Estaba acorralado. Si me acercaba a él, mataría a Mía, pero no podía abandonarla, no así, no a ella después todo lo que habíamos pasado juntos. Debía hacer algo, pero ¿Qué?
‒ Aro – oí la voz de mi padre susurrarme al que a duras penas pude oír.
‒ ¿Cómo dices? – pregunté creyendo haber oído mal.
‒ ¿Quieres salvarla? – dijo señalando al inmóvil cuerpo de Mía – eso es lo que debes hacer.
Dudé, pero algo en su rostro hizo que confiara en el, un rostro que reflejaba que pasara lo que pasara, estaría bien cualquier decisión que tomara. Antes de darme cuenta, mi espada atravesaba el torso de mi padre haciendo que su cuerpo se volviera niebla alrededor de ella. La mirada de Aredhel y Desmond estaba posada en mí, al igual que la de mi hermano y la de los otros guerreros. Nadie comprendía qué había hecho, aunque tampoco yo lo sabía, solo hice lo que él me había pedido.
‒ Niño – dijo Sir Derian – es por nosotros por quién deberías preocuparte, no por tus amigos.
Ese comentario despertó la risa de los soldados de Lirceo. De pronto, para sorpresa de todos, el cuerpo de mi padre volvió a generarse poco a poco, pero esta vez, estaba detrás de la barrera de escudos, justo al lado de Mía. Al estar todos viéndome fijamente, no se percataron de la presencia de mi padre detrás de ellos, que antes de que se dieran cuenta, cortó la cabeza de los tres guerreros de en medio volviéndolos niebla incluyendo a Sir Derian, acabando así con las risas. Los otros dos que quedaban estaban sorprendidos de lo que había pasado, ya que derrotarlos fue una tarea fácil sin los otros para ayudarlos. Luego de que no quedara ningún guerrero frente a nosotros, corrimos hacia donde Mía se encontraba para protegerla por si aquellas almas decidían regenerarse cerca de nosotros, pero nada sucedía.
‒ Aro – dijo Mía abriendo los ojos – termina... - su voz era débil, y no escuchaba lo que quería decirme. Con sus últimas fuerzas me tendió su báculo y el pergamino mágico que se había negado a soltar. Cuando lo toqué, el báculo comenzó a brillar al igual que cuando Mía lo sostenía, y en el pergamino aparecían dos simples palabras.
‒ Termina... hechizo – articuló antes de volver a desmayarse.
‒ ¡No lo entiendo! – Comencé a gritar con lágrimas en los ojos – No puedo hacerlo, no soy un hechicero.
‒ Si Mía ha dicho que puedes hacerlo, es porque así es – dijo Aredhel dándome confianza y señalando el pergamino – léelo.
‒ Puedes hacerlo hijo, tu madre estaría muy orgullosa de ti ahora – dijo mi padre apoyando a Aredhel.
No perdía nada con intentarlo, así que antes de leer las dos últimas palabras del hechizo, miré a mi padre y a mi hermano a modo de despedida, por si funcionaba.
‒ Los amo – solté casi en un susurro.
‒ También nosotros – respondió Isaac sonriendo.
‒ Estamos muy orgullosos de lo que te has convertido – añadió mi padre – ahora, termina el hechizo y usa el alma.
Cuando me dispuse a leer el pergamino, hordas de almas entraron a trompiscones a la cueva para detenernos, pero ya era tarde.
‒ ¡A quo sunt! – exclamé leyendo el ultimo fragmento del hechizo. El báculo de Mía comenzó a brillar con una intensidad que hacía imposible observarlo fijamente. Ondas de energía blanca empezaron a salir despedidas del báculo haciendo que las almas que habían entrado a la cueva se volvieran completamente niebla, al igual que mi hermano y mi padre. El báculo se apagó por completo y nada quedaba a la vista. La batalla había terminado, y las almas ya no estaban.
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Aro - El Alma del Príncipe Adrián
FantasyLuego de una terrible guerra de la que nadie sabe la causa, Aro Callaham pierde a su padre Octavian y a su hermano Isaac quedando al cuidado de su madre Nekash. Los años pasaron y la vida de Aro volvió a la normalidad, pero no todo estaba tan bien c...