Prólogo

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Todo comenzó ese fatídico día de invierno en el cuál, durante el transcurso de la mañana, el rey Aetos de Genesio ordenó a todas las personas bajo su mando que enviaran un comunicado a toda aquella persona mayor de dieciocho años que viviera dentro de sus dominios. Rápidamente, como si fuera de vida o muerte, los mensajes fueron llegando uno por uno a los hogares de todo el pueblo, inclusive, al hogar de la familia Callaham, quienes no tenían idea de que ese mensaje cambiaría la vida de su familia para siempre.

El mensajero bajó de su caballo blanco como la nieve, y se acercó lentamente a la puerta. Luego de tocar y aguardar por unos momentos, la puerta se abrió revelando a un niño de aproximadamente siete años de edad con una sonrisa en su rostro e inocencia pura en su mirada. El niño tenía el cabello castaño como las avellanas, y ojos color azules, su altura no debería superar la mitad de la puerta de su casa. Lo que sorprendía del niño a simple vista, es que era más corpulento que cualquiera de los niños de su edad, será un gran guerrero algún día pensó el mensajero.

‒ Disculpa jovencito, estoy buscando a Octavian Callaham ¿Es posible que él se encuentre aquí?

El niño miró asombrado al mensajero que se encontraba frente a él. Quizá debido a que lo doblegaba en altura, o que no pasaba desapercibido debido a su brillante armadura plateada y el gigante estandarte del rey que llevaba consigo.

‒ ¡Papi! ¡Papi! – el niño gritó entrando en su casa a toda prisa.

Cuando regresó, lo hizo con su padre, un hombre de mediana edad, tan alto y fornido como los mejores guerreros del reino. Era muy parecido al niño que lo acompañaba, su cabello era casi idénticos salvo por unas canas que se asomaban por encima. Vestía una camisa de lino blanca cubierto con lo que parecía ser la piel de un oso pardo, unas mallas de color marrón y unas modestas botas de cuero negro. En sus ojos podía verse la preocupación que le generaba el que un mensajero del rey se encontrara su puerta, ya que eso nunca había pasado, y no podía significar nada bueno. Octavian ordenó a su hijo que aguarde en su cuarto hasta que el mensajero y él hayan terminado de platicar. El niño obedeció la orden de su padre, a medias... Si bien se había retirado del lugar donde ellos comenzarían a hablar, se quedó lo suficientemente cerca como para oír lo que decían.

Octavian invitó al mensajero a pasar, y se dirigieron a la sala para poder estar más tranquilos. Las pocas velas de la casa estaban encendidas aquí y allá para poder ver hacia donde se dirigían, ya que en invierno, el sol aparece más tarde de lo normal, y aunque lo haga, parece no tener fuerza siquiera para iluminar. Una vez allí, tomaron asiento en los sillones ubicados cerca del fuego que al parecer, no había parado de crepitar en largo tiempo. En el momento que el mensajero iba a revelar la intención de su visita, una mujer salió de su habitación, para recibir a las visitas que habían arribado en su hogar, pero al parecer, no esperaba encontrarse a un mensajero del rey sentado en su propia sala. Ella era pequeña y frágil a simple vista, de modo que ni con la mejor voluntad podía decirse con exactitud su edad. La figura de la mujer era perfecta, su cuerpo esbelto estaba cubierto por un vestido del color de las lavandas que dejaba al descubierto los hombros y parte de su espalda que estaban cubiertos por largo cabello rubio. Tenía ojos pequeños del color del mar, iguales a los del niño que abrió la puerta en primer lugar.

‒ ¿Qué sucede aquí? – preguntó bruscamente sin intentar ocultar el asombro que le producía aquel hombre allí.

‒ Disculpe la molestia mi lady, déjeme presentarme, mi nombre es Sket, un placer – dijo levantándose de su asiento mientras se acercaba a la mujer para besar su mano en señal de respeto y cortesía.

‒ Lo lamento, Sket, déjeme presentarle a mi esposa Nekash, ella es la madre de mis amados hijos, Aro e Isaac.

‒ Encantado de conocerla – respondió este –. Estaba por comentarle a su esposo la causa de mi presencia aquí – volvió a tomar su asiento e hizo una pausa antes de continuar, lo que indicaba que el presentimiento de Octavian era cierto, se trataba de malas noticias –. Una guerra se avecina, el rey Aetos está reclutando la mayor cantidad de voluntarios que se ofrezcan a luchar por él y por el reino ya que la ciudad rival, Lirceo, supera ampliamente el número de nuestros soldados. Esta petición...

Aro - El Alma del Príncipe AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora