Identidad

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Unos brazos me sacudieron al poco tiempo, me sujetaron bajo mis rodillas y mis hombros, mi cuerpo se apoyó sobre su torso, duro como una piedra, lo miré asustada, llevaba una capucha de plástico transparente, era un muchacho joven, apenas algunos años mayor que yo, su barba corta era tan negra como su pelo y sus tupidas pestañas resaltaban sus ojos marrón miel.

—Tranquila, te llevo dentro— Me dijo con tono grave.

Lo miré seria pero ya no sentí temor.

Entró por el portón de la Finca y me llevó hasta una casa que se encontraba a unos pocos metros, apenas pude ver el parque verde y la majestuosa casa del Varón.

Una vez adentro me paró sobre el piso, sujetó mis hombros y buscando mis ojos me preguntó cómo estaba. Solo asentí con la cabeza, mi cuerpo temblaba violentamente, el hombre que me había atendido una hora atrás se acercó y con el mismo gesto serio me tendió una toalla, la tomé mientras dejaba la mochila en el suelo y abracé la toalla con fuerza.

La puerta se abrió bruscamente, una mujer de larga cabellera rubia entró mirando a los dos hombres, luego me miró a mí con la preocupación reflejada en su delicado rostro, me sentí intimidada, creí que me sacarían de narices de allí, pero extendió sus brazos y me llevó contra su agraciado cuerpo sin importar que mojara su fino traje color caquis.

—¿Qué le ha pasado?— Preguntó.

—Estaba en el piso, bajo el árbol de la vereda de enfrente— Contestó el joven que me había rescatado.

—Creí que se había ido, es otra hija, deduje que su madre la esperaría en el auto, no la vi en el monitor— Se excusó el portero.

La mujer me miró, sus ojos eran de un color marrón intenso, yo seguía temblando.

—Te vas a dar una ducha caliente y luego hablaremos, te prepararé un té.

Vi cómo el muchacho se sacaba el impermeable transparente y luego su sudadera negra de mangas largas, acercándosela a la mujer que la tomó.

Su cuerpo era tan asombrosamente perfecto que me avergoncé, podía ser cualquiera de los muchachos que posaban para las fotografías que empapelaban una de mis carpetas de estudio.

La mujer me dirigió hasta el cuarto de baño, tomó de un estante una toalla, abrió el agua caliente y mientras mantenía la mano bajo la ducha me ordenó:

—Métete rápido al agua, no quiero que te enfermes—

Dejó sobre una butaca forrada en tela color crema la remera del muchacho y la toalla, salió y cerró la puerta.

Apoyé mi mochila en el piso, la abrí y saqué de un tirón el jean enrollado, estaba empapado, analicé el celular y la foto y me alegró ver que se encontraban en perfectas condiciones, aunque húmeda, la fotografía estaba intacta.

Metí la mano en la mochila nuevamente y saqué una pequeña bolsa plástica cerrada en el fondo, donde había guardado ropa interior, había heredado de mi madre la manía por la higiene.

El agua caliente comenzó a caerme por el pelo, en un primer momento sentí dolor pero mi cuerpo me lo agradeció, los músculos comenzaron a relajarse. Pasé largo rato bajo la ducha hasta sentir nuevamente los dedos de los pies.

Me sequé, lo único que podía usar era la ropa interior seca, fue en ese momento cuando me di cuenta el motivo por el que el muchacho me había dado su sudadera, por suerte me quedaba lo suficientemente grande como para taparme casi hasta las rodillas. La tela era suave, tibia y olía estupendamente, inspiré varias veces el aroma y salí, esperando una tremenda reprimenda. Avergonzada entré a la habitación donde me esperaban, el muchacho se había vestido nuevamente, se encontraba sentado sobre la encimera de madera, a espaldas de una ventana que daba al parque y desde donde se podía ver el portón, el hombre que me atendió en un primer momento estaba sentado de espaldas al muchacho, en una de las sillas de madera frente a una mesa rectangular de aspecto pesado, la mujer apoyaba sus manos sobre el respaldo de la silla de la cabecera, frente a mí. En cuanto entré me miraron.

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