en la mitad de la página, cuando sale a flote la malvada personalidad de Edward Hyde:

Me supe a mí mismo, desde la primera bocanada de esta nueva vida, más malvado, diez veces más malvado, entregado como esclavo a mis malas pasiones originales; y el descubrimiento, en ese instante, me exaltó y me encantó, como si se tratara de un sorbo de vino. Estiré los brazos, exultante, en la frescura de estas sensaciones...

Escucha la voz de su madre que lo llama desde la cocina. Decide no moverse y no responder.

Está atrapado en el poder de esas palabras que lo incitan a una transformación inmediata:

Edward Hyde, sin antecedentes en la historia de la humanidad, era ejemplo exclusivo del mal... Y se despertó y se desató en mí el espíritu demoníaco...

Los golpes en la puerta lo sacan de la lectura y lo obligan, iracundo, a preguntar:

—¿Qué pasa?

—Lleva dos días encerrado sin comer nada. ¿Está enfermo?

—¿Y a usted qué le importa? ¡Encárguese de sus asuntos, bruja!

—¿Quiere que llame a un médico?

Coge uno de sus zapatos y lo estrella contra la puerta.

Satanás - Mario MendozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora