Al día siguiente fui el primero en despertar. Me sentía extrañamente cansado, como si mi cuerpo estuviera hecho de metal y me costara moverme. El día estaba más calmo que el anterior, podía sentirse un aura de calma y tranquilidad. Parecía que luego de lo que habíamos vivido ayer, todos necesitábamos descansar bastante ya que al parecer era medio día. Me apresuré a despertar a Desmond, que luego de unos cuantos quejidos acabó levantándose. Luego me dirigí a la tienda en la que Mía y Aredhel se encontraban y comencé a llamarla para despertarlas sin la necesidad de irrumpir en ella.
‒ ¿Ya amaneció? – preguntó Mía desperezándose mientras salía de la tienda con una expresión cansada y su rojo cabello alborotado.
‒ Así es, y por lo que veo, ya es medio día – respondí esbozando una sonrisa que era imposible de mantener al ver a Mía de esa forma.
‒ Es imposible... ¡Cómo hemos podido dormir tanto! – exclamó adentrándose en la tienda y comenzando a guardar todo para poder irnos
‒ ¿Qué le sucede? – preguntó Aredhel señalando a Mía mientras salía de la tienda por el otro lado.
‒ Nos hemos retrasado un poco, eso es todo.
‒ Ya veo, hagamos lo mismo y comencemos a desarmar el campamento, debemos llegar a Aiwon cuanto antes.
Una vez que terminamos de hacerlo, tomamos a nuestros caballos y comenzamos a galopar en dirección donde se supone que encontraríamos Aiwon, el reino de los goblins. No habíamos comido nada ya que anoche agotamos nuestras provisiones, sin tiempo de buscar más. Nadie hablaba, por lo que podíamos oír los ruidos que la naturaleza generaba a nuestro alrededor, algunas ardillas corriendo de aquí para allá, un caudal de agua fresca en el cual saciamos nuestra sed y por sobre todas las cosas, ruidos de aves.
‒ ¿Alguno ha notado que su cuerpo pesa más de lo que debería? – la pregunta de Desmond me había sorprendido ya que era exactamente como me sentía.
‒ ¿También tú? – respondió Aredhel a modo de pregunta dando a entender que ella también se sentía de esa forma.
‒ Al parecer todos nos sentimos así... ¿Qué hay de ti Mía? – pregunté al ver que sus pasos se tornaban cada vez más bruscos y pesados
‒ Siento como si mis pies estuvieran hechos de plomo – respondió volteándose y lanzándome una mirada irritada, aunque su tono no era ofensivo como lo había sido hasta ahora – no entiendo que es lo que sucede, pero sea lo que sea, debe ser la causa por la cual no nos hemos levantado.
‒ Quizá podamos preguntarlo ahora – dijo Desmond – miren adelante.
Todos nos volteamos al mismo tiempo para mirar al frente. Más adelante, en medio de un desierto se levantaba un reino parecido a un oasis hecho íntegramente de arena, bordeado por una muralla hecha también por arena. Seguimos avanzando hasta llegar a las puertas de la ciudad, que a diferencia de todo a su alrededor, no eran de arena, si no de titanio. Al trabajar en la fragua había aprendido a distinguir los metales con solo verlos.
- ¿Cómo vamos a entrar? – preguntó Aredhel mientras observábamos que al parecer la puerta no se había abierto en un largo tiempo.
- Fácil – respondió Desmond tomando mi espada y comenzando a golpear la pared de arena sin cesar. Luego de unos minutos, la pared no parecía tener intenciones de ceder, ya que no tenía siquiera un rasguño.
- ¡Demonios! – exclamó Desmond mientras se doblaba sobre sus rodillas y respiraba agitadamente - ¿Ahora qué?
- ¿Por qué no simplemente tocamos? – sugirió la princesa mientras golpeaba la enorme y maciza puerta de metal.
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Aro - El Alma del Príncipe Adrián
FantasyLuego de una terrible guerra de la que nadie sabe la causa, Aro Callaham pierde a su padre Octavian y a su hermano Isaac quedando al cuidado de su madre Nekash. Los años pasaron y la vida de Aro volvió a la normalidad, pero no todo estaba tan bien c...