16. El alma del príncipe Adrián

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El ejército de Genesio comenzó la carrera hacia donde el ejército de Lirceo los esperaba con las armas en alza, puede que todos fueran fantasmas, pero algunos de ellos tenían armas reales. Algunos sostenían espadas, otros arcos, horcas, horquillas y otros tipos de armas. Mi padre sostenía una réplica espectral de mi espada, mientras que mi hermano parecía sostener el arco que Desmond estaba usando. Mis amigos comenzaron a gritar en medio del tumulto de generado por ambos lados, pero no podía oírlos, aunque tampoco me importaba en ese momento, ya que mi padre y mi hermano estaban allí, los había visto y no necesitaba nada más.

‒ ¡Aro! ¡Escúchame! ¿Qué demonios te sucede? – me gritaba Mía sacudiendo mi brazo, haciendo que saliera un poco de mi estupor, lo suficiente para escucharla – Debemos salir de aquí.

‒ ¡No podemos! – dejé escapar sin pensarlo siquiera.

‒ ¿Perdiste la cabeza? Quedaremos en medio de la batalla como un blanco fácil de atacar. Seguro moriremos si nos quedamos.

‒ Mi padre... Mi hermano... - Me era imposible terminar cualquier frase que empezara.

‒ ¿De qué estás hablando? – preguntó Mía justo cuando las almas de Genesio pasaban a nuestro lado. ¿Había mencionado alguna vez que el parecido con mi padre era casi exacto? Mi padre pasó a nuestro lado y al verlo, Mía pareció comprender lo que estaba tratando de decirle.

‒ Ese era tu padre, ¿No es así? – preguntó Aredhel gritando para hacerse oír entre los gritos de la batalla que parecía haber comenzado unos metros más adelante. Asentí

‒ Tenemos que ayudarlos – dije dirigiéndome a los tres – Quizá si los ayudamos a derrotar al ejercito de Lirceo podamos tener acceso a la cueva.

Todos parecieron meditar acerca de lo que les acababa de proponer, pero no fue durante mucho tiempo puesto que al encontrarnos en medio de la batalla estábamos siendo afortunados de que nada nos había sucedido hasta ahora.

‒ Hagámoslo – dijo Desmond dejando a un lado el bolso que cargaba, desmontando su arco y tomando una flecha de su carcaj.

Dejé mi bolso a un costado como lo había hecho Desmond y desenvaine mi espada de su funda mientras adoptaba una posición de combate que había aprendido hace unos años. Aredhel y Mía se encontraban a mi lado, y observe que se estaban desarmadas. Avancé unos pasos más allá de donde nos encontrábamos, adentrándome en el medio de la lucha, clavando mi espada en el pecho de uno de los soldados desprevenidos de Lirceo. El soldado permaneció allí de pie por unos momentos, hasta que su cuerpo se disolvió y volvió a ser la inofensiva niebla que era antes de tomar la apariencia de un guerrero, dejando caer así su espada y su escudo, las cuales tomé y retrocedí para entregárselas a Aredhel, cuando volví Mía ya tenía en la mano su báculo brillando con intensidad.

‒ Gracias – dijo Aredhel empuñando la espada que acababa de darle, adoptando una posición defensiva con sus azules ojos en la batalla.

Ahora que todos estábamos armados, avanzamos juntos hacia allí. A mi derecha, estaba mi padre, Octavian, cortando y asestando golpes a las almas de cualquier guerrero que se cruzara en su camino, mientras que a mi izquierda, mi hermano Isaac junto con Desmond descargaban una lluvia de flechas sin cesar. Aredhel se encontraba un poco más allá junto con Mía, que recitaba hechizos como si toda su vida se hubiera estado preparando para ese momento, haciendo que algunas almas explotaran en llamas mientras que otras simplemente desaparecían en el suelo.

Todos estábamos enfrascados en nuestra lucha personal hasta que un resplandor segó temporalmente a ambos ejércitos. Cuando pude volver a ver, observé hacia donde había venido la luz y divisé la roja cabellera de Mía rodeada por un halo de luz.

Aro - El Alma del Príncipe AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora