Mi hogar

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Caminamos hasta la entrada de la casa.

—¿Te animas a entrar?— Me preguntó.

—Sí, soy cobarde, pero no tanto, las casas en general no me asustan— Respondí divertida pero con algo de ansiedad.

—No es la casa lo que me preocupa, no me gustaría que entres en estado de shock nuevamente, bastante difícil debe ser enterarse que tu ídolo al que jamás habías conocido es en realidad tu padre, entrar a su casa puede ser igual de emotivo—

—Puede ser, pero si no entro jamás lo sabré—

—Y te crees cobarde—

Reímos mientras nos acercábamos, el enorme pino que resguardaba el ala izquierda interrumpía la vista del gran ventanal, al llegar a la puerta de madera me fijé en las figuras talladas y los tres vidrios biselados del centro, comencé a sentirme nerviosa, había tenido razón, estaba emocionada, me mordí los labios con nerviosismo, el corazón me comenzó a latir más rápido. Sentí la mano de Vian sujetando la mía, la apreté con fuerza, si antes me sentía emocionada ahora estaba a punto de explotar.

—Podemos hacerlo más tarde si quieres— Propuso.

—No, enfrentemos a la bestia de una buena vez— Aunque la busqué la risa no me salió.

Vian abrió la puerta, frente a mí tenía la casa más hermosa que había visto, a la izquierda un gran living con dos grandes ventanales uno daba al frente y otro al costado de la casa, las vivas flores rojas de los almohadones resaltaban en los sillones color crema, el perfil de una amplia escalera se erguía enfrente, un pasillo largo guiaba a un gran ventanal rectangular donde se podía ver la piscina de afuera, a la derecha una pared decorada con un gran espejo, una mesa angosta con floreros rebosantes de coloridas flores, unos metros más adelante se encontraba la puerta de la cocina, caminamos despacio, el dulce aroma del primer momento se mezcló con olor a levadura y vainilla, la cocina era amplia, una gran mesa de roble reinaba en el centro, nunca había visto una mesa tan grande, con tantas sillas, la encimera de mármol blanco rodeaba la pared opuesta, el mueble que colgaba sobre ésta y las puertas del bajo mesada también eran de roble, del mismo color que la mesa. No era una cocina moderna, pero sí tenía la calidez del hogar, la gran ventana que daba al frente de la casa y la puerta ventana que daba al patio le proporcionaba mucha luz y un aspecto majestuoso.

—Rosa, ella es Mell— Oí decir a Vian a mi lado.

La señora cubierta de harina me miró sorprendida, la encontramos amasando sobre la encimera, sus mejillas regordetas y ojos luminosos me regalaron una gran sonrisa, se acercó limpiando sus manos en el delantal y me abrazó con fuerza.

—Cómo has crecido— Dijo mientras apoyaba la palma de su mano en mi mejilla. Le sonreí, sin dudas me había conocido de pequeña.

—Venimos a recargar energías ¿Qué has hecho de rico?—

—Te hice las palmeritas que tanto me has pedido, están en la ventana—

Me senté en una silla y Vian apoyó sobre la mesa una gran fuente de palmeritas que olían de maravillas.

—Recuerdo cómo te gustaba abrir todas estas puertas, tuvimos que sacar las cosas filosas, eras un peligro, tu madre debía estar encima tuyo todo el día— Me contó la cocinera.

Vian miró a Rosa con expresión seria, ella calló, me sonrió y volvió a su labor.

—Es increíble este lugar, ahora sé porque es tu segundo lugar favorito, Rosa tienes muy buena mano, está exquisito— Di un segundo bocado.

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