Si no fuera por las largas volutas de humo que salían de los orificios de la nariz del dragón, hubiese creído que el tiempo se había detenido, o que se trataba de una simple estatua. Desmond, Mía y yo nos encontrábamos inmóviles frente a la enorme puesta de madera que habíamos cruzado para entrar a la bóveda, observados fijamente por los amarillos y enormes ojos del dragón. Media aproximadamente una cuarta parte de la bóveda, y su cuerpo estaba reposando encima del botín, como si eso fuera lo más normal del mundo.
‒ ¿Es real? Quiero decir ¿Los dragones existen en realidad? – susurro de lado Desmond sin quitar sus ojos del dragón.
Como si contestara la pregunta que acababa de hacer Desmond, el dragón gruñó y comenzó a mover todo su cuerpo al mismo tiempo. Parecía que estuviera acomodándose en el lugar, pero sabía que no era así. Su piel, pude observar, estaba cubierta por escamas separadas a menos de un centímetro de la otra. Parecían hechas del más resistente metal color escarlata, dándole un aspecto imponente, seguro, e invencible.
‒ Nunca antes había visto uno – dijo Mía con una mirada de admiración clavada en cada facción del dragón, en cada uno de sus movimientos mientras este seguía contorsionando su cuerpo muy lentamente, rodeando el pedestal donde descansaba el alma del príncipe Adrián y acercándose cada vez más hacia nosotros.
‒ Está viniendo hacia nosotros – dije en el mismo tono de susurro que Desmond mientras comenzaba a retroceder seguido por mis amigos.
Otro rugido molesto provino del dragón a medida que nos alejábamos de él, como si hubiese esperado que permaneciéramos allí para comernos más fácilmente. Comenzó a acelerar el paso hacia nosotros mientras clavaba sus enormes y negras garras en el suelo adoquinado de la bóveda, produciendo un sonido parecido al choque de dos espadas.
‒ Aetos no es tan tonto como parece cuando se trata de defender sus cosas – dijo Mía apretando el paso para igualar al del dragón, pero no lograba hacerlo, y el dragón estaba cada vez más encima de nosotros.
‒ El dragón no dejará que siquiera nos acerquemos al alma – comenté viendo como su cuerpo no se separaba del pedestal donde reposaba el amuleto que salvaría la vida de mi madre.
‒ No podemos estar dar vueltas en esta bóveda eternamente, y ahora – dijo Desmond observando que la puerta por la que habíamos llegado estaba detrás del inmenso y rígido cuerpo del dragón – tampoco podemos irnos. – Desmontó el arco de su espalda.
‒ ¿Qué hace un dragón aquí después de todo? – preguntó Mía, que ya tenía su báculo de dragón en la mano. Segundos después, me encontré desenvainando mi espada sin darle la espalda al dragón, que parecía molesto y divertido a la vez, como si no fuéramos más que unos juguetes que no obedecían las reglas del juego. Parecía que su tamaño había aumentado al menos al doble en cuanto terminó de ponerse de pie. Cualquiera que lo viera en este momento podría admirarlo por horas y horas y su vista no se cansaría de lo que estaba viendo. Su cuerpo brillaba rojo bajo la intensa luz de las antorchas que iluminaban la bóveda, reflejando su luz escarlata en las paredes. No fue hasta que su cabeza estaba mirándonos desde muy arriba, que pude observar que en su cuello, la cadena de oro más gruesa que haya visto jamás colgaba sosteniendo un cartel en el que se leían letras doradas formando una palabra, "Sindaliel". Supuse que ese era su nombre, ya que tradicionalmente esa era la forma en la que...
‒ Es su mascota – al parecer había pensado en voz alta, ya que Mía y Desmond me miraban confundidos hasta que siguieron mi mirada hasta el cuello del dragón.
‒ Sindaliel – leyó Desmond en voz alta viendo la placa del dragón - ¿Qué clase de loco tiene un dragón como mascota?
Al parecer Sindaliel se había cansado de jugar con nosotros, ya que de un momento a otro, abrió sus enormes y mortíferas fauces dejando que un sinfín de llamas salieran disparadas hacia nosotros. Llegue a oír el grito de Mía antes de encontrarme rodando hacia un costado para evitar las llamas, las cuales por cierto, irradiaban un calor abrasante. Dieron directamente contra una montaña de objetos hechos de oro macizo, derritiéndolos por completo, empapando el suelo de oro fundido. Me levanté rápidamente junto a Desmond, que comenzó a descargar la primera de sus flechas contra el cuerpo del dragón. Inútilmente, la flecha se partió contra la dura coraza de escamas de Sindaliel, sin que siquiera la notara. Me encontraba más cerca que cualquiera de una de las patas del dragón, las cuales observadas más de cerca, parecían ofrecer menor resistencia, por lo que comencé la carrera hacia ella levantando mi espada, listo para golpearla con todas mis fuerzas. En cuanto mi espada tocó las escamas del dragón supe que había estado en lo cierto, sus patas eran vulnerables en comparación con el resto de su cuerpo. La hoja se hundió poco en la piel del dragón, al igual que lo había hecho en la de los ogros, pero eso bastó para que el dragón rugiera molesto y alzara su garra lanzándome a metros de distancia.
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Aro - El Alma del Príncipe Adrián
FantasyLuego de una terrible guerra de la que nadie sabe la causa, Aro Callaham pierde a su padre Octavian y a su hermano Isaac quedando al cuidado de su madre Nekash. Los años pasaron y la vida de Aro volvió a la normalidad, pero no todo estaba tan bien c...