1. Recuerdos

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Una pared abovedada y un techo gris de adobe fue lo primero que observé cuando abrí los ojos. Era un día como cualquiera de los otros de aquella primavera cuando todo lo que voy a contar a continuación sucedió.

Me levanté de mi cama y fui hacia mi armario de roble, hecho por los mejores artesanos del reino como regalo para mi abuelo, Herjer, con motivo por su cumpleaños número noventa. Tenía unos grabados en los laterales dragones idénticos que iban desde la base hasta lo más alto de la madera, terminando con sus cabezas observando a quien se pusiera delante de mi armario, dando la ilusión de que saldrían de allí y cobrarían vida para asesinarme, pero si eso llegara a pasar, no sería lo peor que me sucediera en estos días... Abrí sus puertas y encontré lo habitual, vestimentas comunes por un lado y del otro, un espejo que reflejaba a la perfección el parecido que tenía respecto a mi padre, o al menos, lo que recordaba de él. En el reflejo podía observar a un joven alto y fornido como lo era él, además de tener el cabello del mismo color avellana. Cualquiera diría que podría hacerme pasar por él, salvo por su valor, su coraje, y por mis ojos color azules heredados por parte de mi madre. Traté de olvidar nuestro parecido y me vestí como siempre lo hacía. Como era primavera, una camisa de lino, con un pantalón común y unas sandalias conformaban el atuendo perfecto.

Antes de salir de mi habitación, observé como todas las mañanas, que en la esquina de mi cuarto se encontraba la armadura que mi padre había utilizado en la Batalla de Kontupeg, batalla que recibió ese nombre debido al lugar en el que se libró y en la cual, mi padre y mi hermano habían perdido sus vidas diez años atrás. Estaba allí ya que a mi madre le traía recuerdos dolorosos solo con tenerla cerca. Al verla, vino a mí como una ráfaga el recuerdo del día en el que la obtuve.

El rey Aetos de Genesio había convocado a todas las familias de aquellos guerreros que habían luchado con honor hasta el final y habían muerto en batalla a un funeral en las terrazas del palacio. Todavía perdura en mí el asombro que me generó la inmensidad de ese lugar. Aunque desde la perspectiva de un niño de ocho años, todo parece más grande, las terrazas del palacio eran otra historia. Eran inmensas extensiones de prados de los colores del arcoíris separados en diferentes secciones de colores por ramificaciones del camino principal, el cual conducía al palacio. Cada una de las secciones era completamente distinta a las demás, tanto por color como por la especie de flor que allí había plantada. En una sección podía verse como el color rojo de las rosas resaltaba la sección amarilla de atrás, cubierta por narcisos. Mi madre me había enseñado sobre flores hacía poco tiempo, ya que algunas de las flores le producían alergia y no debía llevarlas a la casa. Todas las ramificaciones del camino desembocaban cada una en una fuente distinta con una escultura encima. En una de ellas podía verse la escultura del dios del amor, mientras que en contraste a esta, se encontraba al otro lado del parque la escultura de un ángel encapuchado portando una guadaña, personificación clara de la muerte.

En todos los pasillos del castillo podían verse familias parecidas a la mía, sin importar si pertenecían a la nobleza o a la clase baja, todas ellas estaban tristes, angustiadas y llorando por haber perdido a sus seres queridos y ver a sus familias destruidas por siempre debido a una guerra de la cual, hasta este momento, la causa se desconoce.

El funeral pasó más rápido de lo que me esperaba o al menos eso pareció. Constó de unas vacías palabras por parte del rey, los respetos de todas las familias presentes y por último, la despedida de los mismos hacia sus familiares. Por mi parte, no me acerqué a donde se encontraban mi padre y mi hermano, queriendo negar que esa situación pasó alguna vez, deseando que todo fuera parte de una pesadilla de la cual iba a despertar en unos momentos, pero no fue así.

Al finalizar la ceremonia, cuando todos comenzaron a despedirse los unos con los otros, dándose el pésame por sus familiares fallecidos, se acercó a mí un hombre que al instante reconocí como Sket, el mensajero responsable de llevar los nombres de mi padre y de mi hermano a la lista de los guerreros que participarían de la guerra. Esta vez no vestía su armadura, si no que estaba vestido como cualquier otro en el lugar.

Aro - El Alma del Príncipe AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora