Volvimos por el mismo corredor por él que habíamos llegado, en un completo silencio que ninguno deseaba romper. La oscuridad nos cubría por completo a los tres, aunque no nos importó en absoluto, porque sabíamos a dónde íbamos, lo que encontraríamos allí y en comparación, la oscuridad no sonaba tan mal. Llegamos rápidamente a la primera sala a la que habíamos entrado luego de descender las escaleras secretas que Aetos tenía en caso de que debiera escapar, pero también aquí, la oscuridad ocupaba cada rincón del recinto.
− Lux – escuché decir a Mía en un tono apenas audible que, si no fuera por el increíble silencio del lugar, no podría haberlo oído. Su báculo comenzó a brillar con su típica luz blancuzca iluminando la escena que habíamos dejado atrás hace un corto tiempo. Los ogros estaban esparcidos por todo el suelo inundándolo de una oscura y espesa sangre color negra. Sus expresiones eran ahora más tranquilas y perturbadoras que antes, ya que todos sus rostros tenían una herida de muerte en el ojo. Mía se volteó de pronto, como si no quisiera ver la escena frente a sus ojos mientras que Desmond se acercaba al cuerpo sin vida de Aredhel. Seguía donde lo habíamos dejado, confirmando que la pesadilla que vivimos experimentando su muerte no era otra cosa que la realidad. Una cruel y triste realidad. Al inclinarse para tomar el cuerpo y gracias a la luz que provenía del hechizo de Mía, pude observar que la herida que Desmond tenía debido a las llamas del dragón habían empeorado, dándole a su brazo un aspecto muy doloroso.
− Desmond – le dije sin apartar la vista de su brazo – si quieres puedo cargarla hasta la casa.
Él se volteó para mirarme y notó que estaba viendo su herida.
− No hace falta – respondió alzando el cuerpo de Aredhel entre sus brazos dejando su rubia cabellera caer por el efecto de la gravedad. Desmond miraba a Aredhel y me pareció ver que una lágrima corría por su mejilla. Antes de poder preguntarle, habló de nuevo.
− Así es como la saqué la primera vez de aquel lago ¿Sabes? cuando ella estaba muriendo ahogada. Todo es igual, salvo que en ese momento lograba salvarla.
Al escuchar a mi amigo así, no pude evitar pensar lo que significaba aquel recuerdo para él. Dolor, cariño, tristeza.
− Mía, ¿puedes transportarnos a mi hogar? – pregunté queriendo llegar lo más pronto allí para poder ayudar a mi madre, y además, que aquella dolorosa escena que estaba viviendo Desmond terminara lo más rápido posible para él.
− Claro – respondió abriendo su bolso buscando la piedra que Pitt le había dado para sacarnos y salvarnos de Aiwon – solo déjame... - seguía buscando, esta vez, más profundamente en su bolso. Al parecer Mía no encontraba la piedra, ya que volteó su bolso arrojando todas sus pertenencias al suelo, y la piedra no estaba a la vista.
− La piedra... - dijo sin dejar de rebuscar entre sus cosas – debió de haberse caído cuando luchábamos contra Sindaliel, tengo que ir a buscarla – se volteó para volver a la bóveda cuando la detuve tomándola del brazo.
− Los guardias venían cuando nos fuimos, no puedes volver – espeté mientras la veía a los ojos – Caminaremos a mi hogar, no es muy lejos después de todo.
Y así, con Aredhel en brazos y Mía aun lamentando la perdida de aquella piedra, encabezando la marcha iluminando los escalones, comenzamos a subir la escalera que nos había llevado allí. La luz de Mía había sido necesaria hasta que nos aproximábamos a la salida, por la cual comenzaban a filtrarse los primeros rayos del alba, iluminando nuestro camino con su anaranjada luz. Al terminarse los escalones, salimos al que antes había sido un oscuro y desierto prado, en el cual apenas podía ver unos cuantos centímetros por delante, incluso con la luz mágica de Mía. Ahora con la luz del día, se podía observar un hermoso prado adornado por flores de todos los tipos y colores, semejante a las terrazas del castillo. Recordé que el lugar pertenecía a Aetos y todo cobró sentido. Aquella extravagancia solo podía darse por él. Emprendimos el camino de nuevo a mi hogar, donde Támesis nos esperaba para terminar la poción que curaría a mi madre, estábamos por lograrlo. Nadie hablaba. Caminábamos a paso veloz recordando que los guardias habían comenzado a acercarse al lugar donde habíamos dejado a Sindaliel inconsciente, y no tardarían mucho en notar y advertir acerca de la ausencia del alma. Aetos sabría que la teníamos, y vendría por ella, no teníamos mucho tiempo.
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Aro - El Alma del Príncipe Adrián
خيال (فانتازيا)Luego de una terrible guerra de la que nadie sabe la causa, Aro Callaham pierde a su padre Octavian y a su hermano Isaac quedando al cuidado de su madre Nekash. Los años pasaron y la vida de Aro volvió a la normalidad, pero no todo estaba tan bien c...