4. Támesis

70 10 7
                                    

‒ Mía – dijo una voz masculina que provenía desde dentro – Ve a revisar quién llama.

Frente a mi apareció una mujer cuya belleza solo podía ser comparada con los mismísimos dioses. Su cara simulaba estar hecha de la más fina porcelana, sin ningún tipo de defecto visible, mientras que su mirada parecía penetrar dentro de mí con sus ojos color esmeralda. Era de baja estatura por lo que aparentaba una edad menor a lo que seguramente tenía. Su cabello color rubí caía por delante de sus hombros, dándole una apariencia fuerte, pero frágil al mismo tiempo. Y en su cuello, colgaba el collar más extraño que había visto jamás. Supuse que ella debía ser Mía.

‒ Bienvenido al hogar de Támesis, mi nombre es Mía Gilmore, ¿En qué puedo ayudarlo? Sr... – dijo la muchacha con un tono dulce en su voz pero de forma repetitiva, como si se viera obligada a repetirlo todos los días.

‒ Aro, encantado de conocerla. Vengo a ver a Támesis, es importante. – Contesté rápidamente luego de salir del trance que me había causado su belleza.

‒ Lo imaginaba – respondió sarcásticamente Mía. Llevaba puesto un hermoso vestido azul ajustado que alcanzaba a tapar sus tobillos - pero como ya debes saberlo, Támesis no ayuda a cualquiera que llega en su búsqueda, te lo advierto.

Cuando entré al hogar de Támesis siguiendo a Mía, la sorpresa se apoderó de mí rápidamente y dejé de prestar atención a lo que la muchacha me estaba comentando. Las paredes eran de un color extraño que nunca antes había visto. Parecía haber juntado todos los colores existentes para formar uno solo. Además, estaban repletas de estanterías en las cuales había algunos frascos con distintas partes de cuerpos de animales flotando en un líquido extraño. Quién sea que entrase, podía encontrar allí cualquier cosa que pudiera imaginarse, desde la pata de una rana, a lo que parecía ser un ojo que aparentemente seguía todos mis movimientos, y algunas otras cosas que no conocía. También a un costado de la entrada, un caldero gigantesco estaba ubicado sobre leña que veía imposible de encender sin levantar el gigante caldero, debe ser decoración pensé. De pronto, un destello de luz blanca seguido del ruido aparente de una explosión proveniente de la única puerta que había dentro de la casa me saco de mi estupor.

‒ ¡Támesis! ¿Te encuentras bien? – preguntó Mía corriendo hacia la puerta.

Cuando abrió la puerta, un hombre cayó al suelo como si estuviera inconsciente, o incluso, muerto.

‒ Oh por los dioses – la expresión de Mía empalideció por completo - ¡Por favor despierta! – comenzó a decir mientras trataba de levantarlo del suelo – No te quedes ahí mirando como un tonto, ¡ayúdame!

Me apresure a ayudar a Mía a levantar a Támesis del suelo, pero en cuanto me acerqué a él, un hedor extraño proveniente del cuarto desde donde había caído inconsciente me hizo retroceder instintivamente. Traté de no prestarle atención cuando volví a intentarlo, necesitaba la ayuda de Támesis, y solo así iba a conseguirla.

Una vez que conseguimos sentar a Támesis en uno de sus taburetes, pude observar que se trataba de un anciano que parecía tener más de cien años. Una maraña de cabello gris cubría completamente su cara, que estaba parcialmente manchada con hollín de la explosión. Sus ojos estaban completamente cerrados, pero eso no ayudaba a disimular las múltiples arrugas que inundaban su cara y le hacían valer la edad que en realidad tenía. Desesperado pensando que la única persona que podía ayudar a mi madre no despertara, comencé a tratar de reanimarlo como lo había hecho con mi madre hace unos momentos, mientras que Mía hurgaba rápidamente entre los estantes de la pared buscando algo importante.

‒ Ten cuidado – dijo Mía mientras alzaba una mano y gritaba palabras que no comprendía - ¡Celeri Ignis!

De pronto, bajo el caldero a un lado de la entrada, una llama anaranjada refulgía con ferocidad, la leña estaba encendida y el caldero hirviendo, pero eso era imposible, a no ser...

‒ ¿Cómo diablos hiciste eso? – no traté de disimular la sorpresa que me había generado la escena que acababa de presenciar.

‒ Soy la aprendiz de Támesis, Aro, soy una hechicera – respondió agitada mientras agregaba algunas cosas al caldero y revolvía como si cocinara algo.

‒ No comprendo cómo una – me arrepentí de inmediato de terminar esa pregunta.

‒ ¿Qué? ¿Cómo una mujer frágil como yo es hechicera? – preguntó en tono furioso haciendo énfasis en la palabra frágil – no puedes juzgarme, no sabes nada sobre mí, ahora silencio, debo terminar esta poción.

‒ No Mía, no lo entiendes, no quise decir eso – no tuve el valor para preguntar lo que realmente quise ¿Cómo una mujer tan hermosa podía llegar a ser una hechicera? Según las historias que me contaron de pequeño, las brujas eran feas y con verrugas, pero ella rompía completamente ese mito.

‒ Ya cállate te he dicho, estas colmando mi paciencia.

La poción cambiaba de color a medida que Mía agregaba distintos ingredientes. A veces era amarilla y en otros momentos era verde, hasta que finalmente estaba lista. Una poción del color roja similar al de la sangre llenaba el caldero. Mía me ordenó que inclinara la cabeza de Támesis hacia atrás mientras que ella vertía un poco de la poción en su boca y de pronto, abrió sus grises ojos.

‒ ¡Támesis! – exclamó Mía feliz de que despertara.

‒ ¿Qué sucedió? – preguntó Támesis aparentemente confundido de todo lo que había sucedido.

‒ Tu poción explotó y caíste inconsciente en cuanto abrí esa puerta – dijo señalándola – Preparé una poción para que despertaras.

‒ Te lo agradezco Mía, actuaste sabiamente y estoy orgulloso de ti – respondió mirando la poción como si la analizara – ¿Y quién es este muchacho?

‒ Es un joven que vino en busca de tu ayuda, el me...

‒ La respuesta es no – dijo rotundamente Támesis.

‒ Pero Támesis – replicó Mía - Aro ayudó a que te mejoraras, no creo haber podido hacerlo sin su ayuda – No creía que hubiese hecho mucho, pero decidí no contradecirla, quería que Támesis me ayudara, y si cree que ayudé a salvarle la vida, tendría más posibilidades.

‒ Con que de eso se trata ¿eh? Pero deberás disculparme Aro, no me es posible ayudarte en este momento. Antes de caer inconsciente, realizaba una poción bastante poderosa que necesito con urgencia y debo de volver a empezar.

‒ Se lo suplico – dije rápidamente, no podía permitirme salir de ahí sin conseguir su ayuda – mi madre agoniza, antes de caer inconsciente mencionó su nombre, necesito que me acompañe

‒ La respuesta sigue siendo no - contestó Támesis y pareció ser la última palabra que diría sobre el tema.

Le había fallado a mi madre, no había conseguido la ayuda de Támesis. Ella moriría y al parecer, no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

‒ Pensándolo bien –dijo Támesis interrumpiendo mis pensamientos – ya conoces a Mía ¿no es cierto?, ella será la encargada de acompañarte y ayudarte con tu madre.

‒ Pero Támesis, no estoy lista– argumentó Mía

‒ Si Mía, eres completamente capaz de realizar esta tarea, además, Aro, no deberás pagarme nada ya que será una práctica de las habilidades de mi aprendiz. Ahora, apresúrense, no saben que puede estar sucediéndole a vuestra madre.

Haciendo caso a lo que Támesis nos había dicho, Mía y yo partimos hacia mi hogar con el objetivo de descubrir qué estaba sucediéndole a mi madre, esperando que no fuera demasiado tarde.

Aro - El Alma del Príncipe AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora