2. Un día casi normal

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El camino hacia la fragua en la que trabajaba era agotador y tedioso, sin embargo, eso no me detenía para nada ya que sabía que debía hacerlo tanto por mi madre como por mí.

La fragua de Magnus era muy grande, más de lo que algunos imaginarían, ya que por fuera no parecía ser más que una sucia y arruinada choza, pero cualquiera que haya oído historias en algunos de sus viajes, habría escuchado hablar de Magnus y su habilidad para crear armas, después de todo, era el mejor de los herreros de los reinos cercanos. Todos los años llegaban cientos de caballeros de distintas regiones pidiendo diferentes recados ya que todas las armas o escudos que Magnus fabricara serían los mejores de su clase.

Cuando por fin llegué al trabajo, Magnus estaba fuera esperando para recibirme

‒ Aro, por fin llegas – dijo Magnus saliendo a recibirme

‒ Aquí estoy, lamento el retraso, no volverá a pasar – respondí tratando de no enfadar a mi jefe. Había comenzado a trabajar para Magnus hace dos años, cuando oí que unos hombres hablaban de la tragedia sucedida con su ayudante, Dylan, al parecer el muchacho había perdido un brazo pero todos desconocían qué sucedió. En fin, Magnus dijo que no podía seguir trabajando allí, así que me apresuré a pedir el trabajo y al verme, inmediatamente lo obtuve, según él por mi entusiasmo y contextura física perfecta para ser un herrero.

‒ No te preocupes Aro, comencemos a trabajar – dijo como si todo estuviera bien, lo que me pareció bastante extraño, casi siempre, un error venía acompañado de un regaño de su parte.

‒ De acuerdo, pongámonos a trabajar cuanto antes – dije mientras entraba en la fragua.

Cualquiera que entrara ahí sin estar preparado quedaría anonadado. A la derecha, una hilera de tres yunques ocupaba la mitad de la sala. Eran enormes y junto a cada uno de ellos reposaba un martillo esperando para moldear cualquier tipo de arma. Mientras que en el lado izquierdo dominaba la sala los hornos en el que calentábamos los metales provocando un calor semejante al de mil soles en toda la fragua.

‒ El trabajo de hoy no es nada sencillo – dijo Magnus mientras leía un papiro en el que estaban anotados todos los datos del pedido – debemos hacer una espada de plata, con una empuñadura hecha en bronce con los distintos emblemas de los reinos de Lirceo, Genesio, Etruria y Lázica labrados en la hoja, ¿podrás hacerlo?

‒ Trataré de hacer lo mejor que pueda – le dije a Magnus mientras ambos reíamos por la complejidad del pedido.

‒ Tú comienza con la hoja, yo haré la empuñadura

‒ Trato hecho – contesté poniéndome a trabajar.

Tratar de encontrar las herramientas adecuadas que necesitaba era una de las tareas más difíciles debido a que la iluminación era pésima. Según Magnus, un herrero no podría saber cuándo es el momento adecuado para trabajar el metal si no podía observar el color que obtenía del fuego, cosa que sería imposible si hubiera mucha luz allí dentro. Sin embargo, él podía encontrar cualquier cosa en la plena oscuridad, así que me ayudo a encontrar las pinzas que necesitaba para comenzar.

Luego de dejar calentar el metal por largo rato, y que tomara ese color blancuzco, llegaba el trabajo más difícil de todos, el labrado de la hoja. Para realizarlo, el caballero nos había entregado los cuatro emblemas de los reinos que pidió en monedas de plata con lo que solo bastaría apoyar la moneda en el metal y darle un golpe con un martillo para marcarla.

Todo iba bien hasta entonces. Las primeras tres marcas estaban grabadas en la hoja, pero al momento de grabar el emblema del reino de Etruria, un ruido distrajo mi atención justo antes de acertarle el último golpe a la moneda de plata, por consecuencia, mi mano se desvió hacia la derecha y golpeé uno de los bordes de la espada torciéndola por completo. Oh por dios, Magnus va a matarme cuando se entere pensé.

Aro - El Alma del Príncipe AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora